Aunque, impidiéndome verla, y también balbuceaba. El aire frio como el hielo se interponía entre los dos. ¿Qué quería esa sombra? ¿Que intentaba comunicar mi madre en ese estado, y por qué solo se manifestaba en la oscuridad de la noche?
De un momento a, otro le dije a la figura encapuchada: "¡No!". Y me puse en medio, entre ella y mi madre. Con una velocidad sorpréndete, la sombre se dirigió a mí, manteniendo su rostro cubierto. Balbuceó algo que no logre entender, o tal vez hizo un gesto, como los monjes bajando y subiendo la cabeza, antes de alejarse lentamente y desaparecer. Un escalofrió me recorrió la espalda, pero el enfriamiento, aunque silencioso, me dejó con una certeza aterradora: lo que fuera que acechaba a mi madre, ahora me había visto a mi.
Paralelamente, mire a mi madre María. Se había calmado, y sus ojos se cerraron enseguida. Le toqué el pecho y le puse un dedo en la nariz, notando como su respiración se normalizaba. Eso me tranquilizo un poco, pero la imagen de la sombra y el frío gélido seguían grabados en mi memoria. Me preguntaba si había sido un sueño, o una advertencia.
Al mismo tiempo, pensé que lo que había presenciado era un sueño. era un sueño lo que presencie, mire a todos que estaban dormidos, me fije la hora, eran las 2 de la mañana, y volví a quedarme dormida, o al menos lo intenté. El silencio fue más pesado que antes, cargado con el eco de lo inexplicable, pero el amanecer, lejos de traer respuestas, solo profundizaría el misterio.
De acuerdo, a la 5 a.m. en punto, como de costumbre, Dela me habló. Respondí con movimiento de cabeza, aturdida por el poco y agitado sueño. Despertó a mí madre María que abrió los ojos tranquilamente. Sentí que, por un momento, podía respirar de nuevo. Nerviosa, hicimos el procedimiento diario, Le dimos el desayuno, y hablamos con una normalidad forzada, incluso más fuerte de lo habitual. Dela me miraba extraña, sin saber lo que había pasado. Pero el siguiente evento iba a obligarme a contarle todo.
Así mismo, como de costumbre llegaron los residentes y especialista, y nos sacaron de la habitación a todos los familiares. Bajamos las escaleras hasta la sala de espera. En medio del bullicio, Dela con una mirada de urgencia, me pregunto: "Dime ¿qué paso ahora? Con nerviosismo Yo le cuento lo acontecido con nerviosismo, y sintiendo que está vez se trataba de mi propia familia, le conté lo acontecido, desde el frío hasta la aparición encapuchada. La reacción de Dela, sin embargo, fue tan sorprendente como las propias visiones.
Bien sea, Dela sorprendida y nerviosa, me pasa el desayuno y me dijo que comiera sin objeción. Tomé la vianda y a medida que comía, Sentí como la comida me tranquilizaba, un ancla en medio del caos emocional. Después de terminar me dijo que me fuera a casa a descansar, que ella me avisaría si sucedía algo. Esa orden, tan simple, sello mi destino: me convertí en la única testigo de lo que acechaba en la habitación de mi madre María.
En paralelo, recogí mis cosas y me retiré del hospital, Me dirigí a la parada, y al ver pasar un transporte, le hice una señal. Me espero que cruzará la calle, pagué al colector y subí. Sentándome en los primeros asientos Miraba el camino, la gente que recogíamos en cada parada, buscando una distracción a lo que había presenciado. Pero cada kilómetro que me alejaba del hospital parecía acercarme más a la verdad de lo que mi madre María enfrentaba.
Mientras que, el transporte hizo parada en la gasolinerita, Me baje y camine hacia la otra parada, tomé un carrito y me senté en la parte delantera, observaba el paisaje. Al llegar a la parada de la casa, pague y camine una cuadra y media. Saludé a los vecinos que preguntaban por mi mamá María, diciéndoles que estaba mejor. Pero a cada uno de ellos, les ocultaba la verdad: la presencia Dela sombre encapuchada, el fío gélido y el miedo que ahora compartía solo con Dela El regreso a casa, sin embargo, no sería el fin de la pesadilla.
Por fin entro, en la casa, sumida en un silencio que me pareció ensordecedor: al parecer todos aun Acomodé mis cosas, me acosté y me dormí. Era la responsabilidad de uno mismo volver a estar bien, y aunque a veces alejarse te hacía sentir insuficiente. Pero, en medio de ese descanso, me desperté con una pregunta que resonaba en mi mente, más perturbadora que cualquier pesadilla; "¿Qué le quita la calma a tus días?
Dado que, Me levanté, fui al baño a bañarme, cepillarme y luego me vestí, todo con un ánimo renovado. La decisión de cuidarme, de poner límites, de dejar de intentar cambiar lo inmutable, de entender lo absurdo y saber decir "no" por primera vez, se afianzaba en mí. Ya no era tiempo de quejarse de la situación, si no de hacer algo. Pero la acción que estaba a punto de tomar, no solo impactaría a mi familia, si no que revelaría una verdad sobre mi madre que hasta ahora habíamos ignorado.
Como, una nueva energía, me dedique a colaborar con el almuerzo y cena, prepare todo, y cuando los demás bajaron, ya estaba listo. Nos pusimos a comer todos juntos, conversando sobre la salud de nuestra madre o abuela. La comida que antes era una simple necesidad, ahora se convertía en un espacio para el dialogo, un lugar donde, sin saberlo, se sembraría las semillas de una inquietud sobre el estado real de María.
A condición de que, después de terminar con todo: lavar la loza, preparar las viandas tanto para mí como para los niños, me despedí y me fui al hospital nuevamente, pero está vez, mí animo era diferente. ´Había descansado un poco más de lo habitual, y con esa fuerza renovada, llevaba conmigo no solo comida, si no una determinación que impulsaba a enfrentar lo que fuera que acechaba en esa habitación. Lo que no sabía, sin embargo, es que ese "algo" estaba a punto de mostrarse de una forma mucho más explícita.
Con tal que, llegué al hospital y me dirigí directamente a la habitación, justo al detenerme en la puerta, una escena me dejo helada: mi madre María, sentada en la silla de ruedas, ¡cerca de la ventana! mirando el paisaje y conversando normalmente con Dela. La imagen era inesperada, tan llena de vida comparada con la fragilidad que había presenciado, que por un instante dudé de lo que veían mis ojos. ¿cómo era posible esa transformación?
Siempre que, desde el momento en que empecé a ver su fortaleza en lo que hacía, supe que había algo especial en ella, algo que no podía explicar fácilmente, pero que se sentía de verdad. Aunque no lo creyera, su presencia tenía el poder de transformarnos a sus hijos, de hacer que los días grises se olvidaran por momentos de luz. Me acerque a ellas, intentando oírlas sin interrumpir, sin saber que la conversación que escucharía desvelaría un detalle crucial.
Al final, había algo en su mirada, sus palabras o en su manera de estar en el mundo, que inspira no solo respecto, si no también cariño genuino. Era fuerza y ternura al mismo tiempo, un ejemplo de autenticidad en medio de tanto ruido, solo gratitud a dios por su vida. Toda la tarde pasamos entre conversaciones y el aperitivo café con pan, como lo hacíamos de niños. Pero la única diferencia además de no estar todos juntos, era el frio hospitalario. Y fue en medio de esa nostalgia que mi madre María, en un momento de lucidez, susurró algo que nadie más oyó.