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751 Palabras
—Han llegado los refuerzos.— murmuró Dante al oír el sonido del timbre de la puerta.
—¿Es Amy?— no podía verle, pero su voz retumbó en mi cerebro en forma de caricia. Mi nombre jamás había sonado tan bien como lo hizo en sus labios, tenía debilidad por las voces hermosas como aquella.
Mis padres eligieron mi nombre en honor a Amy Winehouse, claro que eso fue antes de que se supiera de su adicción, su vida turbulenta y su muerte prematura.
Lo cierto es que yo no me había metido en el mundo de las drogas, como mi tocaya. Pese a mi apariencia en aquel momento; con un moño mal hecho y restos de pintura en mi cara, vestida con un chándal n***o al que ya se le estaba despegando el logo de la marca, una camiseta de Mickey Mouse que llevaba abandonada en el cajón desde que estuvo de moda allá por el 2014 y la chaqueta robada por mi primo (y posteriormente por mí) combinando con una riñonera. Había que mirarme los dientes para saber si era una trapera, una yonki o ambas cosas.
Desearía haberme esforzado un poco más en mi outfit para pasear a las perras, sobre todo teniendo en cuenta lo genial que ellos vestían.
Hicieron una entrada propia de los vampiros malvados de Crepúsculo que se parecen a los Black eyed peas.
Ella era la actriz ideal para ser la mejor amiga de la protagonista en una película para adolescentes, era lo suficientemente guapa para salir en la película, pero no tenía el cuerpo que querían para que las adolescentes envidiasen. No me importa admitir que me resultaba atractiva incluso a mí. Vestía como una empresaria que haría bullying a los otros empresarios, y con mucha confianza. Tenía el pelo oscuro como los ojos, y el resto de su cara era imposible de adivinar bajo tanto maquillaje.
Él no pintaba nada por aquí. Parecía demasiado buena persona, la clase de chico que cede su asiento en el transporte público antes que nadie. No podía ocultar esa sonrisa tierna y la clase de expresión inocente que las ancianas adoran. Apuesto a que de pequeño podría haber salido en un anuncio de pañales, esos bebés deben ser muy adorables para que no te resulte repulsivo limpiar su mierda.
—Ellos se encargan de los testigos.— tragué saliva, ya había visto cómo se "encargaban" de Pedro.
—Nos vamos.— ella salió con el ceño fruncido, parecía enfadada, temblé ante la idea de cómo me asesinaría y él lo notó.
Salimos de allí sin despedida, como si a Dante le fuéramos indiferentes. Subimos en el ascensor, ella bajó en el primer piso y nosotros fuimos hasta la planta baja.
El conserje saludó al chico que me acompañaba cuando pasábamos.
—Es bastante tarde, por eso está de mal humor.— trató de tranquilizarme con una sonrisa.—Carrie ha ido a por la furgoneta, se llama así por la novela de Stephen King, de pequeña se metían con ella y eso...—No sabía qué pensar de él, creía que estaban intentando hacer la estrategia de polibueno-polimalo.— Yo soy Alex.
—¿Por Alexander DeLarge?— se escapó de mi boca antes de que pudiera detenerlo.
—No, es que me llamo Alejandro.— noté cómo se me sonrojaban las mejillas.— Sé lo que estás pensando, no, no está a la altura del resto de motes que usan por aquí... Si no te importa, voy a empezar a usar tu idea.
Hizo el amago de acariciar a Sombra, pero detuve su mano. Antes de que pudiera dar explicaciones, las luces led azules de la rampa que había a nuestra derecha se encendieron a medida que bajaba la furgoneta (era de color n***o, se parecía un poco a la de Scooby Doo y tenía el logo de mercedes benz). Comprendí que el garaje estaba por encima de la planta baja donde estaba el portal ¿qué clase de loco había diseñado ese edificio?
Carrie quitó el seguro de las puertas y nosotros pasamos al asiento de atrás, había sitio de sobra para dos personas y dos perros. La situación estaba muy tensa y nadie se atrevía a decir una palabra.
Recordemos que yo venía de haber estado perreando tan cerca del suelo que Satán me podía besar el culo, estaba cansada, Tormenta y Sombra me daban calor, todo estaba oscuro y silencioso cuando miraba por la ventanilla. Sí, me quedé dormida.
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