En ocasiones, el rey Vladimir debía ofrecer ciertas celebraciones en el palacio,razón por la cual, Isabella debía ocultarse por su seguridad, pues nadie debería reconocerla aún.
— ...Y es por eso que debes quedarte en tu habitación tranquilita durante esta noche, ¿de acuerdo? — sugería el rey luego de explicarle
— De todos modos, esas fiestas de adultos son muy aburridas, nunca hay niños con quien jugar, ni dulces ni piñatas
— Es cierto, cielo, porque no son fiestas aptas para niños
— No te preocupes, papá, yo me quedaré aquí y nadie sabrá que estoy en esta habitación
— Deberás encerrarte muy bien
— Y no hacer ruido, ya lo sé
— Exacto, te prometo que te compensaré por ello
— ¿Me dejarás usar tu piano?
— Claro, ¿porqué no?
— ¡Si! — celebra la pequeña
— Descansa, cariño — él besa su frente y luego se dirige a la puerta
— Que te diviertas mucho.
Era normal que Isabella pasara desapercibida cada vez que había fiesta y cada vez que había algún tipo de reunión, ella era muy inteligente y sabía perfectamente cómo manejar la situación en caso de que alguien la viera en el palacio.
— Mi mamá trabaja para el rey — Explicó alguna vez a un extraño
— ¿Y tu mamá tiene permitido traerte con ella? — cuestionaba
— Sólo a veces, cuando necesita de mi ayuda en las labores, como ahora, yo le hago mandados y cosas así
— Entonces, deberías ir a traerme un encargo que tengo pendiente
— Lo siento, señor, pero tendrá que pedirle permiso a su majestad, el rey Vladimir primero — responde ella con astucia
— Ya lo hablaré con él
— Ha sido un placer conversar con usted, pero ya es hora de que me retire, no quiero seguir importunando a una visita tan importante para el rey, con su permiso.
— Qué niña tan...
El rey admiraba con asombro la agilidad de Isabella para zafarse de cualquier situación, le preocupaba que su protegida pudiera estar en peligro gracias a este tipo de ocasiones, pero a la vez le llenaba de orgullo saber que no sería fácil que cualquiera la apartara de su lado.
El rey había tomado la decisión de que Isabella continuara sus estudios en casa, pues sería muy extraño que él patrocinara a una huérfana para que tuviera la mejor educación en una escuela para los miembros de la realeza, eso lo pondría en la mira de algún ojo enemigo y lo más prudente era que alguien asistiera al castillo a enseñarle todo lo que una señorita de sociedad debería saber. También le había contratado a un maestro de piano, pues Isabella había demostrado que tenía una gran talento y no quería desaprovecharlo, ella era una niña con muchas virtudes que el rey poco a poco iba descubriendo.
— Tan diferente que es a mi hijo Vladimir, él siempre tan obstinado e irresponsable, es un excelente guerrero sin duda alguna, pero esta niña me tiene impresionado — se decía el rey así mismo frente al espejo — no sé qué será de mi reino cuando mi hijo deba tomar el control, ojalá que esa rebeldía que tanto le sobresale, le sirva también para mantener a todos a salvo, mi esposa solía decir que algún día maduraría cuando su corazón fuera ocupado por algún grande amor como el que ella y yo nos teníamos, luego de que mi esposa falleció, esa rebeldía se asentó y ahora, hasta tuve que enviarlo a estudiar lejos para ver si así logra entrar en razón y ablandar su corazón aunque sea un poco.
El príncipe Vladimir era un joven de quince años, justo en la edad de las hormonas y comenzaba ya su carrera como mujeriego y libertino, lejos de su padre donde él no podía controlarlo y a donde no pretendía regresar jamás, pues no estaba dispuesto a cargar con las responsabilidades propias de un rey. Pero el tiempo pasaba y mientras él continuaba con su vida llena libertinaje y cosas banales, su mentalidad iba cambiando, sus virtudes se iban fortaleciendo, pero también sus defectos se engradecían, el temor al compromiso poco a poco iba disminuyendo, pues había conocido a Alondra, una chica muy parecida a él, con quien había comenzado una relación, ella era la heredera a Duquesa, hija del temido Gran Duque Oscuro, por lo que a su padre le agradaría su relación, ya que eso le serviría para limar asperezas. Alondra y el príncipe compartían una relación especial, en la cuál él sobresalía llevando siempre el control.
El príncipe disfrutaba de su vida banal, mientras que Isabella crecía con principios y valores bien forjados y un carácter que imponía respeto y lealtad, permanecía rodeada de bendiciones como su amistad con las sirvientas del palacio y el mismo cariño del rey Vladimir, quien disfrutaba verla aprender y comportarse como una señorita de su misma categoría. El tiempo transcurría rápidamente y la pequeña niña que el rey había acogido, ahora estaba convertida en una hermosa mujer llena de atributos y pretendientes que ella siempre rechazaba pues, decía que no estaba lista para una relación, a sus, ya, diez y siete años esa joven lo llenaba de orgullo y cariño, el amor de ambos asemejaba al de un padre y una hija, por lo que el rey preocupaba aconsejarla con su sabiduría cada vez que podía.
— Hija, estás preciosa, no sé en qué momento ese gusano pequeño y frágil que recibí una noche de primavera se convirtió en esta bella mariposa — comenta el rey
— Padre, ¿no te cansas de halagarme? — cuestiona Isabella
— Jamás — el rey le entrega un flor y ella la recibe con amor, percibe su aroma y la coloca en un florero que ya tenía listo, pues sabía que él vendría a traerle ese hermoso detalle para alegrar su día, como siempre.
— Y por lo visto, tampoco te cansas de consentirme
— Nunca, además, así los pretendientes tendrán que igualarme o mejorarme
— Una tarea demasiado complicada, no entiendo, ¿así quieres que me case algún día?
— No le veo nada de malo que tengas altas expectativas en la vida, además, cualquier hombre que valga la pena caerá rendido a tus pies
— Padre, debes ser consciente que si nunca me caso será por tu culpa — advertía
— Estoy seguro de que llegará el indicado cuando menos te lo esperes
— De todos modos, yo no tengo apuro
— Yo sí, un poco, hija, no me gustaría morir y dejarte sola
— Padre, tú vivirás muchos años más, ¿o acaso te has sentido enfermo? — cuestiona ella preocupada — Si es así, debemos traer al médico de inmediato y yo personalmente, seré tu enfermera
— La verdad no tenía planeado enfermarme, pero con esas amenazas sería un placer — la alegría de Isabella se difuminó al instante luego de ese comentario por parte del rey.
— No, padre, no lo digas ni de broma
— Ay, hija, me gustaría vivir hasta que seas vieja, pero es la ley de la vida que los jóvenes continúen su vida sin los que ya tenemos nuestros años
— Me dolería mucho perderte a ti también — expresa Isabella aferrándose a los brazos de su amado padre.
— Puedes quedarte tranquila, hija, pues como dije, no tengo planes de enfermarme.
Lamentablemente, el rey estaba mintiendo, ya que salud estaba siendo comprometida por una terrible enfermedad que amenazaba con quitarle la vida pronto, muy pronto...