Owen Daniels
8 de junio, 2016
Los invitados de la boda van llegando, observando con atención la decoración del lugar. Algunos vienen de sus casas y otros con los novios desde la iglesia. Cuadramos los últimos preparativos del sonido. Hace años que no tocábamos en eventos privados. No importa quién sea el individuo que esté festejando su cumpleaños o casándose; no cambia el hecho de que el tiempo cuando interpretábamos canciones en reuniones y fiestas, para ser reconocidos ha terminado.
Pero hoy es una ocasión especial, no porque los recién casados sean conocidos; no, eso no es lo significativo. Allen, el menor del grupo y por ende el más consentido, rogó por varias semanas hasta que todos aceptamos venir a tocar en el matrimonio de su amigo. Así es como terminamos en un pueblo a las afueras de Londres, donde una pareja de actores famosos decidió tener una boda pequeña y apartada del ojo público. Lo bueno de que sea alejado de la sociedad es que no existe la posibilidad que los paparazzi lleguen. En los últimos meses, la banda ha tenido un gran crecimiento en el reconocimiento, fama y contratos. Todo va cuesta arriba.
— ¿Ya estás lamentando no traer a tu morena? —me pregunta Callum con burla.
En las décadas que llevamos juntos nunca ha cambiado, apostaría que ha empeorado con el paso del tiempo. Callum no dejará de ser bromista y un incordio en el culo; pero es mi hermano, hemos estado unidos desde hace diez años, así que estoy acostumbrado a su humor.
—No moleste, pelirrojo, sabes que no la voy a exponer a los buitres.
—Creo que ella sólita podrá defenderse de los buitres —murmura sin esconder el desagrado que profesa por mi novia, Adelaide.
—Callum —masculló en un gruñido bajo y amenazador. Él ríe divertido por el tono de mi voz, pero deja el asunto en paz, evitando darle apodos despectivos a Adelaide.
—No dije nada.
—No seas tan pesado con Adelaide—tomo una bocanada de aire fresco. Suspiro—no es tan mala como la hace parecer.
—Es peor—siseó—tranquilo, hermano. No seré tan pesado con ella—cede a regañadientes. Acepto la señal de paz que me extiende sin estar del todo convencido.
Evans se acerca hablando por teléfono; mantiene una expresión irritada en el rostro con el ceño fruncido. Está a punto de comenzar a gritar al sujeto del otro lado del celular. Me sorprende que esté aguantando las ganas de hacerlo, intuyendo que tiene una conversación con su gemela, quien estará ignorándolo del otro lado de la línea y caminando por un páramo o selva. Elena posee una seria adicción por lugares donde existe una alta posibilidad de morir al instante.
— ¿Problemas en Villa Miller? —preguntamos el pelirrojo y yo. Al mismo tiempo, Evans asiente mirando el celular cuando lo han colgado.
—Demasiados problemas, y solo Elena lo provoca—Callum sonríe cuando mencionan el nombre de Elena. Nadie pasa por alto el enamoramiento que tiene el pelirrojo por la gemela morena de Evans—deberías olvidar a mi hermana—sugiere Evans.
—Esperaré hasta que el amor dé frutos—suelta con una sonrisa amplia Callum; dudo que alguna vez lleguen a estar juntos.
—Continúa esperando sentado —murmura Evans caminando hacia el piano.
Él no retrocede, sigue firme y creyendo que en algún momento el amor florezca. Siempre ha sido alguien positivo, quien no se rinde sin importar cuan duro le den para que deje de perseguir lo que desea; no sabe lo que es rendirse, y yo no conozco a un Callum que no posea sonrisas burlonas y una actitud demasiado optimista. Este individuo, de risas suaves y sin mucha profundidad, es con quien crecí, mi hermano adoptivo.
—¡Rápido, todos a sus posiciones! —grita Allen corriendo hacia nosotros. Los cabellos rubios están húmedos, agitados por el caminar descoordinado que lleva hasta alcanzar su guitarra. La cual bautizó como spedy, no es el único loco que le ha otorgado un nombre a sus instrumentos; todos en algún momento le hemos dado un apodo. Algunos más normales que otros.
El piano comienza a sonar en una melodía suave y delicada, sincronizándose con la entrada de los novios. La guitarra española de Allen se une a la armonía del teclado dándole un tono más pegajoso. Callum susurra palabras antes de entrar a la sinfonía de instrumentos con el bajo. Incluso así, es armonioso y por último entro yo. Lo normal es que la batería entre primero marcando el compás, pero esta canción es especial al igual que la manera en que se toca.
Allen canta una de nuestras primeras composiciones, la cual es la preferida de los recién casados. El pelirrojo hace los coros; entre los espacios sin letras dice algunos de sus chistes malos; como siempre sucede en las giras. Los novios comienzan a bailar sin importar que las canciones vayan cambiando y algunas no se bailen.
Es entretenido verlos, moverse al ritmo de la música y divertirse; observar lo enamorados que están ambos. Es una pareja un poco extraña, eso no lo puedo negar. Polos opuestos en pocas palabras, pero se sincronizan bien con el otro, encajando a la perfección. Algún día espero estar en ese lugar y tener un conjunto de anillos a juego en el dedo de Adelaide y el mío. Luciendo prendas en blanco y n***o; llorar en el altar, como un niño emocionado al contemplar a la mujer de su vida en un precioso vestido de encaje nevado, caminando hacia mí con una sonrisa suave.
Todavía es pronto para planificar la boda y una vida juntos por la eternidad, según ella. Comprendo el miedo que la invade al pensar en un compromiso más duradero y serio. No todo el mundo está preparado para dar el siguiente paso; lanzarse de cabeza sin dudarlo. Lo entiendo, y respeto su decisión; esperare todo el tiempo que ella necesite.
—¿A quién le gusta pecar? —nadie responde—. No sean mojigatos, a mí me encanta—Callum bromea con el público haciéndolos reír.
Las personas gritan sí, y Callum comienza a cantar la canción más indecente que hemos escrito. El público la canta, algunos se sorprenden y murmuran, quedando como puritanos. Tres tonadas más tarde, el DJ que contrataron se hace cargo de ambientar la fiesta.
Bajamos del escenario, felicitando de nuevo a los novios. Me dirijo en dirección a la barra, ordenando un licor suave; una mujer de cabellos color carbón, mirada severa y cargada de oscuridad, no pasa desapercibida. Agita la coctelera con firmeza a un ritmo constante; una mueca tenue se posa en su boca, ladeando la esquina de los labios hacia la derecha. Doy una pasada rápida a los nombres que hay en la carta. Indico en voz alta mezclando el título del brebaje con el acento inglés, lo cual suena horrible. Ella asiente sirviendo la bebida que hace un momento estaba agitando, dejándola frente a un invitado. Lava los implementos que usará antes de comenzar a agregar licores de diferentes tonalidades. Creando la mezcla de mi trago delante de mis ojos. Sus manos se mueven con una destreza y habilidad que parecen como si estuviera haciendo juegos de mano y magia; los movimientos son sutiles y elegantes. El hechizo termina y un elixir de un tono morado prendido aparece.
— ¡Buon appetito! —habla la mujer con exquisito acento italiano. El inglés se desliza por su lengua en sonidos toscos, pero melodiosos. Doy un sorbo minucioso a la bebida morada, notando cada sabor de los diferentes alcoholes que hay en él.
Es delicioso. No esperaba que fuera tan bueno. El ligero toque picante que contiene se mezcla a la perfección con la suavidad de los trocitos de mora y arándanos. Es adictivo y no te abruma el sabor. En pocas palabras, es perfecto. Alguien carraspea en mi costado derecho. Despego la mirada de la bebida, notando a una pelirroja, la cual me sonríe con picardía.
— ¿Sí? —preguntó con un tono amable. La mujer de cabellos de fuego me observa con atención, esperando que diga algo más. Se queda en silencio al notar que la palabra que desea escuchar no fluye de mis labios. Los ojos de una gama amplia de verdes se mantienen sobre mí en cada momento, incomodándome.
— ¿Quieres bailar conmigo? —pregunta después de unos minutos de continuo silencio.
Podría decir que no, y quedar como un borde o aceptar bailar con ella. Pero no quiero retozar con nadie en este momento. Eso no quita que tengo que ser lo más amable posible al negarme.
—Me torcí el tobillo hace poco, no estoy en condiciones para moverme mucho —murmuré la primera excusa que se me viene a la cabeza, siendo esta la peor que se me puede ocurrir. Ella me observa, tratando de descubrir si es una mentira o la verdad.
—Está bien—suspira—gracias.
—De nada —murmuré tratando de ignorar cómo la expresión de su rostro se tiñó por la tristeza—. ¿Si quieres, te puedo brindar algo de tomar? —la invitó, sintiéndome mal por haberle quitado la ilusión de conocerme. Ella voltea con renovadas energías. Dedicándome una enorme sonrisa de felicidad.
Llamo la atención del barman, ordenando un licor para mi improvisada acompañante. La pelirroja agradece con una sonrisa que me recuerda a Callum la forma salvaje y despreocupada en que se posa la mueca sobre los labios y el fuego que brilla en las profundidades de los ojos verdes. Un jadeo sonoro se escapa de Lindsay, cargado de sorpresa al probar por primera vez la bebida de tonos amarillos que hay entre sus dedos. La mujer de cabellos rojos, sentada en el taburete de la derecha, me sorprende una vez más, dejando que encuentre hasta este momento más similitudes con mi hermano. Ella alaba las manos de la barman, dedicándole cánticos a su talento y cada frase extraña que pase por su cabeza.
La mujer de cabellos oscuros, que está preparando varias bebidas al mismo tiempo, se ríe con ganas de las ocurrencias de la pelirroja, negando con una verdadera sonrisa hacia la proposición de mano que acaba de recibir.
—Veo que te encuentras en buena compañía—exclama entre jadeos el recién llegado—Adelaide está acá—anuncia Callum. Entrecierro los ojos observando el aspecto del pecoso, meditando que tanta verdad hay en ese comentario.
Salto del taburete, acercándome hacia Callum. Quien se encuentra doblado sobre las rodillas, toma profundas inhalaciones y exhalaciones, controlando el ritmo agitado de su respiración. Espero hasta que el sonido jadeante desaparezca, para preguntar dónde localizar Adelaide; no obstante, estoy comenzando a creer que todo es una broma. Ella no me comentó nada de una boda, mucho menos que fuera a las afueras de Londres; pero mis dudas se esfuman cuando Evans afirma que Callum no está jugando conmigo.
— ¿Dónde estás? —exijo.
—Está bailando, y ya no —susurra mirando hacia donde se encontraba a Adelaide, pero entre la multitud que está retozando en la pista no hay alguien parecido a ella.
—Gracias por la charla—me despido de la pelirroja corriendo en busca de mi pareja.
Confió que no sea una jodida broma de parte de los muchachos de la banda; puedo esperar que sea una jugarreta si el dúo fantástico está detrás de esto; pero Evans está incluido y él no se mete en juegos infantiles. Recorro, de arriba abajo, la cabaña donde se está realizando el matrimonio. Cada habitación del lugar se encuentra abarrotada de personas. Comienzo a creer que solo es un juego. Busco en el último sitio. Los jardines traseros están apartados del movimiento de la boda, en el cual la música y los invitados no llegan. Dudo hallarla ahí, pero decido buscarla.
La sorpresa que obtengo es enorme; me deja con la boca abierta y sin palabras. Algo que en pocas oportunidades sucede, cierro los ojos tres veces esperando que la imagen que hay delante solamente sea producto de mi imaginación y el licor morado. Pero mi juicio aún no está nublado, y la ilustración permanece intacta, nítida ante mis ojos. Compruebo con desagrado que los protagonistas de la escena tétrica, para adultos, no son otras personas dándose embistes salvajes en medio de la naturaleza. No, la mujer que está en cuatro con el culo al aire y alguien detrás de ella, aprisionándola contra la hierba, es mi querida novia, Adelaide. Podría reconocer ese cabello y figura en cualquier lado; no obstante, desearía estar equivocado en este momento.
— ¡Oh, joder! —exclama Callum llevándose las manos hacia la boca. Los actores de la escena giran mirándonos con sorpresa.
Adelaide abre los ojos, estirando los parpados a su máxima potencia; los luceros marrones claros de la modelo ruedan hacia atrás con nerviosismo. Dándose cuenta de que ha mandado a la mierda casi dos años de relación. La decencia llega después con sutileza, jalando la delicada tela del vestido amarillo hacia abajo, tratando de cubrir su intimidad y cuerpo. El hombre rubio que se encuentra a su espalda se mantiene con la vista pegada al trasero de la morena a medida que su m*****o sale de ella; él se toma su tiempo alardeando de haberse follado a una supermodelo en ascenso entre matorrales. Observó su pene con burla, no es ni la mitad del mío; esperaba al menos algo mejor. Ya que me está engañando en una boda al aire libre.
—Owen —grita Adelaide. Sus pies se enredan con las ramas del jardín, tropezando los cortos pasos que da hacia mí. —Déjame explicarte —súplica con voz ahogada y llorosa. Niego retrocediendo los mismos centímetros que avanza.
—No tienes nada que explicar, todo está claro, Adelaide —digo calmadamente, marchándome de este sitio. —Esto se acabó.
Callum me sigue en silencio, dándome mi tiempo y lugar para procesar lo que acabo de presenciar. Para que cada acontecimiento quede perfectamente analizado y grabado en mi memoria. Aunque está solo en mis pensamientos, no encuentro la lógica para encasillarlo. Acelero el paso dirigiéndome al primer bar de la aldea; un pequeño local austero se abre camino entre las cabañas de madera. El letrero de colores neón y de luces rechina con la naturaleza del pueblo colonial. Al cruzar la puerta del bar, me prometo nunca más pensar en ella, en olvidar lo sucedido y seguir adelante con mi vida.
—Dame lo más fuerte que tengas —pido al barman. Sentándome en la barra, Callum ordena lo mismo.
Tomamos, en silencio, un vaso tras otro, hasta volverse decenas. Varias tazas de cerveza después me encuentro ebrio, con la lengua suelta, pero aún no me hallo en ese punto donde estoy llorando o gritando de la felicidad. Puedo decir con orgullo que conservó un poco de decencia. Maldigo mi suerte y gustos, los cuales siempre escogen al sujeto menos indicado. Es la primera vez que me enamoró, sin contar ese amor de adolescencia inocente que todo el mundo experimenta; ya tengo claro que no quiero volver a intentar esto, llamado el amor.
—Diviértete, toma. Haz lo que desees sin detenerte a pensar en si es correcto o no —dice Callum con la lengua enredada—. Olvida y mañana sigue adelante como si jamás hubiera existido —aconseja.
Callum es el tipo de persona que nunca te daría un buen consejo, estando sobrio. Pero borracho, es otro cuento. Puedes contarle cada uno de tus problemas y él te dirá lo que realmente necesitas escuchar y cómo actuar. Compone las mejores canciones que hay con varias copas y con la mente nublada. Se transforma en el típico bad boy que se espera de una banda de rock, dejando un camino de corazones rotos y bragas húmedas. Es como tener dos personas diferentes en un mismo cuerpo.
—Desde este momento es una completa desconocida —aceptó tomando la última gota de mi bebida.
—Así se habla —me anima un borracho Callum.
El pelirrojo se alejó detrás de una castaña con unos impresionantes ojos azules, a la cual le respondió con comentarios mordaces. Así, señores, es como me abandona Callum en su faceta de chico malo, conquistado por la boca mordaz de una castaña. Él tiene debilidades por las mujeres de carácter fuerte. Si está borracho y le plantan cara, incluso irá tras ella. Así que ahora estoy solo con un corazón roto.
— ¿Mal de amores? —intuye la voz suave de una mujer. —No creo que tomarías de esa forma, si no se debiera a una infidelidad —continúo averiguando cada uno de mis tormentos.
—Tienes toda la razón —acepté templado—. El amor es una ilusión que te hace más mierda—farfullo con la lengua pesada y enredada, dejando caer todo mi mal humor en ese comentario.
—Qué filósofo eres, señor borracho —se dirige hacia mí por un apodo estúpido. Parece no saber quién soy —pero tienes razón, el amor es un arma de doble filo. Hermosa pero mortal.
—Tienes toda la razón, rubia —concedí estando de acuerdo con su metáfora. Atraigo la atención del barman pidiendo una ronda de bebidas. — ¿Y tú qué haces acá? —cuestionó desviando el tema de mi persona.
—Es un viaje de celebración. La inauguración de mi bufete está a la vuelta de la esquina —explica feliz terminando los últimos dedos de cerveza que tenía.
—Al menos uno, está celebrando por un motivo feliz —gruñó desganado. En este momento no tengo la capacidad de alegrarme por el triunfo de un extraño, pero puedo intuir que esa inauguración es significativa para ella.
—La vida es una mierda en muchas ocasiones —concede—, también posee momentos buenos—una suave palmada recorre los músculos de la espalda; la mano de ella se queda por cortos segundos sobre mi espalda, alejándola cuando considera que ya me dio ánimos.
—Creo que ahora exclusivamente me está tirando su mierda —rio tomando un trago de la nueva bebida. Ella niega con una sonrisa divertida y cordial.
—Entonces recibe la mierda y haz algo genial, con eso —sugiere. Ya sé qué haré cuando salga de este horrible pueblo. Escribiré las canciones más tóxicas que saldrán a la luz los próximos meses.
— ¿Qué me propones?
—Vuélvete, loco —sonríe ampliamente. Dando la respuesta universal a todos los problemas.
—Entonces, acompáñame a volverme loco —ella duda unos minutos antes de asentir.
—Te reto a que resistas más que yo —dice—. Vamos a descubrir quién aguanta más chupitos.
—Acepto —el barman trae veinticuatro chupitos, doce para cada uno.
Comenzamos tomando una tras otra de las pequeñas copas como si el contenido fuera agua; la cabeza me da vueltas, mirada nublosa y una risa incesante. La rubia de mi lado ríe como una loca, demostrando que el alcohol ya le está haciendo efecto. Seguimos por otra ronda, tomándonos casi treinta y tantos chupitos, hablamos pendejadas, las cuales no se entienden.