Fernando fue a abrir la puerta, Fernanda esperaba en la sala y, al escuchar la solicitud de una voz muy conocida, la adolescente decidió salir corriendo. Pero no podía ir a un lugar seguro, pues, si intentaba dejar la sala, sería vista por quien no quería que la viera, así que se encaminó a la cava y se sentó en el piso a esperar a que Emma se fuera. Por su parte, Fernando estaba anonadado de que esa, que creyó jamás le permitiría acercarse a ella, ahora estuviera en su puerta pidiendo ayuda. Emma estaba preocupada y un tanto indecisa, pero no se retiraría, necesitaba ayuda, a eso había ido y lo conseguiría costara lo que costara. —Tienes que ayudarme, por favor —pidió Emma al borde de las lágrimas, temblando cuál gato callejero en pleno invierno. —Ven, tranquilízate —pidió Fernando

