UN DISFRUTE INTENSO

1051 Palabras
**MANUEL**  Cuando logra alcanzar un orgasmo, esa es mi señal de entrar en acción con mi amigo… Comenzó a besarla, le susurró para que no se tense, y comienzo a entrar en ella. ¡Wuau! Se siente delicioso en un momento de excitación, la penetró duro, es cuando noto que es virgen… «¡¡¡Diablos!!» «Ella era virgen» pero, no me puedo detener, estoy demasiado emocionado dentro de ella… la veo llorar del dolor, ¡maldición! Me gana más la excitación que la razón, pronto ella lo disfrutará también, es mi consuelo a mi conciencia. Observo que ella se corre tras su orgasmo, y le otorgo mayor intensidad cuando está apretada. Eso me da mejor satisfacción cuando alcanzo la cúspide de mi liberación, como nunca lo había sentido. Mi corazón se acelera cuando termino dentro de ella. Esta mujer, de una belleza que encandilaba el alma, me elevó a un estado de felicidad suprema, transportándome a un paraíso celestial. Allí, en ese edén de ensueño, experimenté sensaciones indescriptibles, un gozo absoluto que parecía no tener fin. Sin embargo, como todo lo bueno, ese momento mágico llegó a su término, y con gran pesar fui desprendido de ese lugar sublime. Con el corazón apesadumbrado y la mente aún llena de recuerdos maravillosos, me separé a duras penas de ese cielo que ella me había regalado, descendiendo lentamente hacia la realidad. Tras la amargura de la despedida, me sumergí en un sueño profundo y reparador, buscando consuelo y descanso en el reino de Morfeo, para así poder mitigar la nostalgia por el paraíso perdido. Después de un par de horas. Despierto tranquilo, una enorme sonrisa que me despeja de mi estado de angustia, al rememorar lo insuperable que había experimentado con esa hermosura, al notar que ya se marchó. Al levantar la sabana, noté una mancha de sangre. Iniciaba a recordar que había sido el primer hombre en su vida. No fui completamente cortés con ella, pero estaba sumamente emocionado y desorientado en sus besos. ¿Cómo no lo noté antes? Me detuve un momento pensando en el beso de esa chica, torpe. Extrañamente torpe, para alguien que se supone que ya ha recorrido ese camino, que ha aprendido a distinguir el sabor de la pasión y la suavidad del roce. No es que fuera una queja, pero fue como besar a una estatua con labios, fríos y rígidos, sin la calidez que uno espera. En fin... cosas que uno descubre tarde, cuando el momento de pasión ya ha pasado, cuando las palabras y los gestos se vuelven recuerdos borrosos y la duda se cuela entre ellos. Me levanté lentamente y me dirigí a la ducha, buscando esa sensación de reinicio, de limpieza tanto para el cuerpo como para la mente. El agua caliente recorrió mi piel, arrastrando la confusión y el cansancio, dejando en su lugar una calma renovada. Cuando salí, me puse unas bermudas y una camiseta sin mangas, el aire fresco de la mañana me ayudó a dejar atrás aquel momento raro, esa sensación de haber fallado en algo que ni siquiera sabía bien qué era. El cansancio, que había sido un peso, desapareció con el agua y la ducha. Ahora solo quedaba esa sensación de alivio, como si el simple acto de lavarme hubiera borrado cualquier duda o inquietud que se había instalado en mi interior. Salí de mi habitación siguiendo el irresistible rastro de las galletas. Esas que solo mi nana sabe hacer, con ese aroma a mantequilla y vainilla que tiene la magia de hacer que todo parezca más simple, más alegre. Justo cuando ella sacaba una bandeja del horno, el olor me abrazó como un viernes por la tarde, cuando el fin de semana se asoma con promesas de descanso y risas. —Nana, deberías tener tu propio programa de cocina —le dije, con una sonrisa traviesa, robando una galleta caliente antes de que pudiera ponerla en la bandeja. Ella me miró con esa mezcla de cariño y regaño que le sale tan natural, como si supiera que no puedo resistirme a sus delicias. En ese momento, la casa se llenó con la energía de mi hermana, que irrumpió en la cocina con su habitual caos y entusiasmo, como si trajera una noticia de última hora, una que solo ella puede inventar en medio de tanta alegría desordenada. La miré, me crucé de brazos y le solté, con un tono más juguetón que serio. —¿Y mi virgencita? ¿Dónde está la chica misteriosa que se coló en mi habitación? —pregunté, dejando que la duda y la curiosidad se deslizaran en mi voz. Mi hermana, quien acaba de entrar a la cocina, me lanzó una mirada entre divertida y sospechosa, esos ojos que parecen decir que sabe algo, aunque no quiere contarlo todavía. —¿De quién hablas? —me preguntó, con una sonrisa pícara, como si ya tuviera en mente un plan para sacarme la verdad. Yo solo sonreí, dándole otro mordisco a mi galleta, disfrutando del momento, del pequeño misterio que parecía envolvernos a todos. Pero en lo profundo, no podía evitar preguntarme qué era exactamente lo que sentía, esa mezcla de inquietud y fascinación que había despertado en mí. Al parecer mi hermana no tiene idea. Y, en medio de esa incertidumbre, solo podía pensar: ¿Y qué pasará cuando vuelva a verla? ¿Seguiré siendo el mismo, o ese beso, por torpe que fuera, habrá dejado alguna huella en mí? Solo quería saber si seguía por aquí, o si ya había desaparecido en el aire, como un secreto que se escapa entre risas y galletas calientes. —Camila… —dije con un tono de burla, apoyándome en la encimera y mordiendo otra galleta recién salida del horno—. Cuéntame, ¿cómo se llama tu amiguita? La que estuvo aquí hace un rato… Ella me miró como si acabara de preguntarle si los perros tienen pasaporte. —¿Estás loco, Manuel? —soltó entre risas, como si la idea le pareciera la cosa más absurda que hubiera escuchado en el día—. A mí no me ha visitado ninguna amiga hoy, ¡y mucho menos en tu habitación! Me quedé helado. ¿Cómo que no? Yo acababa de estar con una de ellas. ¿Oh, no?
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