Dante
Las gotas de sudor resbalan por mi frente, golpeo una vez más el saco con toda la fuerza que tengo. Mi pecho sube y baja, más gotas de sudor resbalan por mi torso.
Las cosas están justo como quiero, logre que ella aceptará el trato, la chica que contrate estará cerca de ella, pero aun no logro comprender por que hago todo esto. ¿Qué es lo que quiero realmente de ella? ¿Acaso ella se está volviendo un obsesión?.
Desde que la vi no he podido dejar de pensar en ella.
¿Qué mierda haces Dante?.
Me perdí tanto en mis pensamientos que no escuche los pasos de la persona que se atreve a interrumpirme en este momento, siento como sus manos me rodean, sus manos contra mi piel me causan repugnancia. Me giro rápidamente y la tomó por el cuello estampandola contra la pared, en su rostro se dibuja una sonrisa de esas siniestras que tanto odio y que no me causan más que asco.
—¿Qué tal querido Dante? —pregunta y presiono más mi agarre en su cuello.
—¿Qué diablos haces aquí? —pregunto sin soltarla.
—C-cancelamos la cena porque... tu... tu... no quisiste llegar... pero...
Hablaba con dificultad, sonríe y la solté para que pudiera respirar, me eleje de ella. La vi tomar una bocanada de aire, tome una toalla para secarme.
—No me interesan sus estúpidas cenas. Sabes mi opinión sobre ti y sobre lo que nuestros padres planean —digo, con frialdad quirúrgica.
—Por favor, Dante, esto puede ser algo bueno para ti y para mí. Piénsalo. No digas que no. Podrías necesitarme. Tú y yo no somos tan diferentes —responde, avanzando hacia mí con esa sensualidad calculada.
—No me compares contigo. Tú eres así por naturaleza. Yo lo fui por obligación de la vida. Pero no te equivoques… eso no me hace menos peligroso.
—¿Dónde quedó el Dante complaciente? —ironiza.
—Contigo nunca lo fui. No te confundas.
Ella sonríe torcida.
—No me digas que sigues pensando en esa mocosa… ¿cómo se llamaba? —finge pensar, llevándose el dedo al mentón—. Ah, sí… Amanda.
Mi mandíbula se tensa.
—Sal de aquí si no quieres un tiro en la cabeza. No voy a ceder a tus jueguitos de poder —mi voz es un filo helado.
Vanessa Vega. Siempre la misma. Intentando hacerme ceder como a cualquiera, pero yo no olvido. Recuerdo perfectamente cómo despreciaba a Ami, la manera en que la hacía llorar. Esa imagen jamás se borrará.
—Ay, ya cálmate —resopla—. Eran cosas de niños. Olvida lo que pasó. Podemos pasarlo bien… si decides olvidar. Me disculpé con ella, ¿sabes?
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo hiciste? —pregunto con sarcasmo.
Se pone de puntillas. Su aliento me roza la mejilla.
—Le llevé flores a su tumba —susurra.
La aparto de un empujón.
—Qué bueno por tu conciencia. No me interesa.
Ella vuelve a posar sus manos sobre mi torso. La repulsión me recorre.
—Sé que tú también le llevas flores. Bajo esa máscara fría, sigues siendo un caballero. Y conmigo podrías dejar de fingir. No eres de piedra, Dante. Solo déjate llevar… —se acerca más, sus labios rozan casi los míos.
Suelto una carcajada ronca.
—Ni loco te tocaría. Con cualquiera… menos contigo.
El golpe llega rápido. Una bofetada sonora. Mi mejilla arde, pero mi sonrisa permanece.
—Te vas a arrepentir de rechazarme —sisea, furiosa.
—Jamás. Es como la vigésima vez que te rechazo, y nunca me arrepiento. Acéptalo, Vanessa. No estás a mi altura, aunque te creas inalcanzable. No eres digna de que algún dia te llamé “mía”.
Ella sonríe con veneno.
—Ya veremos si todo sigue a tu favor. Yo soy la única que podría soportarte. Adiós, querido Dante. —Lanza un beso al aire y se marcha, contoneando las caderas.
Me paso la mano por la cara, todavía con esa sonrisa torcida.
—¿Quién carajos la dejó pasar? —pregunto a los hombres de la entrada, mi voz cargada de amenaza.
—Su padre nos dijo que se debía dejar pasar a la señorita Vega sin decir palabra alguna —respondió uno sin mirarme a los ojos.
—¿Están a servicio de él o mio? —ninguno responden— ¡Respondan!.
—Con usted señor.
—No quiero que la dejen entrar a la habitación donde yo me encuntre ¿entendido?.
—Sí señor —responden y me dirijo a mi habitación, debo tomar un baño antes de salir para ir a revisar el cargamento que ha llegado.
El agua fría cae sobre mí, arrastrando el sudor y la furia. Paso las manos por mi rostro, cierro los ojos e intento borrar la voz de Vanessa de mi cabeza. Pero su veneno es persistente. Amanda. Siempre Amanda.
La rabia me quema por dentro. No soporto que su nombre salga de su boca, mucho menos como un maldito juego, odio que Vanessa la mencione siempre, quisiera arrancarle la lengua cuando lo hace, ella no tiene ningún derecho a mencionarla.
Me visto rápido, camisa negra, pantalón a la medida, reloj de acero en la muñeca. Nada fuera de lugar. Un hombre como yo no puede mostrar debilidades, ni siquiera frente a los suyos.
Tomo las llaves del coche y salgo. El aire de la noche golpea mi rostro cuando me subo al auto. El rugido del motor llena el silencio que dejé atrás.
El cargamento debe revisarse, pero no puedo engañarme: no es lo único que me mueve esta noche.
Porque en medio de toda esta mierda, en medio del odio, hay un rostro que no puedo sacar de mi cabeza.
La hermosa desconocida. Por eso quiero conocer más de ella, porque quiero conocer quien realmente es, será tan dulce como parece o habrá algo más tras sus ojos y lo que muestra.
No sé si lo que siento me está arrastrando hacia mi perdición… o hacia mi salvación.
Nadine
Me levanto muy temprano, he pasado los últimos días preparando los arreglos para hoy y llevo conmigo la carpeta con las propuestas que, según yo, encajarán perfectamente con el ambiente que rodea a Dante. Estoy nerviosa, sí, pero quiero aparentar fortaleza. No pienso demostrarle cuánto me causa curiosidad ni cómo me hace temblar por dentro.
Lisa me ha ayudado bastante en estos días. Es una buena chica, y aunque al principio me mostré reservada, ya siento que puedo confiar en ella. Se quedará a cargo de la floristería mientras estoy fuera. Tomé mis precauciones, claro; una parte de mí sigue alerta. Sin embargo, su forma de ser y la seguridad con la que se mueve, siempre bien vestida y sonriente, me hacen creer que no es alguien que busque aprovecharse.
Me visto con unos vaqueros azules, un top color café y mi abrigo rosa.
Siempre pareciendo la chica dulce, Nadine.
Me lo recuerda la voz irónica en mi cabeza.
Respondo con un suspiro, aplico un poco de brillo en los labios y estoy lista.
Antes de salir, mi tío me detiene en la puerta.
—¿Y esa sonrisa tan tempranera? —pregunta con tono curioso.
—Tengo un pedido grande de flores, tío. Eso me emociona —miento sin pensarlo demasiado.
Sé que, cuando descubra con quién estoy trabajando, se molestará mucho. Por eso prefiero ocultarlo hasta que todo termine… hasta que los seis meses con Dante pasen rápido. Será más fácil así.
...
—Buenos días, Nadine —saluda Lisa en la floristería.
—Buenos días, Lisa.
—El transporte para las flores ya está afuera —me informa señalando hacia la calle.
Asiento al ver la camioneta estacionada. Dante insistió en enviar su propio transporte. Según él, para que no tuviera complicaciones. Yo no las tenía, ya contaba con alguien de confianza, pero era una cláusula más de su contrato, y no me quedó otra que aceptar.
—¿Me ayudas, por favor?
—Por supuesto.
—Con cuidado, quiero que lleguen hermosas.
—No te preocupes, lo haré bien.
Entre ambas acomodamos los arreglos y los aseguramos para que nada se dañe durante el viaje. Llevo además dos ramos extra, por si acaso. Lisa regresa a la tienda y yo subo al auto.
Mis nervios crecen con cada calle que me acerca a la empresa. Intento respirar hondo y relajarme, pero es inútil: sé a quién veré al final del recorrido.
Al llegar, me recibe una mujer elegante y sonriente.
—Bienvenida, señorita. Yo me encargaré de ayudarle en todo lo que necesite.
—Gracias —respondo en voz baja—. Si me indica dónde están las oficinas y las salas de reuniones, puedo…
—No se preocupe por eso —me interrumpe—. Yo me encargo. Solo dígame cuáles son de oficina y cuáles de reuniones.
La miro confundida. No entiendo. Ese es mi trabajo.
—Pero…
—El señor Di Luca la espera en su oficina ahora —añade con una sonrisa tensa.
—Pues tendrá que esperar —digo con firmeza, sorprendida de escucharme tan segura—. Primero debo terminar lo que vine a hacer. Indíqueme dónde debo colocar cada arreglo y después iré a verlo.
—P-pero… son órdenes del señor… —titubea, visiblemente nerviosa.
—Lo sé. Y cumpliré. Cuando acabe, iré con él.
No replica, pero el miedo en sus ojos lo dice todo. ¿Será Dante tan temido como jefe? Quizá. Aun así, no pienso doblegarme. No acepté este contrato para convertirme en una marioneta.
Colocaré cada flor en su sitio, terminaré mi trabajo y después enfrentaré al hombre que parece le gusta tener el control de todo, pero de mi no lo tendrá.
Solo espero que mi resistencia no tenga un precio demasiado alto.