2: El Peso del Diamante y las Miradas Prohibidas

2136 Palabras
Shana. .Cinco años. Ha pasado el tiempo exacto en que el amor se instaló en nuestra vida. Fue un torbellino, sí, y desde el primer día que Mamá y Hakam se encontraron, supimos que nada en nuestras vidas volvería a ser ordinario. Después de aquel encuentro fortuito, el "Padre Hakam" no perdió el tiempo; su búsqueda por Mamá era incesante. Nos invitaba a cenas elegantes, a paseos por la playa y nos llevó a conocer los rincones más hermosos y secretos de este país. Un año después, en medio de una cena familiar, mi corazón se desbordó: la palabra "Papá" se escapó de mis labios. El silencio fue absoluto, los ojos de todos quedaron fijos en mí. Ahora, él es oficialmente mi padre. Lo "malo", lo que dicta mi realidad y la de mi madre, es que Papá está casado con otras tres mujeres, las respetables madres de mis ahora... "hermanos". Corrí por los pasillos inmensos de nuestra gigantesca mansión situada en las afueras de Dubái para una mejor privacidad, buscando a Papá y Mamá que acababan de regresar a casa. —¡Papá! ¡Mamá! —Los abracé con una fuerza que buscaba compensar cada minuto de su ausencia. —Nuestra princesa —Papá Hakam me levantó sin esfuerzo, besando mi frente. Lo sentí fuerte y seguro en sus brazos. —Los extrañé mucho. —Nosotros a ti, mi amor. Pero mira lo que trajimos —Mamá Selena me mostró unas bolsas de diseño con una sonrisa radiante—. Tus vestidos para la boda. Ya sabes, los últimos retoques. —¡Sí! —Reí, aferrándome aún más a mi padre. Su boda era la confirmación de que este cuento, por complejo que fuera, era real. —¿Dónde están tus hermanos, pajarito? —preguntó Papá. —Estaban conmigo hace un momento en la sala de juegos. Justo entonces, las voces se oyeron en el pasillo: —¡Shana! —Mis hermanos llegaron rápidamente y se detuvieron al vernos—. Oh, padres. Se acercaron a saludarlos con el respeto que exigía la cultura, pero sus ojos estaban fijos en mí. —Shana salió de la habitación a toda prisa —explicó Ikram, dejándose caer en un mueble cercano. —Es que extraña mucho a sus padres —Mamá comentó, con una sonrisa que ya no le cabía en el rostro. —¿Qué tal les fue con los preparativos? —preguntó Jameel, con su habitual tono protector. —Genial. Los últimos detalles están listos. Ya solo falta casarnos —dijo Papá, besando la mejilla de Mamá, un gesto de afecto público que sabía escandalizaría a las paredes. Nos quedamos en la sala, disfrutando de ese raro momento de perfecta armonía, donde éramos solo nosotros: Selena, Hakam, los tres hermanos y yo. Me encanta la sensación de esta familia ensamblada. Pero la paz, como siempre, fue efímera. Todo terminó cuando las otras tres esposas de mi padre, las Madrastras, hicieron su aparición. Eran un huracán de sedas y exigencias, buscando destruir la burbuja y reclamar la atención exclusiva de Hakam por haber dedicado el día a Selena. Eran pequeños detalles, punzadas que a mi madre le dolían y a mí me irritaban, pero debíamos aceptarlo. En este país, esa es la cultura, y por mucho que quisiéramos, no podríamos cambiar el paisaje poligámico que rodeaba nuestra felicidad. —¿Entonces sus amigos vendrán con sus padres? —preguntó Mamá a los chicos, tratando de ignorar la tensión. —Sí, sus padres quieren conocer a la anfitriona —respondió Saalim. —Me alegra que tengan buenos amigos. Aunque debo decir que cuando ustedes regresan a la universidad, Shana y yo los extrañamos muchísimo. —También lo hacemos, y mucho —Ikram me acercó a sus piernas, depositando un beso en mi mejilla. Mi corazón latió con una furia incontrolable ante ese gesto. Cada vez que alguno de ellos me tocaba, me volvía una masa nerviosa y feliz. Anhelaba que esos abrazos, esos besos furtivos, se volvieran permanentes, que me vieran no como su hermana pequeña, sino como la persona más especial en sus vidas. —Gracias por pedir vacaciones para estar en nuestra boda. Lo aprecio, chicos. —Después de todo, eres nuestra madre —dijo Jameel, ofreciendo una de sus escasas sonrisas. Su mirada se suavizó—. Además, te has convertido en nuestra mejor amiga. —Gracias por aceptarme. Los amo mucho —Mamá nos dio un beso de despedida y sonrió, radiante—. Iré a trabajar un poco. Cuiden de Shana por mí. —Adiós, Mamá. Junto a mis hermanos, pasamos la tarde en la sala de juegos, aunque mi participación era pasiva. Yo me limitaba a verlos jugar, o, mejor aún, me acurrucaba entre las piernas de alguno de ellos, sintiéndome protegida y observada. .Quince años. Me miré en el espejo de cuerpo entero. La niña estaba desapareciendo. Mi cuerpo, apenas entrando en los quince, estaba en plena eclosión. La figura que mi madre me había heredado comenzaba a asomar: mis senos se redondeaban, la cintura era estrecha y mis caderas se perfilaban. La pubertad había llegado con una promesa de feminidad, y mi cuerpo estaba dejando ver sus frutos de una manera inesperadamente maravillosa. Dos golpes suaves en la puerta. —Shana —Era Ikram, ahora con veintitrés años, su voz madura y grave—. Apresúrate, preciosa. Debemos irnos ahora. —Sí, sí, ya voy —Tomé mi bolso de mano, cuyos bordes brillaban con pequeños diamantes—. Ya estoy lista. Abrí la puerta y me encontré con Ikram. Vestido con un impresionante traje azul cielo, el color contrastaba con su piel ligeramente bronceada, acentuando sus facciones. Lo hacía ver devastadoramente atractivo. Me encantaba. —Estás hermosa —Sus ojos, siempre tan severos, recorrieron cada parte de mi cuerpo en un examen lento—. ¿Desde cuándo has crecido tanto? —También me lo he preguntado —Tomé su mano para bajar. La tensión entre nosotros era casi palpable. Abajo, Papá y Mamá sonreían con orgullo. Mis otros dos hermanos me ofrecieron su característica mirada penetrante, un gesto que en ellos se sentía menos como admiración y más como evaluación. En cuanto a mis Madrastras, solo me dieron una fugaz mirada de desinterés. Jamás han estado interesadas en interactuar conmigo, y yo lo agradezco. —No puedo creer que hace solo diez años fueras mi pequeña que no soportaba estar lejos de su padre —Papá Hakam se acercó, besó mi frente con cariño—. Ahora eres toda una mujer, realmente hermosa, igual a tu madre. —Gracias, Padre. Al salir, la limusina nos esperaba. Me ubiqué estratégicamente en el medio de Saalim y Jameel. Ambos me miraban sin disimulo, con una intensidad que apenas podían contener. Esto solo conseguía que mis nervios se dispararan. —No te separes de nosotros, cariño —Me susurró Jameel, el mayor, con una nota oscura y posesiva en la voz—. Habrá muchos de tus admiradores allí, y no pienso tolerarlo. Solté una risa nerviosa y asentí con la cabeza. —Sí, hermano. —Besé su mejilla. Jameel tenía razón. Desde que Papá me había presentado en sociedad, justo en mi decimoquinto cumpleaños que coincidió con el aniversario de nuestro hotel, los admiradores habían surgido como moscas. Todos me veían como un trofeo. Muchos le pidieron mi mano a Papá, quien los rechazó con una rotundidad absoluta. Las mujeres jóvenes, envueltas en sus propios lujos, no tardaron en lanzarme miradas de celos por mi tan pronta popularidad. Agradecía profundamente que mi padre no quisiera casarme. Al ya tener la nacionalidad y llevar su apellido, la presión social para aceptar las costumbres era inmensa. Si bien aquí se permite casarse desde los dieciocho, es mejor tener un prometido asegurado mucho antes. Caminé muy pegada a Jameel, quien sujetaba mi cintura con una fuerza que se sentía extrañamente reconfortante. Adoraba esa posesividad. —Señorita Shana. Nos detuvimos al escuchar esa voz odiosa que mis hermanos y yo detestábamos: Jafar. Nos volteamos lentamente. —Hola, Jafar. Qué gusto verte —Traté de sonar cortés. Jafar era un viejo enemigo de mis hermanos. Ahora tenía dos esposas, bellas a su manera, pero hace un tiempo, le había pedido a Papá mi mano. Obviamente, fue rechazado al instante. No lo odiaba solo por mis hermanos; lo odiaba porque se creía el mejor partido del país, y había visto cómo trataba a sus esposas con desprecio, coqueteando abiertamente con otras frente a ellas. —Estás hermosa, como siempre. —Siempre lo está, Jafar. No es algo nuevo —intervino Ikram con fastidio, colocándose a mi lado izquierdo como un muro. —Pero es una pena que te opaquen —Jafar escaneó mi cuerpo, y sentí asco—. No tienes por qué estar en la sombra de tus hermanos. Debes brillar como es debido, ¿no lo crees? —Sí, pero para brillar no necesito un esposo —respondí, mirándolo directamente—. Eso haría opacarme más. —Me giré hacia mis hermanos—. ¿Podemos comer algo? La mesa de bocadillos se ve genial. —Vamos, nena —Saalim besó mi frente, alejándonos de ese tipo con una urgencia apenas contenida. Después de picar algo, Saalim me llevó a bailar, atrayendo todas las miradas. Nuestros padres nos observaban con amor, aunque las Madrastras ni se inmutaron. Luego pasé a los brazos de Ikram, para terminar la ronda con Jameel. —Hijos —Nuestro padre nos llamó, su voz rompiendo la música—. Traigan a Shana. Quiero presentarle a unas personas. Miré a Jameel, su rostro se ensombreció levemente. A él no le agradaba la idea de presentarme a nadie. —Papá —dijo, besando mi frente. —Ven, cariño. Estas personas son importantes —Asentí. Me llevó hacia una pareja. —Ellos son el Príncipe Zaki y su hermana, Jannat al-Mostafa —anunció Papá—. Conociste a su padre en la otra reunión, pero esta vez vinieron ellos. —Oh, sí, ya recuerdo —Los saludé con el respeto debido—. Es un gusto conocerlos. —Igualmente —Zaki tomó mi mano y, en un gesto inesperadamente occidental, depositó un beso en ella. Era una formalidad extraña en este país—. Estaba emocionado de conocer a la autoproclamada Princesa de Dubái. —No lo digo yo, sino las demás personas —respondí con una sonrisa pícara. Sí, nos llamaban la "Segunda Familia Real". A mis hermanos y a mí nos llamaban príncipes y princesa, a pesar de que la realeza de verdad estaba más lejos. El hermano mayor de Papá era, de hecho, el Príncipe de Dubái, pero mi padre era más conocido y admirado que él. —Aun así, eres una princesa. Sonreí. —Bueno, mis padres me lo dicen tantas veces que hasta creo que es verdad —Reí un poco, notando que mi coquetería lo estaba cautivando. Él era muy guapo, demasiado, pero mi corazón, ya comprometido con la sombra y el deseo de mis hermanos, me hacía imposible ver a cualquier otro hombre de esa manera. —¿Te gustaría bailar? Miré a mi padre, quien asintió con una sonrisa alentadora. —Bien. —Mientras aceptaba la mano del Príncipe Zaki, sentí el peso de tres miradas clavadas en mi espalda. Sabía exactamente de quiénes eran. Era triste, una espina. Un día, vería a mis hermanos casarse con varias mujeres, si así lo deseaban, y yo quedaría relegada a ser la hermana menor. Siempre sería así. Nunca me verían como una mujer para ellos. Más tarde, ya en casa, masajeé mis pies cansados. Había bailado casi toda la noche con el Príncipe Zaki y mi padre. Por primera vez, me había llevado tan bien con otro hombre. Me hizo sentir una punzada de alivio: quizás, después de todo, no tendría que sufrir solo por tres hombres. —Debo ser fuerte. Me levanté y fui a la habitación de mi hermano mayor. Toqué dos veces con suavidad. —Adelante —respondió Jameel. Entré con cuidado. Mis hermanos estaban en su terraza privada, como hacían cada noche, disfrutando de un cigarrillo. —Hermanos —Abrazé la espalda de Jameel. —Pensé que estabas dormida. Debes estar exhausta después de una noche tan movida —dijo él, sin moverse. Negué con la cabeza. —Quiero estar con ustedes. En un movimiento instintivo, Jameel se puso de pie y me acomodó en su cintura, mis piernas se enrollaron naturalmente en su cuerpo. Besé sus mejillas y escondí mi rostro en su cuello para evitar el humo. Sentí las manos de Saalim pasar por mi espalda con una caricia larga y tierna. Cerré los ojos, saboreando el mimo compartido. Ojalá momentos como este nunca terminaran. Deseaba quedarme así con ellos, para siempre, atrapada en su abrazo posesivo.
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