Capítulo 4

1976 Palabras
4 Olivia, su casa, 21:15 Lucy debió de haber oído mi coche aparcar en la entrada porque cuando crucé presurosamente la puerta principal, ella se encontraba de pie justo allí. Me congelé. —Hola. —No vengas con hola. —Arrojó los brazos en el aire—. ¿Qué demonios, mujer? Me ruboricé y pude mirarla a los ojos. —No tenía idea de que eso iba a suceder. —Evidentemente —dijo, con la voz cargada de sarcasmo. A Lucy le gustaba arreglarse para ir a trabajar con un lindo atuendo y completamente maquillada, pero esta noche su cabello pelirrojo estaba en un moño alto despeinado y ni siquiera tenía brillo labial. La casa estaba en silencio, así que supuse que los niños estarían dormidos. Eran las nueve y quince, su hora de ir a dormir ya había pasado. No tenía duda de que había tratado de acostarlos temprano para poder ver el programa sin que se subieran encima de ella o les pidieran jugo. —¿Vas a dejarme entrar? Descruzó los brazos y dio un paso hacia atrás, sin embargo, me pisó los talones hasta el salón. La casa era pequeña, por lo que no iba a perderme. Me dejé caer en mi sofá que era más cómodo que bonito e hice una mueca de dolor para mis adentros. Mi coño estaba adolorido. No había tenido sexo en… Dios, más de dos años, y no había estado con una bestia atlán. Al recordar, mi viejo novio tenía un m*****o delgaducho en comparación a lo que acababa de experimentar. En el momento había estado demasiado excitada para considerar lo grande que era Wulf. Pero ahora sentía como si me hubieran golpeado por dentro. Me mordí el labio, tratando de no sonreír. ¿Golpeado? Más como embestido. Lástima que no podía hacerlo de nuevo. —Empieza a hablar —me exigió Lucy. —¿Fue tan loco en la televisión como en vivo? —le pregunté. Crucé los dedos mentalmente esperando que hubieran dejado de grabar. Lucy se dejó caer en el sofá y se giró de forma que su rodilla estuviera flexionada y pudiera mirarme. La luz hizo brillar el arito de su nariz. Tomó mi mano y me miró muerta de envidia. —Cariño, destrozó el set para llegar hasta ti. Derribó una cámara y aplastó el micrófono de ese idiota. —Se inclinó hacia atrás y cerró la mano en un puño—. Dios, eso fue asombroso. Luego, cuando te llevó… —Su voz se volvió pensativa y me miró fijamente—. Me vas a decir cada detalle de lo que pasó cuando cerró la puerta de ese camerino. ¡Cada pequeño detalle! —¿No pasaron a comerciales? —pregunté, todavía con esperanza de que no fuera tan malo como pensaba. Se rio. —Se saltaron los comerciales. Puse una mano sobre mi rostro. —Oh, Dios mío. —Escúpelo. Me mordí el labio. —Piensa que soy su compañera. —Dah —dijo como si estuviéramos en la escuela—. Todos en la Tierra saben eso. Dejé caer mi mano y la miré con los ojos abiertos. —¿En la Tierra? —Fue transmitido en vivo en todo el mundo. Sabes que tienen centros de prueba por todas partes y va a hacer un recorrido con su compañera una vez el programa haya terminado. —Cuando no respondí, continuó—: Voy a robarte tu set de sombras de ojos favorito si no dejas de andar con rodeos. Jadeé, sabía lo mucho que le gustaban los colores de mi paleta. —Nosotros… nosotros, um… él… Dios. Sabía que mi cara estaba tan roja como su cabello. —¡¿Tuviste sexo con él?! —gritó—. Por favor, dime que tuviste sexo con él. Asentí. Podía imaginarse lo que quisiera, pero no le iba a contar cómo me había apoyado en la silla y me había comido. No parecía haber secretos entre Wulf y yo… y el mundo entero, pero me quedaría ese poco de diversión para mí. —Las bestias se aparean de pie —dijo como si lo leyese de un libro. —Sí —confirmé—. Contra la puerta para que nadie pudiera entrar. Suspiró y rodó los ojos como si se estuviera comiendo un delicioso bollo de crema. —¿Contra la puerta? ¡Qué ardiente, joder! —Lo fue. Mis paredes internas se apretaron como si también lo recordaran. —No es de extrañar que no pudieran entrar. —Lucy envolvió su cintura con sus brazos y se rio de alegría—. Estaban tratando de derribar la puerta. ¿No podías oírlos empujar? —Eh, estaba distraída. —¿Por algo más empujando? —Movió las cejas como un payaso, y fue mi turno de reír. —Algo así. Me cubrí los ojos con las manos. No estábamos teniendo esta conversación. Esto era una alucinación, un sueño. Alguien del trabajo le había metido algo a mi botella de agua. —Detalles. ¿Qué tan grande? ¿Qué tan fuerte? ¿Qué dijo? ¿Olía bien? ¿Fue delicado? ¿Fue él o la bestia? ¿Qué tan grande? Arqueé una ceja —Ya preguntaste eso. —Y bien… ¿qué tan grande? —Bestial. Su boca se abrió como si lo estuviera imaginando, pero cuando no añadí más información, comenzó a usar sus manos como ayuda visual. Respondí sus preguntas, una por una hasta que estuvo satisfecha, pero omití los detalles especiales. Porque si bien había sido caliente como el infierno y totalmente salvaje, había sido especial. Al menos para mí. —¿Y ahora qué? —me preguntó finalmente. —¿Ahora? —Cogí uno de los animales de peluche de Emma del respaldar del sofá y lo abracé—. Ahora me siento aquí y hablo contigo. Luego me doy una ducha… —Miré el reloj en la pared de la cocina y me levanté de un salto del sofá —. Mierda, tengo que darme prisa. ¿Segura que no te importa quedarte un poco más? Solo me tardaré alrededor de una hora. —¿Vas a entregarle comida a los ancianos? Me mordí el labio. Mentirle a mi mejor amiga apestaba, pero no tenía otra opción. Era mi única niñera y había necesitado que cuidara a los niños en las últimas entregas. No la involucraría en mi lío. Claro, podía decirle que había tenido sexo con una bestia atlán detrás de una puerta cerrada en la televisión en vivo, pero no podía poner en peligro su vida al saber la verdad sobre mis encargos de droga con Jimmy Steel. Cuanto menos supiera, mejor. Era una pésima mentirosa. Al principio, cuando Jimmy me confrontó una semana después de la muerte de Greg, me dijo que esperaba que hiciera su trabajo sucio durante el día y mi historia había sido aceptable. Ahora, tarde en la noche, no tanto. Solo asentí y me volví hacia el baño. —Puedes decirme, lo sabes. Lucy no era tonta y estaba segura de que tenía alguna idea de lo que estaba haciendo, o al menos sabía que no era bueno. Me volví hacia ella y negué con la cabeza. —Gracias por estar aquí —dije, deseando poder decirle la verdad. La negación plausible estaba de su lado. Además, si me atrapaban y me enviaban a la cárcel, necesitaba que Lucy cuidara a los niños. No tenía a nadie más. —¿Qué vas a hacer con Wulf? —preguntó, afortunadamente cambiando de tema. Aunque Wulf tampoco era algo de lo que quería hablar. —Nada —dije, sintiéndome tonta parada allí. Tenía que apurarme, pero tenía que responder a sus preguntas primero. Recogí un dinosaurio de plástico del suelo y lo puse en la caja de juguetes en la esquina—. Me escabullí. —Sí, apareció en la tele. Wulf perdió el control. De nuevo. Le dispararon con dardos tranquilizantes como si fuera un elefante o algo así. Mis ojos se abrieron como platos. —Mierda. No lo hicieron. Lo había oído rugir y cosas chocando. Pero no. Simplemente no. —Oh, lo hicieron. Hicieron falta tres para derribarlo. Tuvieron que detener la transmisión con un montón de alienígenas sexis encima de él y con ese maniquí viviente, Chet Bosworth, prometiéndoles a todos que los informaría en el siguiente episodio. Fruncí el ceño y me volví para mirarla. —Ese era el final. No hay más episodios. Se encogió de hombros. —Cariño, tú lo comenzaste de nuevo. Ahora todo es sobre La bella y la bestia. —Tienes que estar bromeando —dije, cogiendo algunos coches de juguete y poniéndolos a un lado—. ¿Bella? ¿Yo? Has visto a Genevieve y Willow. Levantándose, se acercó a la mesita de café y cogió su sudadera. —Siempre haces esto: menospreciarte. Eres maravillosa y es evidente que un atlán sexi lo ve, incluso si tú no puedes verlo por ti misma. Bajé la mirada para mirarme. —No a todos les gusta follarse una tabla —espetó—. La carne en los huesos es saludable. Como si lo que yo tuviera fuera carne. Tenía carne, patatas y pastel de manzana justo en mis caderas y mi trasero. —No va a pasar —dije con un suspiro—. Tengo a Tanner y Emma. Sabes que intenté hacer la prueba, pero tengo familiares a cargo. No puedo dejarlos en la Tierra. Y antes de que lo digas, no puedo llevarlos conmigo. No está permitido. No tienen edad suficiente para decidir por sí mismos, así que tienen que quedarse a menos que ya tenga un compañero. —Es una regla estúpida —murmuró. Solo me encogí de hombros porque yo no hice las reglas. Sin embargo, habría sido genial alejarme de Jimmy Steel. Esta noche era mi último encargo de drogas, luego la deuda de Greg estaría pagada. Entonces podría comenzar a ahorrar para los fondos universitarios de los niños. Maldición, para la comida. Mudarme de ciudad era una cosa, pero mudarme a otro planeta definitivamente me quitaría al idiota de la espalda. Este era el final. Uno de los matones de Jimmy había dejado el paquete en mi garaje —su lugar habitual de entrega— en algún momento de la noche anterior con una nota sobre el sitio y la hora de esta última entrega. Pronto sería libre. —¡Tía Wivvy! Tanner vino corriendo por el pasillo y me abrazó como si fuera un mono trepando un árbol. A los cuatro años era independiente, pero todavía le gustaba abrazarme y darme cariño. Sabía que no duraría, así que apreciaba cada abrazo. Me incliné y envolví mis brazos en su cuerpito, cubierto en ese momento por un pijama de dinosaurios. Se parecía mucho a su padre y me dolía en el corazón. —Pensé que estabas durmiendo, cariño. —Tengo sed. —Por supuesto —respondí, besando la punta de su cabeza—. ¿Dónde está tu hermana? ¿Está durmiendo? —Sí, es solo una bebé. Lo cual era cierto. Emma ni siquiera tenía dos años todavía y dormía como un tronco. Por otro lado, Tanner se despertaba con el sonido de los pies descalzos en la alfombra. Me preguntaba si eso era natural en él o si se debía a que siempre había estado escuchando, esperando que su papá llegara a casa tarde por la noche. Nunca lo sabría, y ninguno de sus padres regresaría a casa. Lo apreté un poco más de la cuenta, y se zafó de mí en protesta. —Va a aparecer, lo sabes —dijo Lucy, con la voz suave. Giré bruscamente la cara en su dirección. —¿Qué? Ella no sabía lo de Jimmy Steel y sus palabras me asustaron. —Wulf. Cuando se despierte, estará en la puerta. Mi corazón se desaceleró y luego volvió a acelerarse ante la idea de que Wulf apareciera aquí, en nuestra casita. ¿Enfadado? ¿Herido? No sabía. —¿Un guau viene para acá? —preguntó Tanner, emocionado por la idea. —No —le dije a ambos. Ella me dio un fuerte abrazo. —Lo hará. Eres su compañera y te escapaste. Te va a encontrar. Vamos, renacuajo, es hora de llevarte de vuelta a la cama. —¡Sí, vamos a tener un guau! —vitoreó Tanner, corriendo por el pasillo hacia su dormitorio, olvidando claramente que quería una bebida. Parecía que quería más una mascota atlán. Ella lo siguió por el pasillo mientras yo iba a tomarme una ducha rápida. Cerrando la puerta con llave, me recosté en ella. Pensé en otra puerta en la que había estado recostada hacía poco. La delicada cerradura podría mantener a Tanner y Emma fuera, pero no iba a funcionar para mantener a Wulf lejos. ¿Y la cerradura que había colocado decididamente alrededor de mi corazón? Me preocupaba que él ya la hubiera abierto. Quizás yo también.
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