Triana Navarro Estacioné el auto frente al edificio justo al mismo tiempo que Vale llegó con el suyo. Como siempre, con su música a todo volumen, cantando como si estuviera en concierto y no en la cochera de un edificio multi habitacional. Bajé del coche con cara de guerra emocional y caminé directo hacia ella. —Vale… —dije, dramáticamente, con los brazos extendidos como si fuera un náufrago en una telenovela. —¿Qué pasa? —preguntó quitándose los lentes de sol y frunciendo el ceño. —Dame un abrazo. Urgente. Vital. Necesito reiniciar el sistema nervioso —le pedí casi colapsando sobre ella. Vale me abrazó con una ceja alzada y ese tono curioso que le sale cuando huele chisme fresco. —¿Y? ¿Cómo estuvo tu primer día de trabajo en la gran Nexora? ¿Te dieron café gratis? ¿Hay chicos guapos

