Capítulo 2

2875 Palabras
La primera semana de clases es bastante tranquila. La segunda semana, sin embargo, es cuando lo conozco. Se sienta a mi lado justo después de que el profesor haya empezado la lección. —¿Crees que lleva los mismos pantalones todos los días o que tiene varios pares que rota? —susurra, agachado todo sigiloso. Miro a nuestro profesor. Milt Trobaugh efectivamente parece llevar el mismo par de pantalones de lana verde guisante con pinta de picar todos los días. Los combina con unos tres cárdigans diferentes que rota, todos en distintas tonalidades de marrón. No puedo evitar la sonrisa que me ilumina las comisuras de la boca mientras susurro desde detrás de mi cuaderno como una niña de tercer grado. —Creo que es el mismo par, pero que los lava todas las noches, con su único cárdigan y un par de calcetines. Entonces me sonríe. Una sonrisa grande y preciosa con dientes blancos perfectamente rectos. Destacan contra su piel bronceada. Tiene unos ojos grandes y hermosos de color marrón oscuro con cabello oscuro que se enrosca justo en las orejas. Su nariz es recta, sus facciones afiladas y masculinas. El brillo en sus ojos es juguetón, amistoso, incluso infantil. Su colonia es quizás un poco intensa, pero huele increíble. —Soy Archer. —Rosalin. —Rosalin. Es un nombre bonito. Perfecto para una chica muy guapa —su aprecio es tan sincero que no puedo evitar ponerme toda tonta y mirarlo con ojos soñadores. Puede que también me riera. El profesor Trobaugh carraspea y empieza a hablar un poco más alto, definitivamente dándonos el ojo malvado. Archer y yo intentamos reprimir nuestras risitas. Abre la mano hacia mí bajo la mesa. —Encantado de conocerte, Rosalin —su voz suena tan sensual cuando susurra mi nombre. —Igualmente. Su pulgar acaricia el dorso de mi mano una sola vez antes de soltarnos. Vaya. Cuando nos levantamos para irnos, su brazo roza el mío y nos intercambiamos sonrisas tontas de nuevo. —Oye, nos vemos por ahí. —Sí, definitivamente —acepto. Tengo que esperar hasta el jueves para verlo de nuevo. Se sienta en el mismo sitio a mi lado como si nada. Nos burlamos del ojo vago del profesor Trobaugh y de cómo lo consiguió en algún loco accidente de profesor, sin duda. Un improbable Indiana Jones. De camino a la salida del aula, no veo a Archer, aunque lo busco con la mirada por todas partes. Debe haberse perdido entre el mar de estudiantes que se apresuran por escapar del lugar. Estoy a mitad de camino hacia la explanada cuando lo veo alcanzarme. —¡Oye! —dice, un poco sin aliento. —Hola —ralentizo para que pueda caminar conmigo. —Me preguntaba si querrías... no sé, tomar un café o algo. ¿Algún día? —parece esperanzado pero un poco nervioso. —¡Por supuesto! —Demasiado ansiosa—. Quiero decir, sí, me gustaría. La alegría en su rostro es infantil y reconfortante. —Tengo un par de horas hasta mi próxima clase. ¿Estás libre ahora? ¿Ahora? Sí, por favor. —Claro. He terminado por hoy. Caminamos hasta una pequeña cafetería en el borde del campus. Es estrecha, pero increíblemente acogedora. Pequeñas mesas turquesa se alinean junto a taburetes amarillos, rodeados de sillas y cojines desparejados en distintos tonos de rojo, naranja y rosa. Los estudiantes se agrupan en rincones, leyendo, charlando o tecleando en sus portátiles. El lugar tiene ese encanto peculiar entre lo acogedor de la casa de una abuela y lo moderno de un café hipster. Nos acercamos al mostrador y me envuelve una mezcla cálida de aromas: canela, mantequilla, café y vainilla. Los pasteles del expositor parecen trozos de cielo cubiertos con un delicado glaseado. Pido un caramelo macchiato y decido renunciar al pastel. No necesita verme babeando tan pronto; mejor dejar un poco de misterio. Cuando alcanzo mi bolso para pagar, Archer pone su mano sobre la mía. Es suave y cálida y cubre la mía perfectamente. —Déjame invitarte. —Oh, no, está bien, pero gracias. —Quiero invitarte yo. ¿Es esto una cita? Realmente quiere comprar mi café. Así que lo dejo. Me lleva a una mesita mona en la esquina que está desocupada con bolitas de nieve. Hay dos sillas de madera tambaleantes con patas de husillo, todas de colores y formas diferentes —y longitudes, sospecho, por el constante balanceo de un lado a otro. —Nunca te había visto por el campus antes de este año. Eres de antropología, ¿verdad? Asiento. —Habríamos tenido algunas clases juntos antes. Creo que definitivamente te habría notado. —Sí, acabo de mudarme aquí. Es mi cuarto año de universidad, pero me quedan un par más porque no todos los créditos de mi antigua escuela se transfirieron. Tengo que recuperar algunos prerrequisitos y clases básicas, pero voy en buen camino en general —estoy balbuceando totalmente. Pero agradecidamente, él sonríe y asiente y no parece ni un poco desinteresado en mi aburrimiento. De hecho, parece cautivado por todo lo que digo, incluso por mi adicción a Jane Austen y otras novelas clásicas. —¡Oh, sí! —finge un acento británico y se abanica la cara—. ¡Ese señor Darcy es guapísimo! Me quedo boquiabierta. ¿Conoce al señor Darcy? Orgullo y prejuicio es mi favorito. Se lo estoy contando cuando empieza a reírse de mí. —Eres demasiado mona. Me alegra haberte sorprendido. No he leído el libro, pero he visto la película como un millón de veces con mi mamá. Un brillo cálido aparece en sus ojos cuando menciona a su mamá. Oh, hombre. Sexy, inteligente y trata bien a su madre: eso es la trifecta. Estoy perdida. Hablamos otra hora sobre todo, parece. Me hace reír y es lo suficientemente amable para reírse de mis chistes no tan graciosos. De algún modo encuentra cada oportunidad para rozar suavemente mi brazo, tocar mi mano y inclinarse cerca cuando alcanza las servilletas. Cada vez que siento su calor y huelo su maravillosa colonia, me mareo con su cercanía. Más de una vez tengo que detenerme para no inclinarme y oler el sitio justo detrás de su oreja sobre el cuello. Aunque resisto. Mi macchiato se ha acabado hace rato, pero no quiero que termine nuestro tiempo. Él también parece demorarse. Nos levantamos para irnos y me abre la puerta. El aire de fuera es fresco y crujiente en contraste con el aroma cálido y envolvente de la cafetería. —Oye, así que puedo llevarte a casa... si quieres. Me alegra que él tampoco quiera acabar. —Claro. Cuando aparca junto a la casa, espero que se despida, pero sale y rodea el frente del coche para abrirme la puerta. No creo que nadie me haya hecho eso antes. Toma mi mano para ayudarme a bajar, pero no la suelta mientras subimos por el camino. Mi mano encaja perfectamente en la suya. Para cuando paramos en el porche delantero, me siento mareada y mis piernas son como gelatina. Mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros claros y ajustados y me mira a través de sus pestañas con una sonrisa tímida. —Me preguntaba si podría tener tu número. Se atreve a parecer inseguro de mi respuesta, como si no hubiéramos pasado el mejor rato juntos. Está allí de pie con su sudadera gris suave de cuello redondo que complementa perfectamente su piel bronceada. Podría haber salido directamente de un catálogo de J. Crew y aterrizado en mi porche. ¿Qué más voy a decir? —¡Sí! Por supuesto. Una sonrisa ilumina su rostro mientras da un paso más cerca. Puedo sentir su calor irradiando hacia mí. Me pasa su teléfono y rápidamente introduzco mi información, luego se lo devuelvo. Lo toma, nuestros dedos rozándose apenas, enviando una pequeña descarga de electricidad por mi brazo. Acercándose más, se inclina. Su olor es embriagador. Su rostro está a solo pulgadas del mío. Inclino la cabeza una fracción hacia él. Mi corazón late más rápido y mis manos se sienten sudorosas. Va directo y roza sus labios suavemente contra mi mejilla. Cuando se aparta, tiene esa sonrisa infantil mona en el rostro de nuevo. Luego se gira y baja los escalones. Entro flotando por la puerta y doy una vuelta hacia la cocina. De hecho, me doy de bruces con Kellan, a quien no veo de pie justo delante de mí. No lo he visto mucho desde que me mudé, mayormente solo de pasada. No logro descifrar su horario de trabajo y suele estar fuera hasta las primeras horas de la mañana. Fornicando por la ciudad, estoy segura. Chocar con él y casi tirarme sobre el mostrador no es ideal. —Guau, Rosalin. Aparentemente, no deberíamos encontrarnos en las cocinas. —Hmmm —no puedo reprimir mi sonrisa. —Estás radiante hoy —me mira de arriba abajo. —Sip —deslizo a su lado para agarrar una sartén—. Y ahora voy a hacer la cena. —Oh. Entonces me mantendré al margen —se mueve alrededor de la barra y se sienta en un taburete, mirándome intensamente—. ¿Qué tenemos esta noche? —¿Tenemos? —no ha estado en casa para la cena antes. —Obvio —sonrisa engreída—. ¿Quieres ayuda? —Eh, no. Creo que puedo manejarlo. Solo voy a hacer unos fettuccine alfredo —empiezo a llenar una olla grande de agua para la pasta. Le lanzo una mirada que seguro dice que no puedes hablar en serio sobre ayudarme en la cocina. De pequeñas, mi mamá trabajaba por las tardes, así que Bram y yo aprendimos a apañárnoslas solos pronto. Yo cocinaba la cena la mayoría de las noches y soy más que competente en la cocina. —Vale. Entonces solo miraré. De repente me siento un poco cohibida mientras empiezo a derretir la mantequilla para la salsa bechamel. ¿Va a sentarse ahí todo el tiempo y mirarme fijamente? Sí. Con una sonrisa de engreído, además. La salsa alfredo está casi lista; solo necesita espesarse un poco. La estoy removiendo cuando interviene. —¿Sabes qué la haría aún mejor? Una pizca de nuez moscada rallada. Lo miro como si estuviera loco de remate. Obviamente es fluido en expresiones faciales porque empieza a reírse de mí. —En serio, confía en mí. Entorno los ojos, estudiándolo un segundo. Sus ojos azules claros miran directamente a los míos, relajados. Bien. Me giro y empiezo a rebuscar en el armario de las especias la nuez moscada. —No, no —Kellan se levanta, camina hasta el congelador y saca una bolsita pequeña. Luego agarra una ralladora micro de un cajón. Tienen utensilios de cocina elegantes para dos solteros. Viene hasta donde estoy frente a la estufa y me empuja juguetón con la Cadera. —Fresca siempre es mejor —ralla un par de pizcas de nuez moscada fresca en la salsa blanca y la remueve. Saca una cuchara del cajón a su derecha sin ni mirar y prueba un sorbo—. Necesita sal —añade sal con una mano y remueve con la otra. Se ha subido las mangas de la camisa hasta los codos, exponiendo la miríada de tatuajes n***o y gris en sus antebrazos definidos. Admiro cómo sus músculos se flexionan bajo su piel tatuada mientras trabaja. Esta vez, cuando la prueba, asiente con aprobación. Yo lo miro fijamente todo el tiempo como si acabara de matar un gatito delante de mí. Me lanza una mirada, con esa sonrisa perfectamente sexy y engreída en el rostro que me hace derretirme y querer abofetearlo al mismo tiempo. —Bram no te ha contado nada sobre mí, ¿verdad? —Eh, no. No realmente. —Hmm. Así que no tienes ni idea de qué hago. —No —obviamente. —Soy chef. Bueno, mierda. Ahora parezco una zorra estirada. —¿De verdad? —Sí. Soy el sous-chef en La Mer, en el centro. —Oh —estoy un poco perdida sobre cómo responder a eso. —¿Oh? —Supongo que pensé que trabajabas en una tienda de tatuajes o algo así. —Sabes, siempre pensé que sería divertido, pero luego me recuerdo que no todo el que entra por un tatuaje va a ser una chica sexy. Hay un montón de tíos sudorosos a los que tendrías que tocar también. Eso es más la respuesta de Kellan que esperaba. —¿Es en lo único que pensáis los tíos? —Más o menos —se encoge de hombros—. Oye, ¿sabes qué quedaría genial aquí? Prosciutto. Acabo de comprar un poco el otro día. Yo lo hago. Es como un niño pequeño emocionado mientras saca los ingredientes del refrigerador… solo que este niño es sorprendentemente hábil y maneja los cuchillos y las sartenes calientes con una destreza impresionante. Lo observo mientras sofríe el prosciutto hasta dejarlo crujiente, inundando la cocina con un aroma irresistible. Se ha adueñado por completo de la situación, pero no me importa en lo absoluto. —¿Quieres ensalada con esto o algo? —pregunta. —Eh, claro. —Hay lechuga en la nevera. Si la lavas y la picas, yo hago el aliño. ¿César está bien? —Sí —empiezo a preparar la ensalada. Nunca me han mandado en la cocina antes, pero no voy a quejarme. Para este momento, mi estómago retumba. Kellan prepara un aliño en un pequeño procesador de alimentos, incorporando aceite de oliva después de añadir las anchoas. ¿En serio? ¿Quién tiene anchoas por casa? Un chef profesional, supongo. De repente todo el equipo de calidad gourmet tiene sentido total. La mejor. Cena. De la historia. Nos sentamos en la pequeña mesa bistró situada frente a la ventana de la cocina. Kellan me cuenta cómo él y Bram se conocieron en una fiesta durante su segundo año en la universidad. Ambos intentaban ligar con la misma chica. Ninguno cerró el trato. Aparentemente, ella tenía novio. Un novio grande, muy celoso, pero al menos se llevaron ojos morados a juego. Kellan tiene una risa fácil que ilumina todo su rostro. Lo estamos pasando tan bien charlando que casi olvido que es un c*****o total. La comida es deliciosa y decido que no discutiré con él de nuevo sobre darme órdenes en la cocina. Solo en la cocina, eso sí. —Estuvo increíble, Kellan. Pero sabes que ahora tendrás que hacerme la cena todas las noches. —Oh, ¿así funciona, eh? —Sip. Su sonrisa es ancha y preciosa, pero sus ojos son diabólicos. —Eso se podría arreglar, siempre y cuando no te importe comer a horas raras. Normalmente trabajo el turno de tarde en el restaurante. —Soy bastante flexible. Sus ojos se abren una fracción. Uh-oh. Definitivamente ha leído más de lo que pretendía. —¡Quería decir mi horario! —Claro que sí —se recuesta con un asentimiento conciliador y se lame el labio inferior. Oh, mierda. Mi teléfono suena y salto en mi asiento, olvidando por un segundo qué es ese ruido. ¿Un teléfono? No lo pillo. Cuando voy a contestar, no reconozco el número. —¿Hola? —Oye, soy Archer. ¡Ahhh! —Oh, hola. ¿Qué tal? —Manteniéndolo casual. Buena jugada. —Eh, genial. No es demasiado pronto para llamar, ¿verdad? Estoy segura de que mi rostro se ilumina como el de una niña a la que acaban de regalar un poni mientras me aparto de la mesa y salgo al pasillo. —De ninguna manera — llámame cuando quieras. —Bien, porque me preguntaba si querrías cenar conmigo mañana y esperaba pillarte antes de que hicieras otros planes. ¿Planes? ¿Qué demonios son esos? —Sin planes. Me encantaría ir a cenar contigo —embarazoso, fiesta de baile saltando en mi cabeza. —¡Genial! ¿Te recojo a las siete? —Suena perfecto. —Nos vemos entonces. Vuelvo prácticamente saltando. Kellan está en el fregadero aclarando los platos. —¿Buena llamada entonces? —pregunta. —Ajá —no puedo contener mi chillido—. ¡Tengo una cita para mañana! Su rostro cae solo una fracción. —¿Ya te rajas de nuestro arreglo permanente de cenas? —Supongo que tendrás que hacerme el almuerzo o—no, ¡mejor aún, desayuno! —Trato hecho —vuelve a ser el Kellan relajado e imperturbable—. Entonces, ¿quién es este cita? —Un chico de una de mis clases. Tomamos un café hoy. Se llama Archer. —Oh, así que por eso tienes esa misma sonrisa de sabelotodo en la cara que antes. —¡Oye! —le doy una palmada en el hombro—. Sé amable. Me gusta. —Suena soñador —dice, pero la juguetona de antes parece haber desaparecido. Después de terminar con los platos, camina bastante abruptamente hacia la puerta, agarra la chaqueta negra y se va sin mirar atrás ni despedirse. Más tarde esa noche, averiguo adónde fue cuando lo oigo a él y a alguien con tacones tropezar por el pasillo y entrar en su habitación. Seguido de ruidos dignos de una porno. Jodidamente fantástico.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR