Capítulo 3-1

2014 Palabras
3 Olivia En el momento en que la puerta de su camerino improvisado se cerró detrás de él, Wulf se giró y presionó mi espalda contra ella. Me movió como si pesara menos que una pluma para que nuestros ojos estuvieran al mismo nivel y me miró fijamente por un largo rato. Lo miré de vuelta porque estaba a centímetros de distancia. Un alienígena perfecto y frenético, y yo me encontraba en sus brazos, atrapada por su oscura mirada. —Mía. Sus ojos me dijeron que era totalmente en serio, y no importaba lo que me dijera el puñado de neuronas que me quedaban, no podía apartar la mirada. Ningún hombre, ninguno, me había mirada como lo estaba haciendo él ahora. Como si fuera hermosa, perfecta, deseada. Dios, esto era demasiado para mí. Las cosas se habían descarrilado un poco en los últimos dos minutos. —Deberías… probablemente deberías bajarme para que pueda volver al trabajo. No era que hubiera estado trabajando, pero ¿qué se suponía que dijera? Casi había sentido lastima por él cuando lo observé prepararse para subir al escenario, pero ya no sabía qué pensar. Tal vez se había vuelto loco, porque parecía que me estaba eligiendo por encima de las hermosas reinas de concurso de belleza. Sus ojos se estrecharon, pero no estaba asustada. Sorprendida, definitivamente. No, estupefacta. Maldición. Pero no asustada. —De verdad, debería irme. Me van a despedir. —No. Quedarte. Mía. A su bestia interior no pareció importarle nada de eso, puesto que usó una pierna para sostenerme —puso ese firme muslo justo entre mis piernas, presionando contra mi sexo— mientras llevaba sus grandes manos a mis costados. Cada toque me hacía arder, como si fuera contagioso, como si su fiebre de apareamiento me estuviera infectando. Deslizó una de sus manos por el borde exterior de mis senos y luego bajó por mi costado para agarrar mi trasero. Gruñí y cerré los ojos antes de poder contenerme. Hacía demasiado tiempo que no había estado con nadie, y ningún amante me había tocado así: como si fuera suave, vulnerable y valiosa. —Tienes que detenerte. Cometiste un error. Yo no soy nadie. —Compañera. Mía. Mis ojos se abrieron como platos, dándome cuenta de que estaba diciendo lo mismo una y otra vez. No estaba siendo romántico. Esto no eran velas y rosas. Era intenso. Era posesividad al extremo. Prácticamente me había secuestrado. Maldita sea si ese hecho no me ponía caliente y húmeda, pero era realista. Esta… obsesión que su bestia tenía conmigo estaba mal. Quizás era mi champú o un perfume que su verdadera compañera tenía y que lo estaba atrayendo a mí. —No… lo soy. «Una parte de mí quería serlo, porque ¿qué chica no querría este tipo de atención?». Mi resistencia lo hizo gruñir, y sentí las vibraciones moverse su por pecho y luego el mío. —Nombre. No era una pregunta, sino una orden, y había oído suficiente sobre estas bestias en las páginas de cotilleos para saber que realmente no podía decir oraciones completas, no mientras su bestia estuviera en control. Tal vez se le había roto el chip cerebral que había oído que todos tenían en el espacio. Recordaba claramente a Chet decir en el primer episodio que habían elegido a Wulf como el primer soltero porque podía hablar inglés. Podía entenderlo con fluidez por el procesador que tenía en la cabeza, pero eso no le proporcionaba la capacidad de hablarlo bien. Tenía que conocer la lengua para poder hacerlo. No era tonto. Chet había convencido a todos para hacer el programa más fantasioso y exótico, pero yo no tenía idea de cómo hablar atlán y no era lo suficientemente inteligente para tomar clases y poder ir al planeta para ser una concursante en un programa de telerrealidad. Dios, nunca había pensado en eso antes, en lo difícil que debía ser para él estar aquí. Y ahora, ¿con su bestia completamente concentrada, gruñendo y un poquito demente? No era de extrañar que estuviera monosilábico. Me lamí los labios y su mirada penetrante siguió mis movimientos. Así de cerca, podía ver la oscuridad de sus ojos, lo fuerte de su mandíbula, la línea marcada de su nariz y sus cejas firmes. Cada centímetro de él era… más. Como si los hombres humanos fueran debiluchos. —Soy Olivia. Olivia Mercier. Pensé en Genevieve y Willow. En todos los episodios ellas hablaban y él escuchaba. Pensé que era callado. Tímido. ¿Cómo habían llegado las dos finalistas a conocerlo cuando apenas había hablado? —¿Tener compañero? Esta vez fue una pregunta y respondí con honestidad antes de darme cuenta de que había arruinado mi única oportunidad de asegurarme de que me dejara ir. —No, estoy soltera. La vibración en su pecho me indicó que la información lo había complacido. Bajó la nariz a mi cuello y respiró profundamente. Me estremecí. Oh. Dios. Mío. —Mía. ¿Acaso planeaba bajarme en algún momento? Mis pies tenían que estar a sesenta centímetros del suelo. La puerta se sentía dura contra mi espalda, pero él estaba igual de sólido contra mi parte delantera. No me iría a ninguna parte a menos que él lo decidiera. —Mira, Wulf. —Me retorcí y coloqué las manos en sus hombros. Dios, sus músculos eran impresionantes. Con el traje medio rasgado y colgando de sus hombros en jirones de cuando se había convertido en bestia, las puntas de mis dedos hicieron contacto con su piel. Piel suave y caliente que realmente quería explorar. «Contrólate, Olivia». —Ha habido algún tipo de error. —Compañera. Acarició un lado de mi cuello con sus labios y me habría desmayado si hubiera estado de pie. Pero no lo estaba. Concentrarme era cada vez más difícil. Olía a sexo salvaje. A un macho alfa. A calor, piel y algo que sabía que era simplemente él. Mi cuerpo respondía a él como si tuviera mente propia, o una bestia mujer interior. Al menos una ninfómana interior porque me gustaba que me tocara. Estaba justo donde él me quería, pero no me estaba lastimando. Tenía la sensación de que le molestaría si me lastimaba de alguna manera. Estaba tratando de pensar en algo inteligente que decir cuando me levantó en sus brazos y me llevó a una silla con respaldar alto, la cual tenía un gran parecido con la monstruosidad de «trono» que había pateado hasta la pared trasera del set. Estaba contra una pared fuera del camino, como si estuviera en reserva por si la primera se rompía. Bueno, sí se había roto, pero eso era un poco irrelevante ahora. Pensé que se sentaría y me pondría en su regazo, pero no. Acomodó mi trasero en la punta del respaldar. —Hum… ¿Wulf? El espacio era apenas lo suficientemente ancho para sostenerme sin sentirme incómoda. Me sentía como una muñeca apoyada en un estante, pero estaba lejos de ser como una. Si me deslizaba del borde, aterrizaría varios centímetros abajo y probablemente rebotaría en el cómodo asiento de la silla. Puso una mano en mi pecho, justo debajo de mi cuello y empujó suavemente mi espalda contra la pared. ¡Esto era una locura! Estaba sentada en la punta de un respaldar alto, con las piernas abiertas y mi coño justo delante de su cara. Estaba así de alto. Llevaba la falda del día de la colada, la cual llegaba a altura de mis muslos. —Eh, Wulf. Esto no podía estar pasando. ¿Lo estaba? ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a permitir que sucediera? Posó sus manos en mis muslos y empujó mi falda hacia arriba, luego más arriba aún. «Oh, mierda. Eso creo. Sí. No. ¿Tal vez?». A pesar de que el asiento de la silla se encontraba entre nosotros, era tan grande que podía inclinarse hacia adelante e… inhalarme. Sabía que lo olería. —Oh, Dios. Espera, ¿qué bragas llevaba puestas? Y mis muslos… podía ver la celulitis desde aquí. —Wulf —dije, pero eso no pareció disuadirlo de continuar. Sumergiendo la cabeza, posó sus labios en el interior de mi muslo, justo sobre las ondulaciones en mi piel gruesa, y besó ambas piernas por turnos, una y otra vez. No parecía darse cuenta de que no tenía la figura de una supermodelo. De hecho, no parecía notar ninguna parte especifica de mí que no fuera mi coño. —Yo probar ahora. «Yo probar ahora». Maldición. Me tensé, sin saber qué esperar. Bueno, sí sabía qué esperar… pero ¿con él? ¿Donde estaba sentada? Alguien podría entrar en cualquier momento. De hecho, me sorprendió que nadie lo hubiera hecho, que no hubiera una cámara enfocando el rostro de Wulf mientras se cernía sobre mi coño con mis bragas del día de la colada. Sin embargo, a pesar de todo ese pánico, era tan jodidamente caliente que no tenía idea de qué decir o hacer. Pero se detuvo y me miró. —Probar. ¿Sí? Me estaba pidiendo permiso. Maldición. ¿Quería su boca en mí? ¿Allí? Asentí y me mordí el labio. —Pero… los otros… Aparté la mirada de él y la posé en la puerta. —Llave. No tenía idea de cuándo la había cerrado con llave, pero suponía que cuando me tenía presionada contra ella. —Entonces, sí. Un millón de veces sí. Esto no era un libro de Jane Austen, pero podía totalmente identificarme con Jane Bennet en el calor del momento. Su sonrisa fue feroz y un poco salvaje cuando subió la falda y me arrancó la tanga con un dedo, luego me dejó caer en el asiento de la enorme silla. Eran de color n***o, pero no parecía que las bestias atlanes se preocuparan por las bragas. Empujó la falda hacia mis caderas y dejó un camino de besos por mis muslos. Entonces su boca estaba en mí, chupando y probando. Arqueé el cuello, incliné la espalda y me agarré de la pared detrás de mí en un intento inútil de encontrar algo a lo que aferrarme. No existía nada más que él, su cabeza, los mechones oscuros de su cabello entre mis dedos mientras gimoteaba y abría más las piernas. Me folló con la lengua y casi exploté, pero no era suficiente. No del todo. Necesitaba más… —¡Ahhh! Wulf reemplazó su lengua por dos dedos. Dos grandes dedos me abrieron y me follaron profundamente mientras su lengua estimulaba mi clítoris. Nunca llegaba fácilmente al orgasmo con un chico, lo que me hizo preguntarme si algo estaba mal conmigo. Ahora sabía que no había estado con el chico correcto, porque no duré mucho tiempo, el placer era muy intenso. Su olor era como una droga, su calor me envolvía como una red de seguridad, su fuerza era la tentación absoluta para una mujer que había estado luchando por su cuenta durante demasiado tiempo. Y esa lengua… esos dedos. Traviesos. Despiadados. Implacables. Quería entregarme. Sentirme… femenina. Sexi. Deseable. Segura. Agitó la lengua una vez y luego dos. Chupó mi clítoris con su boca y me folló con los dedos. Exploté y los temblores recorrieron mi cuerpo mientras me impulsaban a ir más alto, llevándome más lejos a medida que el orgasmo me recorría con fuerza. —Wulf. —Su nombre salió de mis labios y no supe que quería decir. ¿Gracias? ¿Detente? ¿Más? Sobre todo, deseaba que este momento de fantasía pudiera durar para siempre. —Mía. Se retiró y suspiré con pesar por su lejanía, pero cuando me levantó, me giró y luego presionó mi espalda de nuevo contra la puerta, la fría y dura superficie sacudió mi cálida y asombrada existencia. Luego oí el abrir de un cinturón y el bajar de una cremallera. —Wulf —repetí, mirando la textura arrugada del techo. La sangre zumbaba a través de mis venas y mis músculos parecían caramelos suaves. Entonces sentí su empujón, la dura punta de su enorme m*****o en la entrada de mi húmedo sexo. Mis paredes internas se apretaron ante la anticipación de que me llenara. Sus dedos eran una cosa, pero el calor de solo la punta de su polla… Suspiré. —Compañera. Follar ahora. Se mantuvo perfectamente quieto, esperando otra vez mi permiso para penetrarme y hacerme llegar una vez más. Estaba cerca, el primer orgasmo se sintió como un calentamiento. Quería más. Había tomado píldoras anticonceptivas desde los trece años para controlar mi período. No iba a quedar embarazada. Rompería todas las reglas que tenía cuando se trataba de hombres y citas. Nunca tener sexo en la primera cita… y esto ni siquiera era una cita. Nunca salir con nadie que no conociera por al menos dos meses. Nunca…
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