—No. —Solté una risita nerviosa—. Pero igual voy.
Antes de salir, él me sujetó de la muñeca.
—Recuerda quién eres, Aria. Tranquila, es tiempo que hables con ellos.
Lo miré, y por un segundo sentí que iba a llorar. Asentí. Me incliné y le di un beso en la mejilla.
—Te amo, perra.
—Y yo a ti, zorra peligrosa. Ahora ve y haz que tus padres crean que eres aún la inocente hija que criaron.
Salí del auto respirando hondo, luego esperé a Theo. Creo que del estacionamiento a mi Penthouse no demoré mucho.
Al entrar junto con Theo vi a mi madre en la sala, apareció con los ojos vidriosos y los brazos abiertos. Me abrazó con fuerza.
—¡Aria, hija, por fin!
—Estoy bien, mamá. De verdad.
—¿Dónde estuviste? ¿Estás herida?
—No, no. Solo... necesitaba tiempo. Me quedé con una amiga. Lo siento.
