Las copas se alzaron de nuevo, haciendo bailotear ese líquido casi dorado que contenían, y después de algunos sorbos vinieron las sonrisas y murmullos.
Ángela miró su copa, la había chocado con quien sabe quién, su intención no era socializar, como se esperaba de ella, así que solo fijó la mirada en ese líquido amargo que para ella hedía y fingió una sonrisa cuando alguien pidió una foto con su familia.
De pronto sintió la mano de su madre deslizarse por su antebrazo, y el apretón y jalón, tal como lo esperaba, no se hizo esperar.
Ángela caminó hasta donde su madre, sonriendo a medio mundo, la arrastraba, y ella hizo lo mismo: sonrió y saludó a todo el mundo en su camino.
—¿Quieres quitar tu cara de mensa? —preguntó su madre algo que esperaba una única respuesta luego de que ambas entraran al tocador: un sí.
—No tengo cara de mensa —aseguró Ángela.
—Claro que sí. Estás tan ensimismada que nadie se atreve a acercarse a ti, a pesar de que eres la estrella de la noche.
—¿Soy una atracción de circo? ¿Por qué personas que no conozco vienen a verme?
—Dios —se quejó Martha—. ¿Te levantaste con el pie izquierdo hoy? Todo el día ha sido lo mismo y ya no puedo con tu cara.
—Estoy usando mi mejor sonrisa, mamá.
—Pues invéntate una nueva, cariño.
Mientras ambas hablaban, Martha había estado revisando su maquillaje en el espejo mientras Ángela le miraba en el reflejo hacer diversas muecas.
Era cierto que no había sido su día, lo había sentido así desde que sus ojos se abrieron a la fuerza por el dolor que le provocaba no poder respirar bien debido al maldito corsé de su vestido.
Ese era un día especial, así que sería especialmente cansado, y si a eso le añadía que ella estaba cansada desde que abrió los ojos en ese sueño medio raro donde recordaba todo su futuro, pues de verdad que no le quedaban fuerzas ni para sonreír.
» Hablando de sonrisas malas —continuó Martha terminando de lavar sus manos y comenzando a secarlas con una toalla de papel desechable—. ¿Por qué tu marido no se ha aparecido por aquí?
—Ni siquiera es mi marido aún —respondió la joven y luego cayeron las palabras de su respuesta en su cabeza lentamente.
O estaba teniendo otro deja vú, o definitivamente esto ya había pasado.
Tal vez era que estaba recordando su vida antes de morir, o tal vez era un sueño muy lúcido, pero, ya que se había arrepentido tanto de cómo había vivido, intentaría modificar lo que sea que estuviera pasando.
—Estamos en su fiesta de despedida de solteros, se casan en unas semanas y él no se aparece. Sé que es un hombre muy ocupado, pero al menos debería tener la cortesía de aparecerse.
«Bien, la siguiente respuesta era hablar sobre que era un matrimonio arreglado, que no lo culpaba por no tener interés en cosas tan sociales. La cambiaría»
Ambas salieron del baño, Ángela detrás de su madre, y pronto se chocarían con su futuro marido, si no recordaba mal.
Las cosas habían iniciado mal con ellos, porque ella se había casado convencida por sus padres de que era su mejor opción, y que él la veía también con una ganancia, así que siempre había estado dividiéndoles esa línea que decía que solo les unían los negocios.
—Mamá, si sabes que es un hombre ocupado no deberías de quejarte. Además, esta fiesta es tu capricho y lo hiciste de último momento. No hay nadie con tanta paciencia y disposición en este mundo, aparte de mí, dispuesto a hacer lo que pides solo porque lo pides.
—La despedida de solteros es muy importante —indicó la mayor y Ángela imitó el movimiento de su mano señalando con un dedo al aire y subiendo y bajando a cada sílaba que decía y simulando con los labios lo que ella decía.
Luego de eso sonrió. Recordaba tan bien lo ocurrido que no pudo evitar la risita que llamó la atención de su madre que no pudo decir nada porque, justo cuando le iba a preguntar por qué se reía, el prometido de su hija apareció ante ellas.
—Disculpe la demora —dijo Carlo Mendieta saludando con una leve sonrisa, atípica de su usual seriedad.
Ante la aparición del hombre que había sido su esposo, pero que estaba a punto de convertirse en eso, Ángela se quedó sin aire por completo y, de no haber sido por la felicidad que le invadía de volvérselo a encontrar, habría llorado justo en ese momento.
—Estábamos por pensar que no llegarías —soltó a modo de reclamo la futura suegra del hombre.
—No podría hacerles semejante desplante, después de todo, casi somos familia —dijo Carlo y miró a su prometida—, lamento haber llegado tarde, de verdad.
—Está bien —respondió Ángela un tanto nerviosa—, yo me conformo con que no faltes a la boda.
Carlo le miró contrariado. En realidad, ellos no se habían visto muchas veces antes, pero ella jamás le había sonreído de la forma en que lo hizo cuando terminó la respuesta que tampoco se había esperado escuchar de ella.
Algo parecía diferente en ella, y no era algo malo, pero sí era desconcertante, así que la confusión no le permitió decir nada más, solo le sonrió a la joven que le sonreía.
Por su parte, Ángela celebraba internamente haber conseguido cambiar las cosas, pues no solo había evitado un encuentro incómodo y lamentable, también había obtenido una sonrisa de ese que no podía recordar sonriendo.
En el pasado, cuando ellos se encontraron en esa despedida de solteros que le había organizado su madre, ella estaba reclamándole a la madre que la hubiera cambiado por unas vacas, como si fuera una mera mercancía. La expresión de Carlo tras escuchar eso no había sido una sonrisa, y tampoco les había dicho nada, él se había dado media vuelta y no se habían vuelto a ver hasta dos semanas después en el día de su boda.
Festejaba que las cosas hubieran sido diferentes. Al menos ahora el hombre no parecía molesto y tampoco parecía sentirse como si estuviera en un lugar donde no quería estar. Él solo se dedicó a su prometida mientras ambos saludaban a todo el mundo.
Las personas con que se encontraban seguían diciéndoles lo afortunados que eran de haberse encontrado, y les aseguraban que se veían tan bien juntos que seguro eran una pareja hecha en el cielo.
Ambos sonreían incómodos. Seguro era que Carlo disfrutaba poco del contacto con la gente, justo como Ángela, pero ambos eran muy educados, así que escucharon sin rechistar todos los consejos que les daban y que la joven futura esposa sabía que no funcionarían para ellos.
—¿No estás cansado? —preguntó en un susurro Sofía a su futuro marido luego de despedirse de alguien que ni conocía.
—No demasiado, ¿y tú?
Las respuestas de Carlo eran cortas. Él no entendía la familiaridad con que ella le hablaba y se colgaba de su brazo mientras caminaba a su lado. Hasta antes de ese día él había estado seguro de que ella se casaba con él porque sus padres le habían obligado, así que no sabía qué pensar. ¿Acaso se había resignado?
—Muy cansada —informó la chica haciendo una expresión que casi le conocía, se notaba su hastío en ella, pero, como toda ella esa noche, era algo diferente a lo que recordaba—. Te doy doscientos pesos si me sacas de aquí.
Carlo le miró asombrado, y no pudo evitar bufar una risa que sorprendió a todo el mundo.
Ella no era la Ángela que recordaba, ni siquiera parecía ser aquella chiquilla siempre bien portada, recta y elegante que se paseaba en los pasillos del club con la seriedad enmarcándole el rostro.
Carlo recordaba haberse enamorado a primera vista de ella, pero ella parecía inalcanzable, así que ni siquiera se planteó poder tener una relación, y sin embargo nunca pudo apartar su mirada de ella.
Y, cuando su padre le comentó que ser familia les daría muchos beneficios a ambos, muy a pesar de que le disgustó un poco la idea de que la utilizaran de esa manera, había decidido usar esa oportunidad para desencadenarla de un mezquino destino.
El plan original era sacarla de eso y dejarla libre, pero, en el pasado, luego de tener lo que había amado tanto, no pudo dejarla ir.
Pero ese era un pasado que él no recordaba, y era uno que Ángela no conocía, así que su rumbo no parecía tener un destino fijo.
—Doscientos pesos es muy poquito —murmuró Carlo al oído de la chica luego de recuperar la compostura.
—Es todo lo que tengo conmigo —informó Ángela haciendo un puchero—, pero de verdad ya no puedo más con esto. Te firmaré un pagaré.
Carlo negó con la cabeza, pero no se negó a la petición de la chica. La llevaría a cenar a algún lindo lugar, si se lo permitía, aprovecharía para conocer un poco más de ella e intentar descubrir su verdadero ser. El pagaré sería al monto de la cuenta.
Ángela sonrió conforme. Sería porque era joven otra vez, o quizá fuera porque no le dolían las rodillas y tampoco le pesaban en la espalda tantos años, tantos daños y tantas malas decisiones, pero se sentía con la fuerza para cambiarlo todo y, aunque aún no estaba segura de lo que ocurría, ya había decidido lo que haría: cambiaría el futuro para bien, para el suyo y para el de él.