Capítulo Tres

2349 Palabras
POV de Jamie-Lee  —¡Hey, Leeway! —llegó una voz arrogante mientras trato de abrir la puerta de mi coche mientras equilibro un café en una mano y una pila de archivos en la otra. Cerrando los ojos, oro por fuerza antes de darme la vuelta con una sonrisa forzada para enfrentar a Caden Star, el futuro Alfa de nuestra manada y la única otra persona que no me llama Lee. No tengo idea por qué me llama Leeway, pero lo ha hecho desde que éramos niños y cuanto más reaccionaba a ese nombre horrible, más placer tomaba en usarlo. —Caden —respondo con frialdad—, qué sorpresa, no pensé que el heredero de un Alfa tuviera que ensuciarse las manos con trabajo real, ¿no tienes una falda que perseguir o algo así? —añado con una dulce sonrisa. Es musculoso, como todos los Alfas, y su fuerte mandíbula y su aire de autoridad hacen que la mayoría de las mujeres se desmayen cuando pasa. Su cabello n***o complementa mis largas hebras marrones. Nuestras características son tan opuestas como nuestras personalidades, un recordatorio físico para todos de cuánto no nos llevamos bien. El hijo del Alfa, Caden, es un imbécil arrogante y, a los veinticinco años, aún no ha encontrado a su compañera, lo cual creo que le alegra, ya que significa que puede seguir persiguiendo a las lobas de la manada que están más que dispuestas a acostarse con él si los rumores son ciertos. Hay preocupación en toda la manada, susurros de que tal vez la compañera futura del Alfa ha muerto, pero si Caden era consciente de los rumores, no lo dejó ver. Es raro que un Alfa no encuentre a su compañera en los dos años posteriores a su madurez y, aunque solo lleva un par de años más allá de eso, con la cantidad de lobas que han desfilado por las tierras de la manada en las ceremonias sin encontrar pareja, más miembros de la manada entran en pánico. Frunce el ceño mientras se acerca a mi espacio personal, dominando mi pequeño cuerpo de 1,67 centímetros con su constitución de 1,90 centímetros. A pesar de que me supera en altura, me niego a mostrar incomodidad y simplemente le miro de reojo, manteniendo mi expresión despreocupada. —Solo vine a desearte buena suerte esta noche —responde en voz baja—. Me enteré de que hoy en la noche es tu ceremonia, algún guerrero de rango bajo estará muy feliz. Resoplo. —Wow —respondo, mi voz como sirope—, un guerrero de rango bajo, piensas tan bien de mí, habría jurado que esperarías que me emparejara con un Omega. Caden agita la mano. —Por favor, eres material de Beta —suspira dramáticamente—. Incluso tú no podrías avergonzar tanto a tus padres. Me contengo de rodar los ojos, imbécil.  —Bueno, sea quien sea, estoy segura de que no importará una vez que me encuentre con su mirada —respondo, negándome a picar el anzuelo—. Cuando lo encuentre, me amará y yo lo amaré, no importa si es el Omega más bajo para mí, seguirá siendo mío. También sé que mis padres lo aceptarán, quienquiera que sea, a diferencia de algunas personas, ellos no juzgan el valor de un lobo por su rango —añado con una sonrisa burlona. Mi sonrisa se ensancha cuando la mandíbula de Caden se tensa, y disfruto perversamente el irritarlo. Cuanto más nos acercamos a mi ceremonia, más ha intentado sacarme de quicio hablando de estar emparejada con un lobo de rango bajo o incluso de no encontrar a mi compañero. Nunca le he dicho que en realidad no quiero que se escuche el llamado de mi lobo. Sin duda, el idiota cambiaría de táctica y empezaría a llamar a los lobos para que se acerquen a mí mientras hace comentarios sobre lo bien que combinaríamos si supiera. Caden se acerca y mi espalda se presiona instintivamente contra la puerta de mi coche mientras se inclina sobre mí, sus ojos grises y acerados clavados en los míos.  —Bueno, solo tendremos que esperar y ver, ¿verdad, Leeway? —gruñe. —Aléjate, Star —viene una voz de piedra a nuestra derecha y ambos nos damos la vuelta para encontrar a Hadley, el mejor guerrero de la manada, de pie cerca, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras mira con desprecio a nuestro futuro Alfa. Hadley era un niño sin familia, descubierto en las fronteras de la manada apenas unos días después de nacer, envuelto en una manta sin ninguna nota. La patrulla de fronteras lo trajo y lo entregaron a una de las parejas guerreras que no podían tener cachorros, quienes lo criaron como si fuera propio. Normalmente, a un niño sin hogar lo cría una familia clasificada, pero como tanto la Luna como la Beta estaban embarazadas y la Gamma aún no tenía compañero, se decidió darlo a una de las parejas guerreras en su lugar. Hadley es imponente, mide seis 1,94 centímetros y tiene a todas las lobas babeando por él debido a sus músculos. Ashleigh y yo quizás pasamos algunas de nuestras fiestas de pijamas de la adolescencia riendo por una foto que ella tomó de él en el gimnasio. Su brazo es una manga de tatuajes intrincados que resaltan en su piel bronceada contra la camiseta blanca que lleva hoy. Su espeso cabello marrón cae sobre sus ojos mientras fulmina a Caden, quien le devuelve la mirada con veneno. —¿Qué te importa, Carrington? —escupe Caden, sin apartarse ni un centímetro de mí. Hadley da un paso adelante, sin apartar los ojos del Alfa. —Retrocede antes de que te haga alejarte —gruñe. Caden se burla. —Por favor, ¿crees que puedes conmigo? —provoca, aunque se aleja, dándome suficiente espacio para girar rápidamente y desbloquear la puerta de mi coche, abriéndola y deslizándome por la pequeña abertura hasta el asiento del conductor. Cubriendo la distancia entre ellos, Caden se acerca al rostro de Hadley, los dos enfrentándose mientras lanzo mis cosas en el asiento del pasajero a mi lado. —¿Tienes un problema, guerrero? —el Alfa escupe, e incluso puedo sentir su aura de Alfa irradiando de él. —Tengo un problema con cualquiera que intente intimidar a una mujer porque es un débil de mierda —responde Hadley con calma. Caden gruñe, acercándose lentamente hasta que ambos están casi nariz con nariz. —Solo estoy siendo amigable, Carrington, esta noche es importante para nuestra Beta más antigua. Debe ser emocionante saber que hay un compañero a solo unas horas de encontrarte —inclina la cabeza, una sonrisa maliciosa curvando sus labios—. ¿Estás pensando lo mismo? —pregunta suavemente—, ¿esperando que seas tú el que escuche su llamado? Trago saliva, mi atención solo en los dos hombres junto a mi coche ahora, sin saber por qué espero la respuesta de Hadley. La mandíbula del guerrero se contrae antes de responder. —Estoy seguro de que quien sea el compañero de Beta Jamie-Lee será digno de ella —gruñe—, por eso no serás tú —agrega con su propia sonrisa. Caden frunce el ceño, levantando su puño y lanzándolo hacia el guerrero, deteniéndose justo antes de que los nudillos se conecten con la cara del otro hombre, su ceja se levanta cuando Hadley ni siquiera se inmuta. Volviéndose hacia mí, Caden se acerca a mi ventana abierta, inclinándose para apoyar el antebrazo en el marco de la puerta mientras sonríe.  —Como dije, Leeway, buena suerte esta noche —murmura antes de girar sobre sus talones y alejarse con aire desafiante. Mi mirada vuelve a Hadley, quien todavía lo mira fijamente hasta que él desaparece alrededor del costado del edificio antes de dirigir su mirada hacia mí. Me sonrojo mientras me mira en silencio, sin moverse para acercarse mientras yo titubeo para colocar las llaves en el auto y encender el motor. Metiendo el coche en marcha, salgo del estacionamiento y me dirijo hacia la casa de la manada, echando un vistazo en el espejo retrovisor para encontrar al guerrero desaparecido. Entrando en el estacionamiento, freno en mi lugar, apago el auto y abro la puerta, agarrando mi taza de viaje y los archivos antes de salir y dirigirme hacia la casa. —¡Hola Lee! —la voz de Ellen, la hermana menor de Caden, me hace girar para encontrar a la hermosa de cabello n***o acercándose a mí. Ella es la mejor amiga de Bailee y, a diferencia de su estúpido hermano, ella es muy dulce. Sonriendo, malabaréo con las cosas que tengo en la mano para saludarla torpemente.  —Hola —respondo—, ¿dónde está Bails?, pensé que las dos estaban pegadas por el Doctor Meadows —bromeo. Ellen se ríe, sacudiendo la cabeza. —Tu papá insistió en que ella se entrene —responde—. Ha logrado saltarse todas las sesiones esta semana, así que él nos buscó y la arrastró al campo. Sonrío, es de conocimiento común que mi hermana no es deportista, incluso en el mundo de los hombres lobo hay quienes simplemente no disfrutan de la existencia de la parte física.  —Debe estar emocionada —respondo mientras Ellen se une a mi lado y subimos las escaleras hacia los dormitorios clasificados donde Isaac y yo ahora vivimos después de mudarnos de la casa de nuestro padre a los veinte años.  Esa es la regla para todos los lobos clasificados, un año antes de alcanzar la madurez debes mudarte a la casa de la manada para ser entrenado. Extraño a mis hermanos menores, pero es agradable tener mi propio espacio. —Lo último que escuché cuando la puerta se cerró detrás de ellos fue a Bailee quejándose de que su cabello se pondría sudoroso —dice Ellen haciéndome reír. Alcanzando la cima de la segunda serie de escaleras, me despido de Ellen y me dirijo hacia mi habitación, abriendo la puerta mientras mi enlace mental se abre y la voz de mi madre llena mi cabeza.  “Cariño, ¿dónde estás?” Pregunta impacientemente mientras deposito los archivos en mi escritorio y tomo un sorbo del café tibio en mi taza antes de hacer una mueca y entrar al baño contiguo para tirarlo al lavabo. “Estoy en mi habitación, mamá”, respondo gruñona, “acabo de llegar del trabajo”. “¿Qué? Te dije que terminaras temprano”, gruñe mi madre molesta, “necesitas arreglarte”. Frunzo el ceño ante mi reflejo en el espejo, la maldita ceremonia, y la peor parte es que soy la única maldita loba que cumple veintiún años en esta fase lunar, así que estaré allí sola.  “No puedo dejar el trabajo así, mamá, tengo un trabajo que hacer”, replico, regresando a mi habitación, con mi buen humor desaparecido. “Además, son solo las seis en punto, tenemos seis horas antes de esta maldita función. Iré a comer algo al salón y luego me uniré a ustedes alrededor de las diez”. “Jamie-Lee Sparks”. La voz de mi madre llega a través del enlace con severidad mientras me estremezco. “Debes traer tu trasero a esta casa ahora mismo. Eres hija de un Beta, la primera en pasar por el reclamo y no avergonzarás a tu padre presentándote ante el Alfa como si te hubieran arrastrado a la fuerza por un insecto”. “Pero mami”, lo intento de nuevo, adoptando una voz infantil, “quería ver a Ashleigh antes de esta noche, estaré allá afuera sola, estoy nerviosa”, añado para enfatizar. “Hmpf, no me vengas con esas tonterías, hija, crié a cinco niños, no soy la tonta que tu padre cree”, responde mi madre mientras me maldigo a mí misma. “Y cuida tu lenguaje, no eres demasiado grande para que te laven la boca con jabón”, agrega como finalización. Refunfuñando para mí misma, cierro el enlace, rápidamente me cambio a una camiseta y unos pantalones de chándal, me pongo mis zapatillas y salgo por la puerta, bajando las escaleras y saliendo por la puerta principal. Moviéndome por el césped, comienzo a trotar, mi mirada se desliza por los campos de entrenamiento para encontrarlos vacíos, parece que mi papá finalmente dejó que Bailee recogiera y se fuera a casa. Riendo entre dientes, agradecida de que ya no vivo bajo el techo de mis padres para que mi horario de entrenamiento no dependa de mi padre, me apresuro hacia las casas pintorescas que están construidas a la derecha de la casa de la manada, abro la puerta y entro. —Ok, aquí estoy. Mejor que alguien me dé de comer —digo con enfado, cerrando la puerta con mi talón detrás de mí. —Jamie-Lee, las manos fueron hechas para cerrar puertas, no los pies —me regaña mi madre mientras aparece frente a mí, echando un vistazo a mi atuendo antes de rodar los ojos—. Por eso necesitamos seis horas —añade, agitando la mano hacia las escaleras—. Las toallas están en la ducha, lávate y afeítate en todos lados, cariño, nadie quiere estar buscando tesoros entre la maleza. —¡Mamá! —grito, mirando a la mujer que me dio a luz con disgusto—, ¡nunca vuelvas a decir eso otra vez! —¿Qué? —mi mamá pregunta inocentemente—. ¿Crees que terminé con cinco cachorros con un bosque espeso entre mis piernas? —¡Para! ¡Diosa, me voy! —exclamo, metiendo los dedos en mis oídos mientras corro escaleras arriba lo más rápido que puedo para evitar más charlas motivacionales de mi madre.  Estremeciéndome de horror, entro al baño en la parte superior de las escaleras, donde encuentro una toalla esperándome en el perchero. Cierro la puerta con llave y suelto un suspiro lento, terminemos con esta pesadilla.
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