Su palma, grande, fuerte y rasposa, golpea de lleno mi glúteo haciéndolo temblar. El golpe resuena y mi carne arde. Suelto un chillido que tengo que silenciar con mi mano para que nadie me escuche. Mantiene su mano en mi nalga, amasándola, disfrutándola, apretándola y enterrando sus garras en ella, mientras sigue caminando al despacho conmigo echada sobre su hombro. Mi cabeza no deja de girar, mirando a todos lados, esperando que nadie aparezca y nos pille en semejante situación. —Hunter, por favor —suplico, para que me baje. —Sí, bebé. Así quiero que me supliques cuando te esté follando —replica. —No. Quiero que me sueltes. Nos van a ver. —¿Y cuál sería el problema? A mí no me importaría que todos sepan lo que hay entre nosotros —rebate tan descaradamente, mientras abre la puerta del

