NARRA FABIEN La bajé hasta acomodarla a mi cintura. Solté sus manos de las esposas y acaricié sus muñecas, para calmar el ardor que debió haberle provocado la jamaqueada. La llevé a horcajadas hacia el sillón tántrico que había en la habitación y me acosté sobre él, dejándola a ella encima de mí, pues no quería que su cuerpo tocara los apestosos lugares donde los clientes habían estado. Observé la deliciosa y armoniosa silueta de su cuerpo: la curva que formaban sus sinuosas caderas y su cintura fina y apretada, marcada por el perfecto sesgo que formaba su ombligo. Sus tetas grandes, carnosas y tan turgentes... Joder, si no se me paraba solo con verla. Pasé mis manos por su cintura y caderas, y ladeé un poco la cabeza, para mirarla a los ojos. —¿Disfrutas de esto? —le pregunté en ton

