IAN
No me detengo, sigo corriendo pese a escuchar las voces a mis espaldas. Un escalofrío recorre mi espina dorsal mientras tropiezo con la rama de un árbol.
—¡Ian, regresa!
Aquella voz no hace más que erizarme la piel. El alma se me cae a los pies cuando levanto la mirada para encontrarme con el monstruo.
—Te encontré, ya no tienes por qué correr. Todo irá bien de ahora en adelante.
Sus brazos me envuelven en su frialdad hostil.
—Yo te protegeré, ven conmigo, vamos a seguir jugando.
Esa noche comprendí que hay diferentes tipos de oscuridad: una que es fácil de ocultar y otra, como la mía, que te carcome por dentro, se instala en tu sistema como asquerosa larva hasta que deja un enorme vacío en tu interior. Esa es la peor, esa es la que te convierte en un monstruo.
[...]
Abro los ojos de golpe. A los cinco segundos suena la alarma de mi celular.
—¿Quieres apagar esa mierda?
Un cojín cae en mi rostro. Gruño y se lo devuelvo a Kabil. Después de toda la mierda que pasó hace un año, con Ozzian y Elaxi, Marvin se marchó a Texas. Abandonamos la casa en la que por tantos años vivimos para estar un departamento lo suficientemente grande para Kabil y para mí.
—¿No te enseñaron a tocar? —me incorporo de mal humor.
—Y una mierda —sostiene su tazón de cereal con fuerza—. Anoche no fue mi noche.
—No me interesa saber sobre tu vida s****l.
—Debería importarte, ya que al parecer la tuya es una leyenda, un mito, algo irreal.
—Recuérdame por qué tengo que vivir contigo —murmuro, caminando al baño.
—¡Porque soy el único amigo que te queda, maricón!
Cierro la puerta y alcanzo a escuchar su risa al otro lado. No tengo tiempo para esto. Kabil puede ser un dolor en el culo si se lo propone. Comienzo a creer que Elaxi era la única que lo mantenía a raya, pero está cabreado porque Ozzian tiene ahora toda su atención. Luego de la boda, es como si él hubiese pasado a segundo plano.
Lo cierto es que nos cuesta trabajo entender que Ozzian esté viviendo ahora en Londres, con la misma chica que todos juramos odiar hasta el final. Termino de alistarme y me preparo para ir a la facultad de leyes. Elaxi se ha encargado de ser como una puta madre, se siente con el derecho de meterse en nuestras vidas.
Es ella quien nos ayudó los primeros meses de universidad, pagando lo que hacía falta para que Kabil y yo pudiéramos regresar y terminar: él en la facultad de medicina y yo en la de derecho. También se ha encargado de conseguirnos buenos empleos para sostener esto, incluso este departamento. No pagamos renta porque es aquí donde ella vivía con Ozzian.
—Lo sé, a veces me pregunto en cuántos rincones de este sitio follaron ellos dos —mueve las cejas hacia abajo y arriba.
—Me voy —digo sin más.
—¿No quieres que te lleve?
—No.
—Hijo de puta.
No respondo. Saliendo del elevador, Kabil se queda atrás tonteando con Ana Rosa, la recepcionista. Simplemente, subo al auto, que también fue un regalo de Elaxi y que le costó seis meses para que yo lo aceptara y firmara los documentos a mi nombre. Algún día se lo pagaré, es una deuda que tengo con ella.
Mi móvil no tarda en vibrar dentro de uno de los bolsillos de mis pantalones. Nadie me llama a menos que sea importante, esa es mi regla. Ajusto el agarre en el volante y me concentro en manejar hasta llegar a la universidad, donde ahora soy el rey. Al desaparecer Ozzian, su corona nos la heredó a Kabil y a mí.
—Hola, Ian —dicen al unísono un par de chicas que pasan cerca de mí.
Las ignoro.
Nunca me he enamorado de ninguna chica, jamás salgo con nadie. De hecho, nunca he follado a nadie, un secreto que he guardado. Si Ozzian o Kabil se hubieran enterado de eso, seguramente ya me habrían comprado una puta.
Entrando al edificio, me dirijo a mi primera clase. Los chicos me saludan y solo a algunos respondo. Mi popularidad solo es la envoltura perfecta que me ayuda a sobrevivir. Realmente no me interesa ninguna de estas personas.
—Ian —me llama una voz dulce a mis espaldas.
Miro por encima de mi hombro por educación. Es una morena menudita, trae en sus manos un panque comprado de alguna pastelería cara.
—Yo... bueno... me preguntaba si...
Su amiga le da un empujón y ella suelta un respingo.
—¡Si quieres salir conmigo! —exclama, llamando la atención de todos.
Puedo sentir las miradas sobre nosotros. Jamás me ha gustado la atención. Ahora, por su culpa, la tengo.
—No —espeto con firmeza, cerrando mi casillero, tomando mis libros y siguiendo mi camino.
"Es un patán, te lo dije, nadie ha podido salir con él", escucho que le dice su amiga. Entrando al salón, paso las siguientes tres horas concentrado en mis estudios. Subir mis notas es lo único que me importa de verdad: terminar mi carrera, trabajar y largarme de este lugar.
Suena la alarma que anuncia la siguiente clase. Estoy a nada de marcharme cuando el profesor me detiene.
—Señor Howard, ¿me permitiría un minuto, por favor?
Tenso el cuerpo. Tengo práctica con el equipo de Lacrosse. Él parece entender mi silencio.
—Estoy seguro de que el Lacrosse no es tan importante como pasar sus materias, joven Howard.
No respondo nada. Me quedo hasta que el salón queda vacío.
—He estado revisando sus últimas notas. No son buenas, tampoco excelentes. La verdad es que, si no sube su promedio, va a reprobar, y todo el esfuerzo que ha hecho hasta ahora la señorita Young para que siga estudiando aquí será en vano.
—Lo sé.
—Pero no ha hecho nada al respecto. Es por eso que me he tomado la libertad de darle un consejo que sé que le ayudará.
—Soy todo oídos, profesor Well.
—Es más fácil de lo que parece: un tutor.
Joder, no. Son clases particulares. Todos sabemos que aquellos que tienen ayuda de un tutor es el equivalente a degradar tu vida social en esta escuela, y no me interesan los demás, pero hacerlo significaría una mancha social que me puede hacer menos fácil mi estancia en esta universidad.
—Si no pasa los próximos exámenes, me temo que tendrá que reprobar e intentar el año que viene.
Mierda.
—Entiendo.
—Puede buscar vacante en la dirección, llene el formulario y le harán saber si hay alguien disponible.
En la práctica no me va nada mal. Soy el líder del equipo. Cuando termina, escucho a las chicas en las gradas hablarme. Las ignoro a todas. Estoy levantando mi mochila para ir a los vestidores, doy un paso atrás y choco contra alguien.
—Auch.
Volteo y ahí está: una chica que jamás había visto en mi vida, una hermosa pelirroja de curvas, unos pechos enormes, unos ojos tan oscuros como el universo. Su tez clara parece de porcelana. Tiene su cabello recogido en un moño alto con algunos mechones sueltos. Ella me sonríe.
—Lo siento, fue mi culpa —respondo.
—No, he sido yo. No debí llegar por detrás. Si te soy sincera, me daba un poco de miedo acercarme a ti; dicen que no tienes tacto con las chicas —me pierdo en su sonrisa.
¿Esto es lo que sintió Ozzian cuando vio por primera vez a Elaxi?
—Bueno, mi nombre es Reagan —estira su mano en mi dirección.
Hipnotizado, respondo a su gesto y alcanzo a escuchar algunas exclamaciones de las chicas sentadas en las gradas más cercanas a nosotros.
"¿Ya viste? La saludó, a ella sí la saludó."
"Pues claro que la saludó, es Reagan, la chica más guapa."
"Qué envidia."
La miro a detalle; parece no afectarle lo que dicen de ella, eso me agrada, y mucho.
—Ian.
—Lo sé —ensancha más su sonrisa—. Sé que te sonará extraño, pero me preguntaba si me podrías dar tu número.
No es la primera chica que me lo pide; a todas las mando a la mierda, pero ella me gusta, joder, en verdad me gusta.
—Claro.
Me da su móvil y no tardo en anotar mi número para luego devolvérselo.
—Muchas gracias —se pone en puntillas y me da un beso en la mejilla—. Ian Howard.
Huele a fresas y a perfume con notas cítricas. La observo alejarse en medio de un contoneo de caderas; la falda que trae puesta apenas le cubre el culo, tiene un par de piernas en las que me quisiera colocar en medio.
—Vaya, vaya, pero ¿qué veo aquí?
El encanto se rompe y vuelvo a mi estado nocturno.
—Alguien ha llamado la atención del gran Ian —Kabil se recarga sobre mi hombro mientras mira en dirección a Reagan.
—¿La conoces?
Él parece sopesar mi pregunta.
—Reagan Withe, porrista de tu maldito equipo de Lacrosse. Supongo que nunca la habías visto porque acaba de regresar de Francia; se fue una temporada allá, nadie sabe por qué. Es de las populares, ¿te gusta?
—Eso no es asunto tuyo.
No digo más. Me voy a los vestidores, me doy una ducha sin poder sacarme de la cabeza a esa chica. Al llegar a la dirección, lleno las formas con mis datos para que me puedan ayudar a encontrar a un tutor. Estoy tan concentrado, hasta que alguien se tropieza delante de mí, tirando un reguero de documentos.
—Mierda —dice una voz femenina.
Levanto mi mirada. Una chica pelirroja que no tiene nada que ver con la chica de esta tarde está en el suelo, en cuclillas, tratando de ordenar todos los documentos que están esparcidos sobre las baldosas. Su cabello es tan rojo como el de Reagan, solo que no tiene tanto brillo; lo tiene suelto, es largo, le llega hasta la cintura. Su piel también parece de porcelana.
—¡No otra vez, Piper! —exclama la secretaria del director.
—Lo siento, tropecé. Ya me encargo, en un minuto los tengo ordenados.
—Siempre es lo mismo contigo.
Sus ojos son de un azul demasiado claro, con un iris tan n***o que no puedo evitar pensar que eso es lo único hermoso que tiene la chica. Ligeras pecas adornan su rostro perfilado; tiene unos labios hinchados y rosados. Tal vez con un poco de maquillaje podría mejorar, pero no es tan hermosa, al menos no ante mis ojos.
Y su vestimenta deja mucho que desear; trae un peto azul marino, con una blusa negra de manga larga. Una parte de los tirantes está mal abrochada, lleva tenis Converse negros y una blusa a cuadros blancos y negros de botones abierta, que ayuda con el look de granjera.
—Disculpa.
Salgo de mi trance; ella ahora está delante de mí, de rodillas.
—¿Podrías?
Enarco una ceja con incredulidad, hasta que me doy cuenta de que estoy pisando una hoja que ella quiere recuperar. Levanto el pie y ella la alza.
—Gracias —murmura sin mirarme, con la cabeza gacha.
Se aleja y vuelvo a lo mío; solo me falta llenar una hoja.
—¿Tienes algo para mí?
Su voz es suave.
—Me temo que no, Piper. Siempre vienes aquí, pero no hay nadie; todos piden a tu hermana.
—Entiendo, bueno... avísame si tengo a alguien.
—Claro, pierde cuidado.
La chica pasa junto a mí; no la miro, pero su olor a lavanda mezclada con bosque silvestre inunda mis fosas nasales.
"Pobre chica, ha de ser difícil vivir a la sombra de su hermana."
"Tampoco es víctima; ¿cómo quiere gustarles a los chicos si se viste de esa manera? Debería ser más femenina, no parecer una chica de pueblo, perdida."
"No seas cruel, es una alumna, no deberíamos ser así."
"Nadie quiere nunca trabajar con ella; todos eligen a su hermana."
"Bueno, si hacemos una comparación, ¿quién no elegiría a su hermana?"
Las risas de las secretarias me ponen de mal humor. Termino, entrego la forma y me largo de ese sitio, aun con la fragancia natural de la chica pegada en mi piel. Cruzo el pasillo que da directo a la salida.
—Vamos, nena, ayúdanos.
Tres chicos del equipo de fútbol americano tienen acorralada a la misma chica de hace un momento.
—Solo tienes que darnos el número de tu hermana. Anda, si te portas bien —uno de ellos agarra un mechón de su cabello y lo olfatea como animal en celo—. Tal vez podríamos darte un poco de atención, ya sabes.
—No quiero nada de ti —la chica le da un empujón.
Pensé que era una enclenque más, pero su mirada está llena de salvajismo, de rabia, de oscuridad.
—Vaya, la mustia ha sacado las garras.
Paso de largo junto a ellos; no me meto en problemas que no son míos. Salgo del edificio, pero antes de cerrar las puertas, miro por encima de mi hombro, viendo cómo ella le da una patada en las bolas al tipo y sale corriendo hacia la otra dirección. Lo último que veo es su cabello rojo ondeándose por la frenética carrera hasta que desaparece de mi campo de visión.
—¡Esa perra me las va a pagar! —brama el imbécil.
Y con esto, subo a mi auto, viendo a lo lejos a la chica pelirroja correcta, a la chica de ojos negros que me sonríe a lo lejos, levantando la mano para despedirse. Enseguida suena mi móvil y se trata de un mensaje de texto de un número que no tengo registrado.
DESCONOCIDO: ¿Nos vemos esta noche?
Levanto la mirada; Reagan está tecleando en su móvil, rodeada de sus amigas que no dejan de parlotear y que ella ignora por mensajearse conmigo. Me sonríe y vuelve a escribir.
DESCONOCIDO: En la cafetería Dunts Roll, a las nueve, no faltes.
Sopesando mis opciones, esta chica es la primera que me interesa, por lo que no tardo en responder.
IAN: Ahí estaré.
Tal vez no sea tan malo salir con una chica después de tanto tiempo estando soltero; ¿qué podría pasar? Después de todo, Reagan Withe me interesa, y mucho. Ella va a ser mía.