Abismada ante la insistencia del Licenciado, culminé esa semana en un estado de estrés agobiante. Cada vez que me acercaba a su despacho para hacerle entrega de algún trabajo o simplemente porque él reclamaba mi presencia, los nervios me invadían, temerosa de su reacción, sobretodo de que pudiese tomar la decisión de despedirme ante mi rotunda negativa a acceder a su capricho. Por más que intento entender que pudo haberlo llevado a ensimismarse en esa loca idea de querer estar conmigo al punto de convertirse en una actitud obsesiva, no le encuentro justificación alguna. Mi mente no logra encontrar una razón de peso, y menos con el ir y venir de mujeres que normalmente lo buscan. Casualmente hoy, concentrada en mí trabajo, escucho a la distancia el ruido que hacen las puertas del ascensor

