6:El Eco de la Pesadilla

2032 Palabras
Narrador Omnisciente. —¡Por favor! ¡Detente! ¡Ya basta! —El grito se ahoga mientras la mujer forcejea inútilmente bajo el peso del hombre, sus súplicas rotas por el dolor. —¡Serás mía, maldita sea! ¡Serás mía! —El hombre está consumido por la rabia y el deseo de posesión. La viola, la hiere, ignorando su desesperación y las lágrimas que surcan su rostro. No le importa el daño, ni la súplica. —¡Esto te pasa por haberme rechazado! —El impacto resuena. El hombre le propina una bofetada—. ¡Esto te pasa por elegir a otro! —¡Déjala ir! Por favor, ¡al menos a mi hija! —La voz de la mujer se quiebra en un lamento—. ¡Ella no merece ver esto! —¿Dejarla ir? No, amor mío. Ella será un regalo para uno de mis hijos —El hombre gira la cabeza hacia la esquina, donde una niña es testigo de la atrocidad—. Será una buena mujer para él, tan buena como debiste haberlo sido tú conmigo. —¡No! ¡Por favor, no lo hagas! Melanie. Me incorporo de golpe en la cama. Mi frente está perlada de sudor, mi respiración es superficial y mis latidos retumban en mi caja torácica. La pesadilla ha vuelto a asediarme, ese momento que ocurrió hace casi trece años me ha arrastrado otra vez al pasado. —Tranquila, Melanie. Solo fue un recuerdo. —Intento controlar la hiperventilación—. No dejes que te invada. Cierro los ojos con fuerza. Mis manos buscan a tientas el móvil. Cuando lo encuentro, marco sin dudar el número de la persona que necesito escuchar. Tras unos segundos, la otra línea contesta. —¿Melanie? —Volvió... volvió, otra vez se apoderó de mi sueño. —Sabes que ese maldito murió. Tú misma te encargaste de matarlo. —Aun así, persiste. Me atormenta tanto como aquel día. —Las lágrimas escapan. Mi voz se rompe en llanto—. Haz que se vaya... Haz que se vaya de una vez. —Melanie, escúchame. —Mi llanto es incontenible—. ¡Melanie! Escúchame muy bien. Nadie volverá a hacerte daño. Ese bastardo no volverá porque está enterrado a tres metros bajo tierra. —Ven conmigo... ¡Ven ahora! —No puedo ir en este momento, Melanie. Sabes que no puedo hacer lo que quieras cuando quieras —Se escucha un suspiro de frustración del otro lado—. Tengo asuntos que atender y no puedo dejarlos. —Te necesito... —Limpio mis mejillas con el dorso de la mano—. Quiero que estés conmigo. Solo unos minutos, el tiempo que sea. Solo quiero verte. —Lo tendrás, pero no ahora. No en este instante. Suspiro, la rendición me inunda. —Está bien. —Me siento sobre el colchón—. Lamento molestarte. Gracias por escucharme. —Cuelgo antes de que pueda responder. No puedo pedirle nada, no puedo exigirle y mucho menos puedo apoyarme completamente en él. Es un lujo que no puedo permitirme. Me levanto de la cama para ir al baño. Una ducha fría me ayuda a calmar la piel y a centrar la mente. Debo prepararme para empezar el día. Después del encuentro en el spa, Amandus y yo acordamos reunirnos esta noche en su club. Aquel día, el contacto fue eléctrico, pero se detuvo. No hicimos el amor; solo rozamos los límites antes de que él tuviera que atender una llamada urgente. Esta noche le mostraré todas las pruebas que confirman que estamos siendo atacados por el mismo enemigo: las fotos de los traidores capturados por mi padre, y todos los documentos relacionados. Me miro al espejo. No puedo permitir que el miedo me paralice. No puedo dejar que nadie me vea vulnerable, y mucho menos por algo que ocurrió hace tanto. Voy a la cocina. No tengo apetito, pero me fuerzo a comer cereal con leche. Siempre he comido poco, así que no es un problema si paso el día sin alimentarme, a menos que Louis o las chicas me obliguen. Termino mi escueto desayuno y me siento en el balcón. Miro el paisaje, tratando de que el silencio me distraiga de mis pensamientos. Estoy sola. Mis guardias esperan abajo cualquier orden. Me cansa vivir en un penthouse de hotel. Necesito una propiedad aquí en Roma. Suspiro. —Debería comprar una mansión. Regreso por mi móvil y marco a Louis. —Louis, necesito que encuentres una buena ubicación para una mansión aquí en Roma. —¿Una mansión? —Ya no quiero vivir en un apartamento. Si nos quedaremos aquí, quiero una propiedad. No importa el precio, solo quiero que sea un lugar apartado y, sobre todo, seguro para nosotros. —Muy bien. Me pondré a investigar de inmediato. °l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l°l||l° Me encuentro frente a la entrada de la zona VIP del club de Amandus. Los guardias de seguridad me miran, vacilantes. Está claro que no saben quién soy, ni siquiera después de la visita al spa. —Soy Melanie Bellerose y tengo una reunión con su jefe. Ellos intercambian una mirada. —Síganos, señorita Bellerose. —Uno de ellos comienza a guiarme por un pasillo. —La oficina del jefe es la última habitación. —De acuerdo. —Me acerco a la puerta y entro sin tocar. Me encuentro con una escena predecible pero no menos comprometedora. Amandus está sobre su escritorio, y una mujer completamente desnuda está encima de él. —Vaya, no sabía que tenías una reunión más... urgente antes de la nuestra. Amandus la aparta bruscamente. Su rostro se contorsiona en una mezcla de furia y frustración. —¡Maldita sea, Melanie! ¿Nadie te enseñó a tocar? —Nunca esperé que el jefe estuviera tan desocupado. —Sonrío de medio lado. Amandus suelta un bufido. —¡Largo! —le dice a la chica. Ella se viste apresuradamente y sale, cabizbaja. —Lo siento, linda. —Le guiño un ojo. Me acerco al escritorio mientras Amandus se abotona la camisa. Él levanta una ceja, examinándome. —¿Te gustan las mujeres? —Me considero alguien libre. Las mujeres pueden ser muy hermosas, hay que admitirlo, pero nada cambiará mi gusto por un hombre grande —Me siento frente a él. —Me has arruinado el momento. —No fue mi intención, pero la puntualidad es importante. —Dejo una carpeta frente a él, que contiene una pila de informes y fotos—. Aquí tienes todas las pruebas que te comenté. Amandus toma el contenido. —Como puedes ver, los robos a la mercancía de armas comenzaron hace dos meses. También incluí fotos de los hombres que mi padre logró capturar. —¿Han revelado algo de valor? —Mira los documentos. —Nada. Prefieren morir antes que hablar. Todos actúan de la misma forma, se niegan a cooperar y aceptan su destino. —Hago una pausa—. No sé si esto tenga relación con el robo de dinero que cinco de mis propios hombres me hicieron, una gran cantidad. No los hemos podido atrapar. Amandus me mira y luego señala una de las fotografías. —¿Qué significa este tatuaje? —Podría ser la marca de la mafia para la que trabajan. Todos los hombres que capturamos lo tenían. Quizás esa marca pueda ayudarnos a identificar a los culpables. —¡Bruno! —Llama. Inmediatamente, el mismo hombre de la vez anterior entra en la oficina—. Toma. Quiero que investigues esto de inmediato. Busca similitudes con nuestro caso. Miro al guardia, que me observa sorprendido. —¿Es usted la Mujer Vampiro? —Así es. ¿Te conozco? —pregunto, él niega—. Bueno, un placer. Soy Melanie Bellerose. —Extiendo mi mano. Él la toma rápidamente. —Bruno, guardia principal del líder de la mafia italiana. —Retira su mano y noto que tiene una pregunta atascada. —Vamos, haz la pregunta que quieres hacer. —¿Es cierto que la llaman la Mujer Vampiro porque le gusta... chupar? —La pregunta es tan directa que Amandus escupe un poco del licor que bebía. Suelto una carcajada sonora. —Bueno, si quieres puedo probar a ver si es cierto. —El hombre abre los ojos. Me río aún más—. No, no me llaman así por eso. —Bruno, te di una orden —espeta Amandus, con un tono serio que no oculta su irritación. —Lo siento, jefe. —Bruno se retira rápidamente. —Me agrada ese hombre —Intento calmar mi risa—. Sin duda, ha alegrado un poco mi día. —Niego con la cabeza y miro a Amandus. —Sin duda, solo quería conocerme para hacerte esa pregunta —Rueda los ojos y bebe de su vaso de cristal. Me levanto y voy hacia el gran ventanal que da a la pista de baile. El lugar es misterioso, con luces rojas, humo y música estridente. Se ve lleno de vida y diversión. —El lugar es agradable para pasar el rato. Entiendo por qué es el más famoso. —Soy el dueño, por supuesto que es famoso —dice con una arrogancia calculada—. Y los que tengo en otros países también lo son. —Lo sé. Tuve la oportunidad de visitar el de Suecia y el de España. —Me doy la vuelta para mirarlo—. La mafia de esos países son tus aliados, ¿no es así? Portugal y Alemania también. Me mira con una ceja levantada. —¿Cómo sabes todo esto? —Mi deber es saber quién entra y sale de mis negocios, así que estoy informada de todo —Sonrío de lado—. También debo saber cosas sobre ti. Si vamos a ayudarnos en esto, es obvio que debo saber quién es la persona que tengo enfrente y de qué es capaz. —Pienso lo mismo, pero no puedo encontrar nada sobre ti. Será mejor que me lo digas. —No tengo aliados formales. Las únicas personas que tengo son mis hombres y las mujeres que administran mis negocios —Regreso a mi asiento—. Pero eso no significa que no tenga amigos. Conozco al líder de Rusia, a tus propios aliados, y a algunos otros que te sorprenderían. Fui la mujer del líder de los Yakuza hasta hace poco. —Me sorprende que a tu corta edad puedas conocer a tantas personas y que no te preocupe nada. —Tuve que madurar antes de tiempo. Mis padres me han enseñado mucho. Estoy llegando a la cima con mis propias manos. Es obvio que, por ser joven, la gente piensa que solo soy una niña mimada que gasta el dinero de su padre, pero se equivocan. Todo lo que tengo es mío. No he usado el dinero de mi padre desde que tuve mi primer negocio. —Me acerco a su escritorio y, sin pedir permiso, me siento en sus piernas—. No me importa pisotear, torturar y mucho menos matar. Aunque no lo creas, lo he hecho muchas veces. Él me agarra la cintura con ambas manos, su agarre firme. —Me gustaría comprobar que todo lo que dices es cierto. —Se acerca a mi cuello y comienza a dejar besos húmedos. —Entonces, como sabes tanto de mí, sabes lo que hago a las personas que me traicionan. —Lo sé. Sé muy bien cómo eres, y es algo que también me gustaría comprobar —Río—. De mi parte no habrá traición. Ya sabes, es algo que en mi familia no se permite. —Hago que me mire a los ojos—. Así que también espero que de tu parte no haya traición. —Es un trato. Nos acercamos lentamente hasta que nuestros labios se encuentran en un beso salvaje y cargado de pasión. Sus labios se mueven con dominio; su lengua es ágil y demandante. Le cedo todo el control, sellando nuestro acuerdo de una manera mucho más peligrosa que cualquier firma en un papel.
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