Salgo del hospital caminando con una calma casi teatral. La noche ateniense cae sobre mí como un viejo abrigo de sombras, cómodo y lleno de secretos. Las farolas parpadean cuando paso bajo ellas. Me reconocen, o tal vez tiemblan.
La ciudad entera debería temblar con mi hermosa presencia.
El rey del Inframundo camina entre mortales, pero nadie lo sabe.
Aún...
Aprieto la mandíbula mientras mis pensamientos se enredan con el nombre que acaba de perforar mi existencia.
"Hanna."
Esa chica no debería existir.
Su sangre tiene algo. Su pulso, su mirada descompuesta, su tatuaje con forma de diamante rojo... Todo en ella grita que no es solo una humana más. Y si Scott es quien creo que es, quiere decir que el perro fiel del Vaticano, el asesino de los míos y el último bastión de una causa muerta, entonces ella es la llave perfecta para mí.
La llave de una puerta que incluso yo mantuve cerrada durante siglos.
—Ya te vi hacer esa cara otras veces y siempre termina en fuego —murmura Parker, reapareciendo junto a mí como un mal perfume. Trae a Nerón con él, que jadea contento con sus tres cabezas, ignorante de la oscuridad que se respira en mis pensamientos.
—Deja que Nerón salga a estirar las patas —le digo, dándole una palmadita a una de sus cabezas—. No todos tienen el privilegio de estar vivos mientras están muertos. ¿Verdad, Parker?
—Sigo diciendo que me debes una eternidad de vacaciones —gruñe él, dándome la espalda mientras seguimos caminando hacia un callejón—. ¿Y esa chica? ¿Qué tiene?
—Es una aberración —respondo, casi con deleite—. Un error divino. Tiene el sello de un linaje prohibido.
Parker se detiene en seco y me mira, ahora sin ironía.
—¿Estás hablando en serio?
—Sí. Lo sentí cuando toqué su mano. Es como si parte de ella no perteneciera a este mundo... ni al que era tuyo, ni al mío.
—Crees que... ¿qué es ella?
—Es de sangre mixta —confirmo, girando hacia él con los ojos como carbones encendidos—. Humana. Celestial. Y algo más. Algo... que todavía no logro descifrar.
Un silencio pesado cae entre nosotros. Que hasta Nerón deja de jadear.
—¿Vas a matarla?
Sonrío.
La pregunta es estúpida, pero válida.
—No —respondo, con frialdad—. Voy a observarla y cuando florezca, cuando se dé cuenta de lo que lleva dentro, la elegiré. O puede que tal vez, la destruiré. Lo que ocurra primero.
Parker bufa.
—No puedes tener otra Sara en casa. Esa historia ya acabó.
Mi sonrisa desaparece.
—No menciones ese nombre —le advierto con voz baja y peligrosa.
Un escalofrío le cruza el cuerpo. Bien. Así es como debe estar cualquier criatura ante su rey.
—Está bien, está bien... olvidado. Pero Aaron, si ella es lo que sospechas, el Vaticano también lo sabrá, y no van a quedarse de brazos cruzados.
—Lo sé. Y por eso... voy a darles algo que no puedan ignorar.
Me detengo frente a una iglesia. Antiguo templo reconvertido, oxidado por siglos de falsa fe. Levanto la mano, y el aire se enrarece.
—Aaron, no... —comienza Parker, pero es tarde.
Chasqueo los dedos.
La cruz se revienta. Los vitrales explotan. El fuego brota desde dentro como una lengua viva, y en menos de un minuto, el edificio entero se convierte en un altar para mi furia.
Una advertencia.
"He regresado."
†††
En el Vaticano
Horas después, en los pasillos del Vaticano, una alarma suena. Los monitores se tiñen de rojo. El cardenal Gregor despierta sobresaltado y corre hacia la cámara de vigilancia celestial. En la pantalla, una palabra aparece escrita entre las llamas, grabada en el concreto fundido del templo destruido.
"Hanna."
—¿Qué demonios? —susurra, el cardenal Gregor.
Y un eco responde desde la penumbra.
"No demonios. El demonio."
†††
Punto de vista de Aaron
A la mañana siguiente, estoy de regreso en el parque frente al hospital. Visto de civil, como un vulgar humano. Camisa blanca, gafas de sol. Nadie sabe que bajo esa fachada habita la ruina de miles de almas.
Estoy hermoso.
Hanna aparece. Cojea un poco, pero se ve entera. Trae una venda en el brazo y un libro bajo el brazo. Frunzo el ceño porque ayer no era tan grave la situación.
Me acerco con cuidado.
—¿Otra vez tú? —dice, con una mezcla de sorpresa y sonrisa.
Esa sonrisa. Esa maldita sonrisa.
—Tienes una deuda conmigo, princesa —le digo, con tono burlón.
—¿Princesa? —pregunta, ladeando la cabeza.
—Así es como se les dice a las chicas que nacieron para incendiar imperios —le guiño un ojo—. O destruir reinos. No sé eso debes decidirlo tú.
Ella se ríe.
Esa risa no tiene idea de lo que arrastra, pero yo sí.
Y esta vez... no pienso perder.
—¿Incendiar imperios? —repitió, Hanna, con una sonrisa ladeada—. Vaya, suenas como esos tipos raros que escriben poesía en servilletas.
—¿Y si te dijera que también los quemo? —respondí, con calma, deslizándome a su lado en la banca del parque, cuando ella se sentó.
Ella me miró con un brillo divertido en los ojos. Aún no me temía. No había escuchado mi verdadero nombre pronunciado en una lengua antigua. No había visto mi sombra proyectarse sin luz.
Aún era libre... de mí y de todos.
—¿Estás bien? —le pregunté de forma casual, pero mis ojos escanearon su cuerpo herido con precisión—. Vi lo que pasó anoche... en alguna parte.
—No sé qué me pasó. Me desmayé, creo... —murmuró, bajando la mirada al vendaje en su brazo—. Dicen que fue un shock... pero no recuerdo nada después de ver a mi padre.
Scott.
El nombre se clava en mí como una espina vieja. Ese bastardo sigue moviéndose entre humanos, como si no fuera uno de los responsables de la masacre de los míos.
—Él no es quien dice ser —le dije, sin rodeos.
—¿Papá? ¿Cómo lo conoces entonces?
—Digamos que hemos compartido enemigos en el pasado —frunció el ceño.
—¿Y tú cómo sabes todo esto? Apenas me conoces. No, apenas nos conoces.
La miro muy despacio y sonrío devuelta.
—Conozco muchas cosas que la gente olvida que existen.
Ella guarda silencio. Las ramas crujen bajo el peso de una brisa fría. Nerón, oculto entre los árboles, nos vigila sin intervenir. Mi buen cachorro.
—Soñé con fuego —murmura de repente, con la voz quebrada—. No eran llamas normales... eran negras. Como si el fuego viniera desde abajo.
La observo con atención. Eso no es un recuerdo inducido. Es algo que despierta en su sangre.
—¿Y qué viste en el fuego?
Ella me mira.
—A ti.
El aire deja de fluir y todo en mi cuerpo se vuelve hielo.
—Estabas parado sobre un río de cuerpos y detrás de ti, había una ciudad en ruinas. Dijiste mi nombre. Lo dijiste como si me conocieras desde antes.
Lo hago.
Pero no lo digo en voz alta. No era necesario darle esa información.
—Eso no fue un sueño —respondo, con voz baja.
—¿Entonces qué fue?
—Una advertencia.
Ella se tensa.
—¿De qué?
La miro, y por un instante, dejo que mis ojos cambien. Solo por un segundo. Lo suficiente para que vea lo que soy. No un hombre, y, mucho menos un monstruo.
Un rey.
Ella retrocede un centímetro, pero no grita.
No huye.
¿Valiente o demasiado tonta?
—Tú no eres humana del todo, Hanna —le digo con voz grave—. Y hay quienes te buscarán por eso. No para salvarte y tampoco para protegerte.
—¿Quiénes?
—El Vaticano. El Cónclave n***o y los que incluso yo, no puedo nombrar.
—¿Y tú? ¿Qué eres tú?
Sonrío, sin mostrar los colmillos.
—Soy el que hace que se arrodillen cuando se cansan de orar.
Ella traga saliva. La duda y el miedo chocan en su rostro, pero hay algo más. Una chispa. Una extraña conexión que la confunde.
—¿Y por qué me ayudarías?
—Porque si no lo hago yo —me inclino hacia ella, lo suficiente para que huela el azufre en mi piel—, nadie lo hará.
—¿Qué quieres de mí?
Ah... muchacha inteligente.
—Lo que tienes dentro. Lo que aún no sabes que puedes liberar y cuando lo hagas... —mis dedos rozan la venda de su brazo. La marca bajo ella brilla débilmente, como una herida viva—, quiero estar allí para verlo arder todo.
El fin del mundo para el Vaticano.
†††
Mientras tanto, en el Vaticano...
Las puertas del archivo sellado se abren tras una contraseña de sangre. Un sacerdote anciano camina con pasos cansados hasta el último anaquel. Ahí, entre polvo y crucifijos oxidados, reposa un solo libro.
El Registro de Sangres Perdidas.
Lo abre y va a la página 113, línea 7.
"Nacida de unión impura, hija del fuego caído y la caridad eterna. El sello se manifestará cuando sangre y sombra se encuentren en el dolor."
Nombre: Hanna M.
Marcada como: Prioridad Roja. Ejecutar antes del despertar.
El anciano cierra el libro.
—Llamen a Scott y preparen el arma. El Inframundo ha despertado y quiere venir a la tierra.