Me aprieta la mano antes de soltarla cuando llegamos a la puerta. Levanto la vista hacia sus ojos marrón oscuro y cierra el espacio entre nosotros. Su mano cálida está en mi mejilla, luego en mi cabello, sosteniendo mi rostro contra el suyo. Sus labios encuentran los míos suavemente al principio. El beso se vuelve más húmedo, más ansioso mientras su lengua mapea mi boca. Su respiración se vuelve errática. Me atrae hacia él mientras mis dedos agarran su suéter. Se aparta demasiado pronto.
—Debería dejarte ir ahora.
¿Qué?
—Sí —sonrío tan dulce como puedo. Quiero que esa sonrisa diga: “soy buena chica, me gustas y está bien”, en lugar de lo que realmente pienso: “hace siglos que no me acuesto con nadie y me muero por lanzarme sobre ti y arrancarte toda la ropa”.
—Adiós, Rosalin —se inclina y besa mi mejilla—. Te llamo después. Y con su sonrisa impresionante, se gira y se va. El aroma de su colonia se queda a mi alrededor.
Al entrar flotando, Kellan está saliendo de la cocina hacia el salón. Lleva un bol grande y se mete palomitas en la boca cuando me ve y se congela, con la mano aún a medio camino.
—Vaya —un trozo de palomita se le cae totalmente de la boca—. Te ves genial —me mira de arriba abajo incrédulo, deteniéndose un poco demasiado en mis pechos.
—Supongo que me arreglo bien —claramente, no lo había impresionado holgazaneando por la casa en chándal durante las últimas semanas. Bueno, eso es lo mejor porque ciertamente no necesito que Kellan me mire así. De la manera en que me está mirando ahora. Asiente con aprobación.
—Iba a empezar una película. ¿Quieres verla conmigo?
Aún estoy demasiado despierta por los besos increíbles para irme a la cama.
—Claro. Solo... dame un minuto —no voy a sentarme al lado de Kellan toda la noche con este vestido.
Se encoge de hombros y se deja caer en el sofá, aún comiendo palomitas a puñados. Vale, tal vez no esté tan distraído por el vestido. Aún así voy y me cambio por una camiseta ligera y mis chándales grises más cómodos. En el baño, me froto la cara para limpiarla y me recojo el cabello en una coleta rebotona.
Cuando vuelvo, parece dramáticamente decepcionado.
—¿No vestido?
—Eh. No.
Tiene esa sonrisa diabólica que derrite bragas en el rostro de nuevo. Me mira como si estuviera desnuda.
—No pasa nada. Te veías bien con el vestido, pero no tanto como con los lunares.
El calor sube a mis orejas y no se me ocurre una buena réplica. Me hace un gesto para que me siente a su lado.
—Lo siento. Es que es demasiado fácil darte caña. Prometo que seré amable. Hasta compartiré mis palomitas —levanta el bol como ofrenda de paz y no puedo evitar sonreír ante la mirada inocente que se pone tan a propósito.
Me siento a su lado e inmediatamente agarro un puñado de palomitas, lanzándole mi mejor mirada malvada. Aparentemente, es una mirada malvada bastante pobre porque solo hace que su sonrisa se ensanche.
La película es una comedia ridícula de hace unos años. Los chistes son infantiles, pero en secreto me encanta.
Pasamos la primera mitad de la película mirando atentamente, riéndonos de cada chiste y truco idiota mientras nos turnamos para agarrar más palomitas. Intento no preocuparme cuando nuestras manos se rozan en el bol, pero sigue pasando y juro que debe pensar que lo hago a propósito.
Más de una vez me doy cuenta de que mi pie ha vagado hacia su lado del sofá y está apoyado contra su pierna antes de apartarlo. No menciona nuestros múltiples roces accidentales, pero tampoco mueve la pierna.
Cerca del fondo del bol de palomitas, veo el trozo perfecto. Es enorme y de un amarillo tan antinatural que sé que va a ser maravillosamente mantecoso. Justo cuando alcanzo por él, Kellan lo atrapa. Reflexivamente le doy una palmada en la mano. Deja caer la palomita y me mira, un poco sorprendido. Su asombro se derrite rápidamente en su sonrisa diabólica.
—¿Qué? Ocupas tres cuartos del sofá y ahora vas a acaparar las palomitas.
—¡No ocupo tres cuartos del sofá! —No lo hago.
—Oye, eres tú la que sigue tocándome con tus pies apestosos —me sonríe con sorna. El muy idiota.
—¡Mis pies no apestan!
—¿De verdad? Veamos —agarra por mi pie. Pataleo e intento girarme para alejarme de él, pero es demasiado rápido y tiene mi pie desnudo en su mano en un instante. Lo sube a su nariz y arruga el rostro en una exhibición excesiva de disgusto—. Guau, súper apestosos.
Puedo decir que está bromeando, y sé que mis pies no apestan —¡oh Dios! ¿Apestan mis pies? Ahora se ríe a carcajadas de mí.
—¡Eres un imbécil! —agarro por las palomitas y le lanzo unos trozos directamente a la cara. Está momentáneamente sorprendido y luego agarra unos cuantos y me los lanza a mí, riendo. Agarra mi pie de nuevo y empieza a hacerme cosquillas en la planta. ¿En serio? Aparentemente, tengo seis años y me río demasiado fuerte para formar oraciones coherentes. Solo puedo jadear “¡Para!” entre sollozos de risa. No puedo respirar. Prácticamente me estoy ahogando.
—¡Kellan! —Es implacable—. Por favor... para —casi lo pateo intentando forcejear para alejarme. Esa fue la primera vez. La siguiente vez realmente lo pateo en la cara. Un buen tacón duro directo a la mandíbula. Sus dientes chocan cuando mi talón conecta.
—¡Ay! Joder.
—¡Oh mierda! Lo siento, Kellan —me siento hacia él—. ¿Estás bien?
Tiene la mano en la cara, masajeando su mandíbula abierta.
—Me mordí la lengua —me mira y de repente parece menos cabreado y más complacido—. Creo que me has hecho sangrar.
No puedo controlar la sonrisa gigante que toma mi rostro.
—Estás bastante orgullosa de ti misma, ¿eh?
—Bueno, en cierto modo te lo merecías.
Antes de que pueda replicar —y puedo decir que va a ser buena— Bram entra por la puerta principal. De repente me doy cuenta de lo cerca que estoy sentada de Kellan. Me deslizo hacia el otro lado del sofá. Kellan se endereza un poco también justo cuando Bram entra en la habitación.
Entra, aflojándose la corbata y se derrumba en la silla frente al sofá con un suspiro.
—¿Qué estáis viendo? Oh, esta película apesta. Mierda. Tenéis el mismo gusto horrible para las películas. Me voy a la cama —se levanta y se dirige al pasillo cuando Kellan se pone de pie.
—Sí, yo también.
Los dos desaparecen por el pasillo, dos puertas cerrándose detrás de ellos.
¿En serio? Ni siquiera un “Buenas noches, Rosalin”. Apenas es medianoche y juro que nunca he oído a Kellan irse a la cama antes de las dos.
Me meto en la cama después de terminar los últimos veinte minutos de la película. Abro la ventana solo una rendija para dejar entrar el aire fresco de la noche. Mi cama es suave y envolvente mientras me arropo en mis mantas acogedoras. Cierro los ojos y repaso mi día. La gran primera cita. El paseo bajo la luna. El primer beso. El segundo beso.
Entonces recuerdo el desayuno alucinante. Y la pelea de cosquillas.
Mi teléfono suena desde debajo de la almohada, sacándome bruscamente de mis pensamientos. La pantalla está demasiado jodidamente brillante en mi habitación a oscuras y me duele a los ojos.
Es Archer.
—Hola... —ya estoy sonriendo.
—Espero no ser demasiado tarde para llamar. No podía dejar de pensar en ti.
Me derrito.
—Yo tampoco —eso es mayormente verdad.
—Supongo que solo quería oír tu voz y decirte que no puedo esperar a besarte de nuevo.
Oh.
—Buenas noches, Rosalin.
—Buenas noches, Archer.