Capítulo 7

1185 Palabras
Lena Caminamos por más de cuarenta minutos, atravesando un laberinto de ilusiones que desafiaban nuestros sentidos. La atmósfera se tornó tensa mientras avanzábamos, cada paso requiriendo concentración y coordinación entre nosotros. Las ilusiones eran engañosas, cambiando formas y colores con cada parpadeo, desafiándonos a mantenernos enfocados en la realidad oculta tras el velo de magia. Comprendí que habíamos llegado a nuestro destino cuando un grupo de imponentes edificios se alzó ante nosotros. Al llegar al centro de esta estructura, la majestuosidad de su diseño me cautivó de inmediato. Era una fusión impresionante entre lo moderno y lo gótico, donde las líneas contemporáneas se entrelazaban con los elementos arquitectónicos más tradicionales. Los edificios se erguían altos y elegantes, con torres que se elevaban hacia el cielo como guardianes centenarios. Sus fachadas de piedra oscura contrastaban con ventanas relucientes y detalles metálicos que reflejaban la luz de la luna. Las gárgolas esculpidas en las cornisas observaban desde lo alto, otorgando un aire misterioso y ancestral a la escena. —¡Guau! —exclamé, admirando el panorama con asombro. —Nunca había visto algo así. Elias sonrió con orgullo, como si este lugar fuera su hogar. —Bienvenida a la Academia Arcana —anunció, su voz resonando con reverencia. La oscuridad de la madrugada envolvía todo, otorgando a los contornos una calidad etérea, como si estuviéramos adentrándonos en un cuento de hadas tejido en sombras y luz de luna. Elias caminaba a mi lado, su presencia emanaba calma y reflexión. De vez en cuando, percibía sus discretas miradas en mi dirección, como si intentara leer mis reacciones sin ser intrusivo. Era una compañía curiosamente reconfortante, considerando lo poco que nos conocíamos. La brisa nocturna mecía suavemente las hojas de los árboles, creando un murmullo que parecía susurrar secretos ancestrales. Me sentía absorbida por la atmósfera mágica de la noche, y la presencia serena de Elias a mi lado añadía un toque de seguridad en medio de lo desconocido. —¿Te encuentras bien, Lena? —preguntó finalmente Elias, rompiendo el silencio con su voz suave y melodiosa. —Sí, estoy bien. Solo... un poco abrumada por todo esto —respondí honestamente, deslizando una mirada hacia los edificios que se alzaban ante nosotros. Elias sonrió comprensivamente. —Entiendo cómo te sientes. Todo esto puede ser muy impactante al principio. Pero te prometo que estás en buenas manos aquí —dijo, con una confianza tranquilizadora en su tono. Sus palabras me reconfortaron más de lo que habría imaginado. Aunque aún éramos extraños entre sí, había algo en la forma en que Elias hablaba y se comportaba que inspiraba confianza. Era como si supiera exactamente lo que necesitaba escuchar en ese momento. —Los primeros en llegar, —anunció una voz que resonó con claridad, haciéndonos detener el avance de golpe. —Color morado liderado por Elias Morrow. Su tono, aunque formal, llevaba un matiz de bienvenida, como si estuviésemos exactamente donde debíamos estar. Caminamos hasta detenernos frente a un impresionante edificio con grandes ventanales de vidrio oscuro, el punto de encuentro de seis caminos que se unían como si toda la arquitectura del lugar estuviera diseñada para guiarnos hasta este lugar. —Ese es el comedor —comentó Elias de repente, su voz baja pero clara en el silencio que nos rodeaba, causándome un pequeño sobresalto. La sorpresa no se debió tanto al contenido de sus palabras, sino a la repentina proximidad. —La academia está por allí —continuó, señalando hacia una estructura aún más imponente que se alzaba detrás de él. —Los demás edificios son las casas de los brujos, cada una asignada a un grupo diferente. Asentí, observando con admiración los alrededores. La noche había dejado un velo de misterio sobre el paisaje, pero cada detalle brillaba con una claridad mágica bajo la luz de la luna. —Es impresionante —murmuré, dejando que la magnificencia del lugar se hundiera en mí. A pesar de la brevedad de nuestra interacción, la forma en que Elias compartía esta información, paciente y sin presión, me permitía procesarla a mi propio ritmo. Era tarde, bien entrada la madrugada, y el mundo parecía suspendido en un tiempo fuera del tiempo mismo, un momento robado a la eternidad donde lo mágico se sentía tan real como el aire frío que nos rodeaba. La luna, casi completa, iluminaba los caminos y edificaciones con una luz suave, creando un ambiente que, nuevo y desconocido, despertaba una curiosidad voraz en mí. Aunque exteriormente me mantenía compuesta, la intensidad de mi entorno alimentaba una mezcla de emoción y nerviosismo en mi interior. —Deberíamos ir con el rector Valthor para hablar sobre tu Arcano... —Elias estaba diciendo en ese momento, su voz calmada y razonable, cuando la oscuridad del patio comenzó a ceder, dando paso a otras figuras. Estudiantes, asumí, cada uno emergiendo como sombras tomando forma bajo la luz de la luna. Mis ojos, sin embargo, se fijaron en el que lideraba el grupo, y en ese instante, el mundo sí se detuvo. El chico que avanzaba hacia nosotros era la personificación de una confianza que no necesitaba palabras, su porte tranquilo y decidido a la vez. Los mechones oscuros de su cabello caían con una elegancia desenfadada, enmarcando una estructura facial que parecía esculpida con precisión artística; mandíbula definida, pómulos altos, y unos ojos que capturaban la luz de maneras que les hacían parecer dos faros en la penumbra. Claros, intensos, casi hipnóticos. No pude evitar pensar que era, sencillamente, hermoso. Nuestras miradas se encontraron, en el espacio entre nosotros, un hilo invisible tirando de mi atención hacia él y, al parecer, la suya hacia mí. Por un segundo, su paso seguro vaciló, un titubeo tan leve que cualquiera podría haberlo perdido, pero yo no. Lo noté, y en ese pequeño gesto vi una chispa de humanidad, una fisura en la armadura de su serenidad que me hizo preguntarme qué historias yacían detrás de esos ojos. Elias continuó hablando, pero sus palabras se desvanecían al fondo de mi mente, eclipsadas por el impacto de ese encuentro visual inesperado. —Segundos en llegar, —resonó una voz a través del aire, esta vez con un matiz de desafío competitivo. —Color azul, liderado por Nate Callaghan. Nate. Así que ese era su nombre. Un detalle más para agregar a la imagen que comenzaba a formarse en mi mente sobre él. Si era el líder de su equipo, eso significaba que también tenía un vínculo con un Arcano, un hecho que avivaba aún más mi curiosidad. Giré ligeramente hacia Elias. —¿Qué arcano tiene él? —pregunté, inclinando sutilmente mi cabeza hacia Nate, quien ahora se unía al grupo con una confianza que parecía tan innata como su paso. —Él está vinculado con la Torre, —respondió Elias, su tono llevaba un peso de significado que me indicaba la importancia de esa conexión. La revelación me dejó con más preguntas que respuestas. La Torre, un arcano asociado con la destrucción y la transformación abrupta. Sentí la necesidad de conocer más, de entender cómo ese arcano moldeaba su carácter y sus acciones.
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