Prefacio

1095 Palabras
Dicen que el infierno está lleno de pecadores. Mentira. El infierno está lleno de hipócritas. De mártires fallidos, de santos de barro que gritaron; —yo nunca— hasta que yo llegué y les ofrecí exactamente lo que no podían rechazar. Aquí no hay fuego eterno ni castigo divino. Solo hay deseo. Crudo, indomable y sucio. Yo soy su amable regente. Yo soy la voz en la tormenta. El susurro en tu oído cuando crees estar solo. El monstruo al que rezas cuando tu Dios ya no responde. Mi nombre es Aaron Ferluci. Rey del Inframundo. Príncipe del Caos. Hijo bastardo del cielo y heredero de la oscuridad. No nací para salvar almas. Nací para corromperlas y lo hago con elegancia. Con perfección y me agrada. Tengo una sonrisa que devora, con ojos que arden como brasas y una lengua que promete todo lo que no mereces. Porque tú no viniste aquí buscando redención. Viniste buscando venganza. Poder. Libertad. Y eso... eso es exactamente lo que yo vendo. No necesariamente te lo voy a dar. Como dije, depende de mi estado de ánimo y que tan bondadoso me sienta en ese momento. Reduzco condenas de muchas décadas, a solo un par. Mi trono está tallado con los huesos de los valientes. Mi corona fue forjada con las lágrimas de los traidores y mi reino... mi reino arde con los secretos que nunca te atreviste a confesar. Pero no te preocupes. Pronto vas a confesarlo todo. Aquí abajo nadie miente. Digamos que no les quedan fuerzas para eso. Y ella... esa mujer alegre. Ella no debió entrar en mi territorio, pero lo hizo. Una cazadora con alma de llama y corazón herido. Creyó venir a purgarme. A matarme y a salvar a los suyos. Pobre criatura... ingenua. ¿Acaso no sabían que los dioses también caen? No yo. Bueno... yo también. Y mi verdadero infierno empieza cuando yo me enamoro. Suspiro, dejando ese tema hasta ahí, porque todavía no me ha pasado. Ahora estoy en un incendio, siendo el más noble y valiente bombero. No salvo a nadie, solo busco al más débil de mente y pecador para llevarlo a casa. El fuego no me quema. Me abraza, me reconoce y me adora. Camino sobre las ruinas humeantes de una iglesia como quien pasea por su palacio. Cada chispa que salta entre los escombros parece inclinarse ante mí, en modo de respeto y que lo deje seguir ardiendo un poco más. Soy el principio del fin y esta noche... estoy hambriento. Observo y no intervengo. Los humanos corren entre gritos, ceniza y llanto. No veo a muchos queriendo ayudar al débil. Sus trajes rojos, sus sirenas, sus rezos... Todo inútil, todo muy ridículo. ¿Para qué orar? Las oraciones ya no hacen efecto si llegué yo. Una niña con los ojos grandes y sucios me mira entre lágrimas. Sostiene el c*****r de su madre. Le tiembla la voz mientras repite una oración que no salvará a nadie. —Padre nuestro que estás en el cielo... Lo dudo por un momento, al escucharla. Me detengo frente a ellos. El alma de la madre flota ya a medio metro del suelo, está demasiado confundida. Presa del miedo y presa mía. —Hermoso, ¿no crees? —hago una mueca de desagrado. Reconozco esa voz antes de que el humo se disipe. Parker. Siempre aparece cuando el caos empieza a calmarse. No lo miro porque no necesito hacerlo. Sus alas grises cortan el aire con esa dignidad fingida que tanto me divierte. —Llegas tarde... como siempre. Nunca puedo contar contigo para la diversión —le respondo, con voz baja, pero cargada de todo mi veneno. —Charlotte quiere ir a la superficie —dice, directo como siempre—. A visitar la manada de Ares. Quiere ser el ángel de la guarda allá. —¿La pequeña Charlotte quiere vacaciones? —me río. Suena hueco, oscuro, como una g****a abriéndose en el infierno. No es loba, no tiene por qué ir a donde no la llaman. Charlotte es mía. Un ángel desterrado de alas blancas manchadas por el fuego. Mi creación más perfecta y la joya de mi corona. Mi perfecta pupila, que se dejó corromper como Parker, pero terminó siendo mujer de Parker y ahora viven en armonía fingida en el Inframundo. Pura mierda. —Dice que tuvo visiones —añade Parker, incómodo—. Los espíritus le hablaron. Quiere saber si Ares nos oculta algo. ¿Visiones? Los malditos ecos de lo que alguna vez fue su pureza siguen hiriéndola. La tocan cuando yo no estoy mirando y eso... eso me irrita. Charlotte fue otra Ayla. No me gusta que todo lo mío deba ser lastimado o herido cuando nadie está haciendo nada y solo estamos metiendo mano por aquí y por allá, para que el mundo tenga gente corrupta y mala. —Todos ocultan algo, Parker. Incluso tú —le digo con desprecio. Él baja la mirada. Siempre lo hace. Yo no olvido y no, yo no perdono. Me agacho junto al cuerpo de la mujer muerta. Sus ojos vacíos aún brillan con el reflejo del fuego. Los cierro con suavidad, como si estuviera dándole un último beso. Uno amable y lleno de respeto para seguir su camino a casa. —Ella vendrá conmigo. No tiene permiso. Cumplió sus condenas, pero debe trabajar para mí una temporada. No hay más vacaciones —digo, refiriéndome a Charlotte—. Ya sabes las reglas y es tu mujer, puedes explicarle las cosas. No eres un adolescente. Eres el maldito demonio que se metió en el cuerpo de un niño. Tienes mil años, no sé, controla a Charlotte. Se hace silencio y me levanto. El fuego a mi alrededor se agita, se inclina y tiembla ante mi voz. —Nadie entra al Inframundo sin pagar un precio. Charlotte... ella sigue en deuda conmigo. Dile eso. Más adelante puede que la deje ir. Parker se remueve incómodo, pero asiente. No tiene elección. Nadie la tiene, no cuando yo decido. —Prepara el camino de vuelta —le ordeno—. Y dile que si va a buscar verdades... tendrá que atravesar mi infierno y ver si es merecedora de pisar la superficie. Me giro, y al hacerlo, el fuego se aparta. Los gritos de los humanos se hacen más lejanos. Mi reino me llama y yo, como siempre, respondo. Soy Aaron Ferluci. Ángel caído y rey del Inframundo. Y esta noche... el mundo volverá a temblar con mi nombre. La iglesia se derrumba, haciendo un completo desastre en llamas.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR