3: La Reina y El Despiadado

2381 Palabras
Amandus. Ajusto los gemelos de mi camisa, un par de incrustaciones de ónice n***o que brillan bajo las luces de mi vestidor. Me miro en el espejo: traje Brioni n***o, seda impecable. Estoy casi listo para la reunión de los Colombo. Mis deseos de asistir son bajos, pero mi presencia es una declaración de poder. Horas antes, había buscado un alivio rápido con algunas de mis amantes. Físicamente satisfactorio, pero completamente incapaz de disipar la tensión y el tedio que arrastraba. —Hermano, ¿ya estás listo? Gina, mi hermana, entra en la habitación. Estamos en la mansión familiar, y ella irradia una energía indomable con un vestido de cóctel en color esmeralda. —Ya casi. —Me coloco el saco y me acerco a ella para bajar al vestíbulo, donde nos esperan mis padres. —Aún me cuesta creer que uses a tu hermana como acompañante en estos eventos —dice mi madre, Isabella, con su tono habitual de reproche maternal. —Prefiero llevar a mi hermana que, a cualquier otra mujer, madre. —Ruedo los ojos. —Tienes treinta y tres años, Amandus. Ya no eres un adolescente. Es hora de sentar cabeza y formar una familia —Mi madre se acerca a alisar el cuello de mi camisa, un gesto que ignoro—. Y deja de usar a tu hermana. Espero que esta noche encuentres a una mujer que de verdad capte tu atención. Gina se ríe junto a mi padre. —Mamá tiene razón. Estoy harta de que me uses de escudo. Deberías presentarme a un hombre que valga la pena. —Ni en tus sueños permitiré que salgas con un don nadie. —Deja de ser un posesivo. No soy una monja. —Rueda los ojos, pero me sonríe—. En serio, consíguete una novia. Quiero una cuñada con quien chismear e irme de fiesta solo para ver tu cara de celos. —En tus sueños, pequeña. —Miro mi Rolex de platino—. Es hora de irnos. Nos despedimos de mis padres. Gina engancha su brazo al mío, y caminamos hacia las camionetas blindadas. El trayecto es extenso. El dichoso restaurante está alejado de Roma, en una colina que domina la ciudad. Al llegar, nos encontramos con una hilera de autos lujosos y una procesión constante de personas entrando al lugar. Bajo del auto y ayudo a Gina. —No te alejes, Gina. Es una advertencia. —Uff. Ojalá tuvieras novia para que me dejaras de vigilar. —Pues vivirás con esa decepción. Caminamos hacia la entrada. Entrego la invitación a los guardias, y entramos al salón junto a mis hombres. Al llegar, las miradas nos persiguen. Los invitados nos escrutan de arriba abajo con esa mirada calculadora, característica de nuestra sociedad. Saludo con un asentimiento a algunos conocidos hasta que llegamos a la zona de los anfitriones. —Un gusto verlo, Jefe —Claudio Colombo me estrecha la mano con una familiaridad forzada—. Y un placer verla, señorita Gina. —El gusto es nuestro, señor Colombo —responde mi hermana. —Veo muchas caras nuevas en la sala —le comento a Claudio. —Oh, sí. Algunas familias aliadas y uno que otro socio importante. —Bebe de su copa de champán—. Y, por supuesto, no faltarán las mujeres chismosas que hablarán de esta noche por semanas. —Lo he notado. —Escucho la risa de Gina. —Tienes amistades amplias. —Lo digo con ironía, refiriéndome a algunos mafiosos de bajo nivel que veo en el perímetro. —Muchos son viejos y grandes amigos. —Nos sonríe—. Pero el principal es usted, claro. Es el invitado más importante, y el líder de toda Italia. Me río con un toque de egocentrismo. —¿Qué podría ser mejor que yo, Claudio? —Qué fanfarrón, hermano —Gina ríe a mi lado. —¡Luciano! —Claudio llama a su hijo, quien se acerca inmediatamente. —¿Sucede algo, padre? —Estaba hablando con Melanie... —Luciano se detiene en seco al verme—. Buenas noches, Jefe. Es un honor tenerlo aquí, y a usted también, señorita Gina. Solo asiento. —Buenas noches. Claudio se aparta un poco con su hijo, pero logramos escuchar la conversación. —Hijo, ¿qué te dijo Melanie? ¿Vendrá? —pregunta Claudio con ansiedad. —Sí, padre. Está de camino. —Luciano sonríe como un idiota. —Ay, hijo. Cómo me gustaría verte comprometido con ella —Claudio le da una palmada en el hombro. —Igual yo, padre, pero es tan difícil. No es fácil comunicarse con ella —dice Luciano con desánimo. —Nada que no puedas lograr con esfuerzo. —Claudio está visiblemente ilusionado, intentando emparejar a su hijo con la dueña del lugar. Tomo una copa de champán para Gina y otra para mí. —¿Melanie? —pregunta mi hermana en voz baja—. ¿Dónde he oído ese nombre? —Se queda pensativa—. ¡Oh, por Dios! —Sus ojos se abren con sorpresa. La miro extrañado. —¿Qué sucede? Me arrastra a un rincón. —Melanie es la dueña de este lugar, y de varios otros negocios. ¡Es La Mujer Vampiro de la que hablan todos! —¿Sabes algo de ella? —bebo un sorbo de mi copa. Me fuerzo a parecer interesado, en realidad solo busco distraerme de esta aburrida celebración. —¿Bromeas? Es una mujer exitosa y aclamada. Con solo veintiún años, es millonaria. Todo lo que tiene lo ha forjado ella misma —Noto su entusiasmo—. ¡Es una leyenda urbana que camina! —Deberías aprender de ella y dejar de mirar hombres —suelto, burlón. —¿Y quién dice que ella no mira hombres? Siempre tiene a alguien a su lado, y ¡ah, su guardia es tan guapo! —Sus ojos brillan como diamantes. —Basta, Gina. No necesito un reporte de su seguridad personal. —Ruedo los ojos. En ese instante, mi vista se congela. Recorro el perímetro, y mi mirada se detiene en una mujer. Piel pálida, un contraste perfecto con un largo cabello n***o que cae en cascada hasta su cintura. Lleva un vestido de terciopelo n***o, largo y ajustado a sus curvas, con un escote pronunciado en forma de V que, de forma estratégica, insinúa justo lo suficiente. Aunque vestida completamente de n***o, ella es la única que brilla en todo el maldito lugar. Irradia una luz propia, calculada en cada sonrisa fugaz que dirige a los invitados. Es realmente hermosa. Despiadadamente atractiva. Joder, esa mujer es una obra de arte. Dan ganas de destrozarla y follarla todo el puto día. —Ah, es tan hermosa. Si fuera hombre, la elegiría a ella para el resto de mi vida —dice mi hermana, sacándome de mis pensamientos—. Es ella: Melanie Bellerosa. Y parece que solo viene con su padre. Ella saluda a los Colombo con una amistad que se siente cuidadosamente coreografiada. Claudio la toma del brazo y se acerca a nosotros con una sonrisa orgullosa. Ella me mira, y su mirada es penetrante, tensa. Sus ojos son de un verde profundo con destellos miel. —Melanie, te presento a Amandus Grimaldi, jefe de la mafia italiana y a su hermana... Ella lo interrumpe con una sonrisa de depredadora. —Gina Grimaldi. —Mira a mi hermana. —¿Me conoces? —Gina suena genuinamente sorprendida. —Claro. Tu madre y tú son clientas frecuentes de mi spa en Roma. —Ella suelta el agarre de Claudio y se acerca a Gina—. Es un placer. Conozco a mis mejores clientas. —Le da un beso en la mejilla. —Es un gusto poder conocerte —Gina me mira con ojos brillantes, emocionada. —El gusto es tener al Jefe en mi restaurante. —Sus ojos se fijan en mí—. Siempre he querido conocerlo. Espero que sea de su agrado. Tomo su mano, una piel increíblemente suave y fría, y deposito un beso en su dorso. —El gusto es mío, hermosa. Nunca tuve la oportunidad de visitar este lugar —Le sonrío, sin soltar su mano. —Es una pena. Aunque claro, debe ser un hombre demasiado ocupado para visitar lugares tan... aburridos —Se ríe con un sonido ligero. —¡Qué cosas dices, Melanie! Todo el mundo desea cenar aquí —exclama Claudio. —Umm. Estos lugares solo atraen a gente que se cree importante, y por eso adquieren popularidad. Basta con que un hombre rico traiga a su mujer para que el lugar se vuelva la conversación del momento. —Pero eso es lo que trae dinero al lugar —interviene Luciano, acercándose. Ella lo mira. —Tienes razón. Después de todo, solo importa el dinero que entra. —Con una sonrisa, retira su mano de la mía. —Jefa... —Un hombre se acerca a ella. Lo noto deslizar una mano sobre su cintura mientras le susurra algo al oído. Ella suspira, un rastro de molestia. —Bien. Gracias por informarme. —El hombre se aleja, quedando a pocos metros—. Disculpen. Iré a buscar algo de beber. —Se aleja de nosotros, el hombre siguiéndola de cerca. —¿Eres amigo de ella, Luciano? —Gina le pregunta. —La conocí hace unos años. Nos llevamos bien, si se puede decir así. Es realmente difícil comunicarse con ella —Luciano la observa con una expresión que confirma mi sospecha: la desea más allá de la amistad. —Pues sí, parece que la conoces bien —Gina toma un sorbo de champán—. Nunca se deja ver en estos eventos. —Prefiere observar desde lejos. Solo viene cuando de verdad le interesa conocer a alguien. O en este caso, porque su padre vino. —Mira hacia donde fue la pelinegra—. Aunque es difícil encontrarla. Solo la ves cuando ella quiere. —Es una chica ocupada, por lo que se ve —termina mi hermana, caminando hacia la mesa de bocadillos. Sin decir nada, camino por el salón, examinando la decoración lujosa del lugar. De repente, una voz grave y áspera me detiene. —El gran Demonio Sangriento. Me volteo lo justo para encontrarme con el hombre que esperaba no ver. —También diría "Gran", pero tú solo eres El Despiadado —Él suelta una risa corta, y yo ruedo los ojos, fastidiado. Grigory Borisov, jefe de la mafia rusa. Mi mayor rival territorial y personal. —¿Y tú qué haces aquí? —le pregunto, mi voz baja y amenazante. Se encoge de hombros. —Me enteré de que una belleza andaba paseándose por aquí. —Mira a su alrededor—. Aunque no la veo. —Hay muchas bellezas aquí. —Cierto, como tu hermana. —Me da una sonrisa siniestra. Lo fulmino con la mirada. —Con ella ni te atrevas. —Tranquilo. Tu hermana es linda, pero no es el tipo de belleza que busco. Yo busco algo más exótico. Algo que no sea una simple flor. —Mira por encima de mi hombro y su sonrisa se ensancha—. ¡Eso sí es una belleza! —Grigory, qué gusto verte aquí. —La voz era de Melanie. —Lo mismo digo, Melanie. —Oh... ¿Los interrumpo? —dice, viéndonos a los dos. —Qué va. Llegaste justo a tiempo —Grigory agarra su mano y la besa. —Qué bien. ¿Ustedes se conocen? —Nos mira mientras acomoda su largo cabello en un hombro, dejando ver un pequeño y delicado tatuaje de una rosa en su clavícula descubierta . —Desagradablemente nos conocemos —suelta el ruso—. Pero yo no sabía que ustedes se conocieran. —Nos conocimos esta noche —Ella me mira y deja salir una sonrisa coqueta—. Vaya. Nunca pensé en tener ante mí a los dos terrores de la mafia. —Pone un brazo por debajo de sus senos, haciendo que se vean aún más pronunciados, mientras sostiene una copa de vino tinto con la otra mano—. Qué honor para mí restaurante. —No deberías de invitar gente como él —me señala Grigory—. A él no le gustan estas cosas. Prefiere un burdel o un club, mientras folla a cualquiera. —Así como lo haces tú, ¿cierto? —Nuestras miradas se encuentran, cargadas de odio. Nunca nos hemos llevado bien—. Te crees muy valiente al venir a mi territorio. —Me acerco, desafiante—. Ante mí te tienes que comportar, y más en mi tierra. —¿Desde cuándo respetas el territorio de los demás? —Se acerca de igual manera—. Te crees el invisible, yendo a donde se te plazca. Nos quedamos en un duelo de miradas hasta que una risa rompe la tensión. —Lo siento. Ustedes de verdad que no se llevan nada bien. —Ella tapa sus labios, evitando reír a carcajadas—. Son como aceite y agua. Nunca combinan, y mucho menos se mezclan. —Qué linda risa. —Grigory se derrite ligeramente—. Ojalá tuviera más oportunidades de escucharla. —Considérese afortunado. No soy de reír mucho. —Mira su celular—. Bueno, ya no tengo nada más que hacer aquí. Fue agradable verte, Grigory, y fue un gusto conocerte. —Esto último lo dice mirándome directamente—. Espero poder ver más seguido al líder italiano. —Digo lo mismo, hermosa. Aunque pareces ser la sensación del lugar, ¿estarás bien si te marchas? —Veo cómo levanta una ceja ante mi velado comentario de posesión. —No es mi reunión. Solo vine a acompañar a mi padre y, por fin, a conocer al hombre temerario al que apodan Demonio. —Se acerca peligrosamente a mí, el aroma a jazmín y algo metálico invadiendo mi espacio—. Debo admitir que no me decepcioné al conocerlo. —Aun con sus tacones, se pone de puntillas para depositar un beso helado en mi mejilla. Hace lo mismo con Grigory y se marcha, desapareciendo entre la multitud. Muerdo mi labio. Maldita niña provocadora. El aburrimiento se había esfumado, reemplazado por una necesidad ardiente de dominarla.
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