Capitulo 5. Una chispa se enciende

1534 Palabras
— ¡Yo necesitaba alguien que pueda realizar los gráficos no una monja!!! — vociferó William delante de Betty y Simi. Esta última enrojeció de vergüenza. Betty suspiró molesta. William no solía ser una persona difícil de tratar pero ese día estaba insufrible. Estaba tentada ella misma de llevarlo en su propio auto a La Mazmorra para que descargase tensiones. Sí, Betty estaba absolutamente al tanto de cada detalle de la vida y los negocios de su jefe, y eso incluía La Mazmorra. Aunque no había sido así desde un principio. Le costó tiempo a Betty ganarse la confianza de William. Pero lo había logrado... — Está es Simone, trabaja en el sexto piso. La mandaron de Recursos Humanos y puede hacer el trabajo requerido — le explicó cómo si se tratase de un niño pequeño haciendo una pataleta. Las bolsas de todo el mundo habían caído, por la creciente tensión entre Estados Unidos y China, de ahí el mal humor de su...empleador. — Mucho gusto señor Wallace — dijo Simi dando un paso al frente intentando que la voz no le temblara, aunque por alguna razón se sentía nerviosa en la presencia de ese hombre. William miró a la mujer que tenía enfrente. — ¿ Tú, como dijiste que era tu nombre ??? — le ladró directamente a ella. — Simi...Simone Collins — respondió ella intentando mantenerse firme. — ¿ Y tú SIMI , crees que eres capaz de hacer este trabajo ? — a él no se le había escapado que la joven le dijo su apodo antes que su nombre. A William nada se le escapaba. — Si señor — Ok, déjanos solos Betty — la secretaria asíntió con la cabeza y salió prontamente. William se acercó a Simi para observarla de cerca. La joven olía a jazmín. Se dió cuenta de cerca que debajo de los lentes tenía unos ojos preciosos amarillos. De repente una curiosidad, que nada tenía que ver con lo laboral, invadió a William. Se sintió como un gato inspeccionando una caja antes de entrar en ella. — Dame tu blazer — le ordenó con voz firme. Con la clase de tono de voz que utilizaba más habitualmente con sus spankees y no con sus empleados, no supo en el momento porqué lo hizo. Le salió naturalmente. — ¿ Pe... perdón? — ¡ Que me des el puto saco ! Simi tembló. William lo percibió y se arrepintió de haberle gritado. Trató de recuperar la compostura y no mezclar las cosas. Estaban en su empresa en horario de trabajo, se recordó para sí mismo. — Necesito que te sientes en mi sillón de oficina y me muestres de lo que eres capaz en mi computadora...el saco va a estorbarte, si me lo entregas puedo colgarlo en el perchero — le dijo de la manera más civilizada posible. Simi asíntió con la cabeza y se sacó la prenda. Aunque estaba cubierta del cuello a las rodillas por alguna razón sintió como si se estuviera desnudando. Como si estuviera a un pie del cadalso, le entregó el blazer. William aprovechó para pasar por detrás de ella y observar su trasero marcado por la falda lápiz. Se dió cuenta de que la joven intentaba ocultarse bajo la ropa. Que tenía un brassier que aplastaba su pecho, pero no podía ocultar la curva perfecta de su trasero. Repentinamente se olvidó del conflicto entre Estados Unidos y China, que las bolsas estaban cayendo, que estaba perdiendo dinero y que estaba en su lugar de trabajo. Por un momento todo lo que quiso fue tenerla con poca ropa en sus rodillas, y sus dedos le picaron con la anticipación que sentía previo a una sesión de spanking. — ¿ Dónde quiere que me ponga ? — le dijo ella toda inocente. Y él estuvo tentado a decirle que sobre sus rodillas pero se contuvo. Colgó el saco de la chica e intentó tranquilizarse usando un método de control de respiración oriental. Luego se dió vuelta y la enfrentó. — Ven por aquí — le dijo y la guió a su sillón. Él tenía cuatro pantallas. Pero solo una iba a utilizar ella. Le explicó lo que quería, pues deseaba verla en acción y se colocó a sus espaldas. Desde arriba pudo ver que el cabello de la joven era de un profundo color n***o, como el ónix, que contrastaba con su piel clara. Que su cuello tenía una curva perfecta y delicada de cisne, y tenía dedos largos y delgados en sus pequeñas manos. Cómo una pianista. Mientras ella tecleaba en la computadora, con un nerviosismo palpable que no evitaba que completara con agilidad su tarea sé le ocurrió a él preguntar : — ¿ Tocas el piano ? Simi se congeló por un momento. Desde que él había muerto no había vuelto a tocar el piano. Dejó de utilizar el teclado por un instante, sus dedos congelados en el aire. — Solía hacerlo — le dijo finalmente en voz alta. Él continuaba a sus espaldas — Tienes manos de pianista — su madre había tocado el piano. Quería hacer una carrera de ello, entonces quedó embarazada de ella y dejó todo. Aún conservaba el piano en su casa. — Mi madre lo era — contestó ella en voz baja. William se dió cuenta que tocó una fibra sensible en ella. Si algo sabía William era leer a las personas. Y honestamente no tuvo intenciones de perturbarla. — Puedes continuar... Ella retomó su trabajo hasta concluir el gráfico. Él observaba desde atrás con los brazos cruzados. La joven era realmente buena y rápida. — Ya terminé señor — dijo Simi y lo miró por sobre el hombro. La expresión de él no le transmitía nada. William levantó su teléfono y llamó a su secretaria. Simi no entendía bien lo que ocurrió. ¿ Había hecho algo mal ? La mujer de cabello oscuro, cercana a los 50 años alta y delgada de gesto adusto pero atractiva para su edad de hecho tenía un aire a la actriz norteamericana Jamie Lee Curtis, abrió la puerta de la oficina. — Si William, dime... — La monja se queda. Quiero que le instalen un escritorio en esa esquina — señaló un espacio en diagonal a su escritorio. La oficina de William era enorme. Tenía un sofá de cuero muy grande y baño privado. — Habrá que correr el sofá — le dijo Betty. — No hay problema, hagan lo que sea necesario. — le dijo mirándola serio y Betty no discutió. — Ningún problema, me encargaré de ello — dijo afirmando con la cabeza y salió. Una vez que Betty cerró la puerta se dió vuelta y se sentó sobre el escritorio frente a la joven, de manera casual. La miró desde arriba. — Mírame a los ojos Simi, ¿ así te dicen no? ¿ pero tu nombre es Simone ? — Si señor — dijo y alzó su mirada. William quería sacarle los lentes para ver mejor sus ojos. Antes de que Simi pudiera detenerlo, le quitó las gafas. Y observó a través de ellas, no tenían aumento y si lo tenían era muy poco. ¿ Quizá un filtro para proteger su vista de la luz de la computadora ?. — ¿ Qué hace señor ? — ¿ Los tienes para darles alguna clase de utilidad o solo para ocultar tu belleza inusual ? Simi no le respondió. Solo tragó con nerviosismo. — Tal y cómo lo supuse. Es camuflaje. Así que dime querida, ¿ eres Diana Prince o la Mujer Maravilla ? — ella le sacó las gafas y se las volvió va colocar. — No sé de qué me habla Él asintió con la cabeza y una semi sonrisa se asomó en la comisura de sus labios. — Trabajarás aquí, conmigo. Necesito puntualidad. No siempre podrás salir a comer, muchas veces deberás tomar el almuerzo acá. Y quizá en alguna ocasión te quedes más tarde de tu horario habitual, ¿ Entendido ? Simi quiso decirle que no, tomar su blazer y huir de ahí a esconderse. El hombre tenía una forma de verla que la hacía transpirar. Era como si pudiera leer sus pensamientos más profundos y Simi no quería tener a ese hombre dentro de ella. Una imagen erótica que no tenía nada que ver con su línea de pensamiento, se atravesó en su cabeza. William era un hombre que tal vez le llevaba media cabeza, era delgado pero fuerte, tenía una agradable sonrisa y dentadura perfecta. Cabello del color de las llamas amarillas del fuego, ni rubio ni colorado, y unos ojos azules llenos de secretos. Llevaba su camisa arremangada así que podía ver su vello rojizo en sus antebrazos fuertes. Por primera vez desde que él, su tutor, se había muerto sintió una chispa encenderse. Se sentía como una muerta a la que le habían dado resucitación con las paletas pasando electricidad por su cuerpo, y mal que le pesara, todo era por su nuevo jefe... Una parte de ella quería quedarse a vivir en esa oficina para ver qué podría surgir de ese sentimiento y otra, la niña temerosa que aún vivía dentro de su mente, salir de allí huyendo...
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