Habían pasado unos días desde el nacimiento de Emma, y el mundo empezaba, lentamente, a recuperar su ritmo. O eso intentábamos. El hospital ya no olía a miedo, sino a flores recién traídas, a colonia de bebé y a café mal hecho. Los pasillos parecían más luminosos, las enfermeras sonreían un poco más. Todo estaba bien. Todo podía estar bien. Y sin darnos cuenta, ya era el momento del alta médica de Sofi. Al fin podríamos llevarlas a casa, al desastre de emoción en el que se había convertido. Estos días habían sido una especie de campamento familiar dentro del hospital. Luce, Abby y yo nos turnamos para acompañarlas, cuidando de Sofi, ayudando con pañales diminutos y sosteniendo biberones como si fueran artefactos de precisión militar. Y aunque todos parecíamos acostumbrarnos a la nue

