El lunes por la mañana, lo primero que noté fue el silencio. Ni Rocky ladrando, ni pasos en el pasillo, ni la cafetera de mamá. Solo un leve zumbido eléctrico y la respiración tranquila de Kyleigh, que dormía a mi lado.
Por un segundo, casi se me olvida que no estaba en mi casa. La manta suave, el olor a té que parecía quedarse pegado en el aire y la luz filtrándose entre las cortinas me daban una falsa sensación de calma. Hasta que parpadeé y sentí esa punzada incómoda en los ojos: las lentillas.
Me incorporé con cuidado para no despertarla y rebusqué en la mochila hasta encontrar el estuche. Me las quité con ese alivio que solo entiende alguien que ha llevado lentes de contacto demasiado tiempo. Parpadear sin ellas era como quitarse un peso invisible.
Cuando me giré, Kyleigh ya estaba despierta. Sus ojos no estaban en mi cara, sino fijos en los míos.
-Son... -su voz fue apenas un susurro-. Violeta.
Asentí, como si no fuera gran cosa.
-Sí. Es mi color real. Normalmente llevo lentillas, ya sabes, para evitar miradas raras y preguntas más raras todavía.
Ella siguió observándome, como si aquello encajara con algo que ya sabía. No era solo sorpresa; había un brillo de reconocimiento que no supe interpretar.
-No son raros -dijo por fin-. Solo... poco comunes.
-Eso es una forma amable de decir "inusuales" -respondí, intentando sonreír.
Kyle sonrió también, aunque su gesto fue breve. Se levantó, se calzó las zapatillas y dijo:
-Voy a por té y algo de comer.
Cuando regresó con dos tazas humeantes y un plato de tostadas, intenté fijarme en sus manos para no pensar en cómo me había mirado antes.
-Hoy hay que salir antes -comentó-. Si tomamos el camino del río, llegamos en la mitad de tiempo.
-Perfecto -respondí, y le di un sorbo al té. No hacía falta ser Sherlock para notar que había cambiado de tema a propósito.
El resto del desayuno fue tranquilo, pero con esa sensación incómoda de que una de las dos sabía más de lo que estaba dispuesta a decir.
Salimos de la casa a las ocho y poco. El aire de la mañana estaba frío y olía a pino húmedo, como si hubiera llovido durante la noche. Kyleigh llevaba las manos en los bolsillos y la mochila colgando de un hombro; yo empujaba la bici despacio para seguirle el ritmo.
El camino del río resultó ser un sendero estrecho, flanqueado por árboles que filtraban la luz en parches dorados. A ratos se escuchaba el agua, y a ratos solo el crujido de las hojas bajo nuestros pasos.
-¿Tu hermano siempre... es así? -pregunté sin mirarla, más pendiente de no tropezar con una raíz.
Kyleigh soltó una risa corta.
-Así como... intenso. Sí. Y peor cuando cree que algo le importa.
-¿Y yo soy ese "algo"? -dije, medio en broma.
Ella me miró de reojo.
-No eres "algo". Eres... diferente.
Me mordí el interior de la mejilla. Ese "diferente" sonaba demasiado parecido a "peligroso" o "complicado".
-¿Vas a explicarme eso o vamos a fingir que es una frase bonita y ya está? -insistí.
Se encogió de hombros.
-Es complicado. No puedo contarte todo. No todavía.
-Ya me dijo él algo parecido -murmuré, y esta vez sí me miró directamente.
-Thiago y yo... no siempre vemos las cosas igual. Pero en esto sí: hay cosas que es mejor que sepas cuando estés lista.
-Suena a secta -dije, intentando suavizar el peso de sus palabras.
Kyleigh sonrió de lado.
-O a familia con demasiados secretos.
Llegamos al final del sendero y el instituto apareció al otro lado de la carretera. Antes de cruzar, Kyleigh se detuvo.
-Leanne... si en algún momento algo raro pasa, no corras.
-¿Qué?
-Lo que oyes. No corras, no hables con desconocidos y, sobre todo... -dudó un segundo- no quites la vista de quien te quiera ayudar.
Se me erizó la piel, y no por el frío.
-Estás empezando a sonar como la advertencia de una película de terror.
-Ojalá fuera solo eso -dijo, y cruzó la calle como si no hubiera dejado caer una bomba de tres toneladas en medio de la conversación.
El resto del día transcurrió entre clases, apuntes y miradas ocasionales hacia Kyleigh, que parecía actuar como siempre... excepto por la forma en que barría el pasillo con la vista antes de entrar a cualquier sitio.
Cuando la última campana sonó, me alcancé a despedir de ella, pero antes de irse se inclinó para decirme al oído:
-Pronto lo entenderás todo.
Y se fue, dejándome con más preguntas que respuestas.
Salí del aula todavía procesando las últimas palabras de Kyleigh. "Pronto lo entenderás todo." Fantástico. Como si no tuviera ya suficientes misterios acumulados como para abrir un museo del enigma.
Izan y Aiko me estaban esperando en el pasillo.
-¿Lista para ir a casa o tienes otro maratón de trabajo con la chica nueva? -preguntó Aiko, levantando una ceja.
-No, hoy me libro. O eso creo -respondí, intentando sonar más relajada de lo que me sentía.
Bajamos las escaleras entre el ruido de las conversaciones y el chirrido de las taquillas. La puerta principal del instituto estaba abierta, y la luz del final de la tarde se filtraba por el pasillo. Afuera, junto a la verja, reconocí a Kyleigh... y, a su lado, a la última persona que esperaba ver: Thiago.
Estaba recostado contra el capó de un coche oscuro, brazos cruzados, mirada clavada en mí como si acabara de encontrar algo que llevaba mucho tiempo buscando. No sonrió, pero había una intensidad en sus ojos que me hizo dudar entre fruncir el ceño o dar media vuelta.
Kyleigh me saludó con un gesto de mano, como si aquello fuera lo más normal del mundo.
-Ese es mi hermano -comentó a mis amigos en cuanto nos acercamos.
-Hermano -repitió Izan, mirándolo de arriba abajo con la sutileza de un elefante en una cristalería-. Vaya genética.
Thiago arqueó una ceja, apenas un segundo, antes de volver a mirarme. Esta vez sí sonrió, pero no era una sonrisa cualquiera: era de esas que llevan un mensaje oculto, como si quisiera decir "tú y yo tenemos un asunto pendiente".
-Pues... encantado -dijo Aiko, intentando romper la tensión, aunque su tono sonó más como una pregunta que como un saludo.
Yo me limité a asentir, sin apartar la vista de él. No sé si fue mi imaginación, pero juraría que su sonrisa se ensanchó, como si disfrutara del incómodo espectáculo.
Thiago no dijo nada más, pero su mirada seguía clavada en mí, estudiándome, como si quisiera grabar cada detalle. No era descarada, pero sí lo bastante intensa como para que Izan me diera un codazo disimulado.
-Vale, ¿solo yo estoy notando que te mira como si quisiera comerte? -susurró, sin apartar la vista.
-No eres solo tú -murmuré, intentando sonar indiferente.
Y entonces pasó: Thiago ladeó un poco la cabeza y esbozó una sonrisa traviesa, como si hubiera escuchado cada palabra. No sé si lo hizo, pero la sincronía fue demasiado perfecta para ser casualidad.
Kyleigh pareció captar el momento, porque intervino enseguida. -Vámonos, Thiago -dijo, dándole un toque en el brazo.
Él no respondió, pero tampoco dejó de mirarme hasta que se giró para abrirle la puerta del copiloto.
Cuando el coche se alejó, Aiko soltó el aire que llevaba conteniendo. -Tu vida se está poniendo interesante.
-O peligrosa -añadió Izan.
Yo solo apreté los labios. No tenía respuesta, pero sí una certeza incómoda: no era la última vez que vería a Thiago... y, por la forma en que me había mirado, él se aseguraría de que fuera muy pronto.
Al llegar a casa, tiré la mochila sobre la cama y me dejé caer boca arriba, repasando mentalmente cada gesto y cada palabra de esa tarde. El móvil vibró en mi bolsillo. Lo saqué sin muchas ganas, esperando algún mensaje del grupo... pero no reconocí el número.
Número desconocido: Tenemos que hablar.
Fruncí el ceño, a punto de ignorarlo, cuando apareció una segunda notificación.
Número desconocido: Thiago.
Sentí un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío de la habitación.