De vuelta le pedí a Fermín que me dejara en una dirección distinta. Lo último que quería era ver la cara de Esmeralda, o la de mi madre. En casa me esperaban más penurias, por eso elegí ir a otro lado. Fui la primera en bajar del coche. En la esquina dos gatos peleaban, se arañaban y mordían. La violencia con la que arremetía uno contra otro me llevó a tocar a prisa. Fermín tuvo la cortesía de no arrancar hasta que me abrieron. —¿Puedo entrar? —le pregunté a Nicolás en cuanto lo vi. Él tenía la cara soñolienta. Lo que más llamó mi atención fue que iba descubierto del torso y con solo unos pantaloncillos blancos y delgados puestos. —Son las cuatro de la mañana —se quejó mientras restregaba su mejilla—. Espero que tengas una muy buena explicación de esta inesperada visita. —Hazte a u

