Tan seductora como el terciopelo de una rosa.
Tan letal como sus espinas envenenadas.
Roja como la vida, roja como la muerte.
Porque la sangre, después de todo, es lo que ella adora.
Melanie.
Melanie Bellerosa. Ese es mi nombre. Un nombre que lleva el peso de una de las dinastías criminales más antiguas de Francia, el pilar de la organización conocida como Les Épines de Sang (Las Espinas de Sangre). Soy la tercera hija del Gran Líder, y la sociedad que me engendró me ha bautizado con el apodo de La Mujer Vampiro.
Vivo por la sangre.
Mato por la sangre.
Y amo con la sangre.
Desde la infancia, mi padre se encargó de modelarme. No con los mimos de un hogar normal, sino con las herramientas de nuestro oscuro oficio: me enseñó a ser un monstruo en nuestra sociedad criminal. Desde que tengo memoria, he convivido con el aroma de la pólvora y la sangre fresca, las puñaladas de la traición y, lo más importante, el peso embriagador del poder.
El poder lo es todo. Las alianzas, los protegidos, y la lealtad inquebrantable forman la base de nuestro mundo. Siendo una criatura de este mismo mundo, adoro el poder. Lo he sabido siempre: mi ambición no es ser una princesa, sino forjar mi propia corona.
Llevo la pesada copa de cristal con vino tinto —casi sangre de uva— a mis labios.
—Puedes retirarte ahora —digo, sin volverme. Estoy sentada frente al inmenso ventanal que da a París, la Ciudad de la Luz, cuya belleza contrasta con el negocio que acabo de terminar.
—¿No quieres una segunda ronda? —El hombre, un peón útil con un cuerpo escultórico, se acerca por detrás, su aliento caliente contra mi nuca.
—Umm —Bebo el vino lentamente, sintiendo el frío cristal contra mis labios—. Pero ya estoy saciada. Mi sed ha sido apaciguada por ahora.
Él entiende la sutil pero innegociable nota de despedida en mi tono.
—Cuando lo desees, solo tienes que llamar. Vendré con gusto.
Pasa sus manos por mis caderas una última vez antes de vestirse con una velocidad casi militar. La despedida es un simple asentimiento.
Me quedo sola, envuelta en el silencio denso y perfumado por el jazmín y el tenue rastro metálico de lo ocurrido. El penthouse en París, mi base de operaciones, solo se ilumina con la luz pálida y fría de la luna, filtrada por el ventanal que muestra un panorama donde soy una cazadora observando a su presa. Había estado fuera por meses, de un lado para otro, como un depredador errante, pero era hora de volver al nido... o al menos, regresar por mis padres. Nunca he sido buena quedándome en un solo lugar.
Llaman a la puerta con dos golpes secos y respetuosos.
—Adelante.
Louis, mi consejero, mi lugarteniente y mi sombra, entra. Su expresión es impasible.
—Melanie. Su padre solicita su presencia en la mansión mañana a primera hora.
—Ah, el deber llama —Dejo la copa a un lado, el sonido seco en la mesa de mármol.
—¿O será que el Gran Líder la extraña? —Louis esboza una media sonrisa.
Me levanto, sin importarme mi desnudez ante él. Louis no es un hombre, es una extensión de mí misma.
—Mi padre también es mi deber, Louis.
Él recorre mi cuerpo con una mirada profesional, evaluando el cansancio, no la belleza.
—Sería prudente tomar un baño. Ha sido un día largo y agotador, con un 'negocio' particularmente... complicado.
—Lo mismo te digo. Es mejor que vayas a casa y descanses.
Me coloco una bata de seda negra y me acerco.
—Te veo mañana.
—Hasta mañana, Bellerosa. —Besa mi frente con la ternura impersonal de un hermano y se retira.
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A la mañana siguiente, la imponente fachada de la mansión familiar me recibe. Como siempre, está rodeada de hombres que patrullan las propiedades. Al verme acercarme, se alinean en una fila rígida, inclinando la cabeza en una reverencia sincronizada.
—¿Qué tal, chicos? —Les dirijo un saludo informal mientras camino hacia la puerta principal. Solo recibo asentimientos de cabeza y miradas fugaces que prometen lealtad, y algo más, que rápidamente se retiran al entrenamiento.
Entro y me encuentro con Gaston, el guardia de más confianza de mi padre.
Gaston hace una reverencia. —Su padre la espera en el patio de entrenamiento, señorita.
—Bien, gracias, Gaston.
Me dirijo al patio.
—Padre —digo al verlo, un hombre que aún emana autoridad, sentado en una mesa de hierro forjado mientras observa a los reclutas.
Se levanta con una sonrisa. —Hija. Es un placer tenerte de vuelta.
Me acerco y lo abrazo. —¿Un placer verme a mí o a mis resultados? —Bromeamos, y nos sentamos.
—¿Cómo fue tu viaje? Los reportes indican que la expansión en Japón ha sido... rentable.
—Agotador, pero mis negocios marchan viento en popa.
Observo cómo varios hombres interrumpen sus ejercicios para mirarme.
—¿Se les perdió algo, muchachos? —Mi voz es fuerte y firme, con un matiz de frialdad que hace que todos regresen inmediatamente a su entrenamiento.
Mi padre ríe, negando con la cabeza. —Siempre es el mismo efecto cuando regresas.
—Y siempre es lo mismo en todos los lugares a los que voy —ruedo los ojos.
—Es lo que sucede al ser la mezcla exacta de tu madre y yo —responde, con un brillo orgulloso en sus ojos—. Hija, necesito que nos acompañes a Italia mañana.
Levanto una ceja mientras una empleada se acerca con café. —¿Y eso?
—Habrá una cumbre importante, lo sabes.
—Claro que lo sé. Es mi restaurante en Roma, después de todo —agrego azúcar a mi café.
—Entonces, estás informada de que asistirá el líder de la Cosa Nostra italiana, Amandus Grimaldi, El Demonio Sangriento.
—Por esa misma razón iré. He deseado conocer a esa leyenda. Dicen que es un hombre increíblemente guapo, un dios griego encarnado. Me gustaría evaluar la mercancía —Sonrío, mi voz teñida de un sarcasmo depredador.
—Pequeña depravada, solo ves hombres y poder —Mi padre suspira, aunque hay diversión en sus ojos.
—Soy hija de un antiguo mujeriego y de una mujer intensamente provocativa. Yo soy la suma de esa mezcla —Me señalo con un gesto elegante—. Además, sé que ese hombre se ha negado a hacer negocios contigo porque sospecha de tus intenciones.
—Es terco, no quiere escuchar que estamos siendo afectados por el mismo problema —Acaricia su sien, la frustración palpable—. Hemos sufrido robos constantes, y no logramos conseguir información sobre quién está detrás de esto.
—¿Y por qué quieres que te acompañe a la reunión?
—Primero, porque necesito una dama. Tu madre no disfruta de estos encuentros de mafiosos. Segundo, me gustaría que conozcas a Amandus.
—A ver, déjame adivinar —Me acomodo en mi asiento, mi postura se vuelve felina—. Deseas que me acerque a él para persuadirlo, ¿Es correcto?
—Ningún hombre puede resistirse a ti, Melanie. Lo sé, tengo el vivo ejemplo en tu madre. Ella te enseñó cómo cautivar a un hombre y hacerlo caer a tus pies.
—Me siento muy orgullosa de ese linaje —Dejo la taza en su plato.
—Pero ¿Qué te hace creer que el gran Demonio Sangriento caerá ante la Mujer Vampiro?
—Porque te conozco, y conozco a los hombres de esta sociedad. Todos se ven fuertes e indomables por fuera. Pero Amandus Grimaldi está soltero. A su edad, ya debería tener herederos. Al verte, hija, estoy seguro de que se interesará.
—Odio tener que hacer esto cuando me lo pides, pero no te ilusiones. Estamos hablando del mafioso más grande del puto mundo.
—Sé que mi hija lo logrará. Tener a los italianos como aliados sería una fuerza imparable. Y, sobre todo, un rey necesita una reina. —Me mira con la ceja levantada.
—¿Yo? ¿Reina de la mafia italiana? —Lo sopeso con calma—. Suena fascinante. No me conformo con ser una simple princesa.
—Lo quieras o no, eres una reina. Tú misma te has encargado de grabar eso en la mente de todos.
—Me gusta más ser llamada La Mujer Vampiro —Miro el sol en la espalda de los hombres que entrenan—. Acepto ser tu compañera y llevar a cabo tu plan para persuadir a Amandus Grimaldi.
Estrechamos nuestras manos, sellando el trato con una seriedad que solo los líderes de clanes entienden, cuando un grito de alegría rompe la atmósfera.
—¡Hija! —Mi madre, de cabello oscuro y ojos salvajes, corre hacia mí—. ¿Cómo es posible que hayas llegado a casa y yo no haya sido la primera en saberlo?
—Lo siento, mamá —Me levanto para abrazarla—. Papá necesitaba hablar de negocios, y sabes que el deber llama primero.
—Yo soy primero que sus negocios —Nos mira, fingiendo indignación, antes de que una sonrisa genuina ilumine su rostro—. Es bueno verte. Ya me aburrían de verle la cara a tu padre.
Mi padre borra su sonrisa ante el comentario.
—Ay, mamá. Adoras ver el rostro de mi padre hasta cuando está en el peor de sus humores.
—Amo mucho a tu padre, pero no llego a esos extremos —Se sienta a su lado.
Vuelvo a mi lugar. —¿Y Victor?
—Ya sabes. Está en Alemania ocupándose de unos encargos —Responde mi padre.
—¿Y a ti cómo te fue en Japón, cariño? —pregunta mi madre.
—Excelente, madre. Mis restaurantes en Osaka y Tokio están en la cima. Y acabo de inaugurar una cadena de aguas termales que será el nuevo paraíso hedonista.
Mi padre asiente, impresionado. —No puedo creer que con solo veintiún años ya poseas un imperio de negocios.
—Sabes que, cuando te jubiles, papá, ya no me verán como una simple princesa en esta casa —Los miro fijamente—. Por eso, estoy construyendo mis propios negocios, entrenando a mis propios hombres. Poco a poco, la mafia francesa me verá como una líder de clan por derecho propio, no por linaje.
—Estás creando tu propia mafia dentro de la nuestra —Mi padre toma mi mano—. Estoy muy orgulloso de ti.
—Aprendí de los mejores —Les guiño un ojo.
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—¡Quiero tener a esos malditos ante mí tan pronto como los atrapen! —grito al móvil, sintiéndome totalmente llena de ira y el deseo visceral de derramar la sangre de los desgraciados que se atrevieron a robarme.
—Mañana tengo una reunión en Roma. Espero que, cuando termine, tenga a esos ladrones atados y listos para mí. —Sin esperar respuesta, cuelgo la llamada.
—Parece que la gente aún no entiende con quién se está metiendo —dice Louis, recostado en mi cama, completamente desnudo.
—Solo por ser mujer, creen que soy débil e ingenua —Me sirvo un trago de whisky de malta. Siento la presión del día. Nunca puedo estar un momento de paz.
—A la gente le gusta joder —Se incorpora en la cama—. ¿Cómo te fue con el jefe?
—Quiere que lo acompañe a la reunión de mañana. Y quiere que seduzca al gran Demonio Sangriento.
—Una misión de alto nivel —Sonríe—. Siempre has querido conocer al líder italiano.
—Por todos los infiernos. Estamos hablando del líder de líderes —Me dejo caer en la cama boca arriba—. Pero no es imposible. Además, estoy deseando saber quién es el que nos está robando a ambos.
—¿Crees que sea la misma persona?
Lo miro. —Puede que lo sea. Si un mismo ladrón ha golpeado a la mafia italiana y a la francesa simultáneamente, no es un aficionado. Es un maestro.
Me subo sobre sus piernas. Él apoya sus manos firmemente en mi cintura.
—Entonces, tenemos que ponernos en marcha. Investigar esta mierda es nuestra prioridad.
Asiento. —Exacto. Si logramos tener a los italianos de nuestro lado, encontraremos al causante. Y cuando lo haga... —Mi sonrisa se vuelve gélida, prometiendo un dolor exquisito.
Louis es mi mejor amigo, mi confidente, y mi socio táctico en todos los sentidos, incluso en la intimidad. Siempre hemos estado unidos. Pero entre nosotros no hay amor romántico, solo una gran amistad que se nutre del peligro compartido. Y así será hasta que, tal vez, uno de los dos conozca a su pareja ideal.