Capitulo V "¿Matarla?"

2000 Palabras
En el momento en el que él cuerpo de Damián yacía en una tranquilidad plena, comenzó a sentir olores que a pesar de no haberlos olido nunca, eran totalmente familiares, de pronto todo comenzó a tener claridad y pudo ver una escena en la cual aún no estaba seguro si realmente era un sueño o quizás, sólo quizás ¿una vida pasada? no, eso es... eso es ilógico pensó. El aire se transformó de golpe, espesándose con la dulzura opresiva de la miel recién extraída de los panales reales. Damián sintió el calor del sol acariciándole la nuca, ese sol de verano que olía a hierba recién cortada y a rosas negras marchitándose en los jardines del palacio. Una risa infantil —cristalina, despreocupada— lo hizo volverse. Allí estaba Lucas, su hermano menor, con el cabello dorado alborotado como un halo de espigas salvajes y las mejillas encendidas por la carrera. El niño se estrelló contra su pecho, jadeante, y Damián (¿o acaso ya era Alessandro quien habitaba su piel?) sintió el instinto familiar de rodearle los hombros con un brazo protector. —¡Hice trampa! —confesó Lucas entre risas, señalando el sendero entre los rosales donde las espinas habían desgarrado su túnica—. Corrí por el atajo. Las manos de Damián (sí, definitivamente más grandes ahora, marcadas por callos de espada y cicatrices que aún no existían) se alzaron para enderezar la corona de enredaderas que pendía torcida sobre la frente sudorosa del niño. —Un verdadero rey no necesita atajos —murmuró, pero la advertencia se ahogó en su propia garganta al ver cómo Lucas brillaba ante el regaño, radiante como el mediodía en la cúspide del verano. Fue entonces cuando **el mundo estalló.** El aire se corrompió en un instante. Aquella dulzura de miel y rosas negras se putrefactó, convirtiéndose en el olor acre de hierro quemado y carne gangrenada. **El campo de batalla se desplegó ante él**, un infierno de estandartes rotos y tierra revuelta por los cascos de los caballos. Y allí, en medio del fango y la muerte, yacía Lucas. Su **cabello dorado**—que antes brillaba bajo el sol como una corona—ahora yacía manchado de sangre oscura, pegado a su rostro demacrado. La armadura, esa misma que Damián le había ajustado con orgullo la mañana de la batalla, estaba hendida por un golpe traicionero, dejando al descubierto la herida purulenta que le devoraba el costado. Una mano fuerte—la misma que tantas veces le había tendido una copa de vino en los banquetes—se alzó con un temblor que nada tenía que ver con la debilidad, sino con la rabia de saberse traicionado: —*Hermano...* Damián sintió el **peso de la espada** ensangrentada en su mano, el yelmo que le oprimía el cráneo como un verdugo implacable. Cada músculo le ardía, pero no tanto como la **rabia** que le corroía las entrañas—dulce y venenosa como aquella miel de los jardines que ya solo existían en su memoria. —¡No! —rugió, pero sus piernas ya movían el caballo hacia adelante, sus brazos tensaban las riendas. A través de los ojos de Alessandro, vio cómo Lucas se arrastraba en el barro, cómo sus labios—siempre tan rápidos para la broma—formaban palabras que el estruendo de la batalla ahogaba—. ¡No lo hagas! El grito se le quebró cuando vio su propia espada (¡su propia mano!) alzarse no para ayudar, sino para señalar la retirada. Las lágrimas le nublaron la vista, mezclándose con el sudor y el polvo de la batalla. Fue entonces cuando llegó: un **frío divino** que le heló la sangre en las venas. Las manos de Abril—frías como el mármol, vivas como la savia—le enmarcaron el rostro, arrancándolo de la pesadilla. —Mira más allá de lo que fuiste —susurró, y su voz atravesó los años de culpa como un cuchillo en la niebla. El campo de batalla se desvaneció, pero no antes de que Damián vislumbrara **lo que Abril le mostraba**: ese mismo campo décadas después, convertido en un vergel donde los hijos de Lucas (tan dorados como él) corrían entre surcos de trigo, libres de la maldición de sus nombres—. Mira lo que aún puedes ser. Abril, con un movimiento de su mano cambio en un santiamén el escenario, lo primero que Damián percibió fué el aroma a pan recién horneado, esto envolvió a Damián antes de que sus ojos pudieran adaptarse a la nueva luz. Era un olor cálido, que le recordaba las mañanas de invierno en la cocina de su abuela, cuando el mundo aún parecía un lugar amable. Cuando la visión se aclaró, el corazón le dio un vuelco. El Gran Salón de los Valkon resplandecía transformado. Los altos ventanales arrojaban cascadas de luz dorada sobre los mosaicos del suelo, donde antes había sangre seca, ahora crecían delicadas flores azules entre las junturas de las piedras. **August Venobich** estaba allí, pero no como enemigo. El viejo rey señalaba un mapa extendido sobre la mesa, sus dedos arrugados trazando rutas comerciales con entusiasmo juvenil. Al otro lado, **Alessandro** (¿él mismo?) asentía, sus manos -manchadas de tinta, no de sangre- ajustaban un sello real sobre un pergamino. —Si ampliamos la ruta del norte -decía August, con voz ronca pero animada-, ambos reinos prosperarán. Un movimiento repentino captó la atención de Damián. —¡Padre! Un niño de cabello rebelde como tormenta de verano irrumpió entre los cortesanos, esquivando protocolos con la gracia inconsciente de la infancia. Trepó al estrado real sin ceremonia, abrazando las piernas de Alessandro. —Mira lo que dibujé -mostraba un pergamino garabateado con lo que parecía un dragón de tres cabezas-. ¡Es el guardián del puente nuevo! Alessandro (él, pero no él) alzó al niño con un brazo mientras con el otro terminaba de sellar el documento. **Sin soltar ninguna de las dos cosas.** —Es magnífico -dijo, y Damián sintió un nudo en la garganta al reconocer el tono de esa voz-. Lo colgaremos en el salón del consejo. Más allá, a través de los ventanales abiertos, **Lucas** instruía a un grupo de jóvenes en el arte de la esgrima. Su cabello dorado brillaba al sol, su rostro -libre de cicatrices- se arrugaba en una carcajada ante algún comentario de sus alumnos. Damián sintió que algo se quebraba en su pecho. —¿Cómo...? -logró balbucear, pero la pregunta se perdió en el aire perfumado. Abril apareció a su lado, su vestido blanco ondeando como bandera de paz. —Así podría ser -susurró, y en sus ojos plateados bailaba el reflejo de ese futuro posible-. Si tú lo eliges. Pero...? - él dudo al preguntar- ¿Dónde estás tú?. De pronto y sin explicación, un zumbido empezó como un mosquito en su oído izquierdo. **Garras incandescentes** se clavaron en su pecho sin previo aviso, arrancándole un gemido. —*Despierta, mi rey* -la voz de la loba le arañó la mente, familiar y ajena a la vez, -*No confíes en ella*- susurró el viento -*ella te miente*-. Los vitrales estallaron en mil fragmentos de luz. El salón, los jardines, las risas, todo comenzó a desvanecerse. —**El cuadro...** -la voz de Abril llegó como último susurro, mientras la oscuridad lo engullía-. Recuerda... Y entonces sólo quedó la caída. Damián se incorporó con un jadeo, las sábanas empapadas de sudor frío pegadas a su torso. El corazón le martillaba las costillas como si hubiera corrido kilómetros. La habitación oscura olía a óleo y trementina, pero bajo esos aromas familiares persistía **un tenue rastro a jazmín**. Se pasó una mano por el rostro y sintió la pintura seca en sus mejillas. —Mierda... El reloj marcaba las 3:47 a.m. cuando se levantó tambaleándose hacia la cocina. El piso de madera crujió bajo sus pies descalzos, cada sonido amplificado por el silencio nocturno. El vaso de agua estaba frío entre sus manos. Bebió con avidez, notando cómo el líquido le resbalaba por la barbilla y goteaba sobre su camiseta blanca. En el reflejo de la ventana, vio sus ojos **-dorados como nunca en la vigilia-** brillar en la oscuridad. *Bzzz. Bzzz.* Su teléfono vibró sobre la mesa. Un mensaje del Dr. Kael: *"Sistema de monitoreo alerta: pulsaciones a 120 ppm. ¿Otra pesadilla? ¿Qué soñó esta vez?"* Los dedos de Damián titubearon sobre la pantalla antes de responder: *"Sí. La misma. Esa mujer... Abril. Intentando matarme otra vez."* Los puntos suspensivos aparecieron inmediatamente: *"Tome su lorazepam. Esto es BUENA señal, Damián. Su subconsciente está listo para enfrentar lo que le impide avanzar. La próxima vez que sueñe con ella, RECUERDE: es SU sueño. Usted tiene el control. Enfréntela. Elimínela."* El vaso se estrelló contra el fregadero antes de que pudiera detenerse. —No puedo matar a Abril —murmuró mientras tecleaba con furia contenida—. *"Hablamos mañana. Buenas noches."* La respuesta fue instantánea: *"Solo es un símbolo, Damián. Ella representa todo lo que teme perder. Destrúyala en el sueño y sanará en la vida real."* Dejó el teléneo boca abajo. En el estudio, el cuadro de Abril brillaba débilmente bajo la luz de la luna. Las mariposas azules que había pintado (¿o habían aparecido solas?) movían sus alas en una brisa inexistente. Damián clavó las uñas en el borde de la mesa de la cocina, los mensajes de Kael ardiendo en la pantalla del teléfono. Las palabras del psicólogo reptaban por su mente como serpientes venenosas: *"Destrúyala en el sueño y sanará en la vida real."* —¿Matarla? —susurró para sí, la voz quebrada por la incredulidad. El cuadro de Abril brillaba débilmente desde el estudio contiguo, como si lo llamara. Con pasos lentos, se acercó hasta quedar frente al lienzo. La imagen de Abril parecía más viva que nunca, sus ojos plateados siguiéndolo en la penumbra. —¿Cómo podría yo...? La pregunta quedó suspendida en el aire. Por primera vez, **dudó**. ¿Y si Kael tenía razón? ¿Si Abril solo era una proyección de sus miedos? El pincel que sostenía (¿cuándo lo había tomado?) temblaba sobre la paleta de colores. Un toque de rojo carmesí, justo sobre el corazón de la figura en el lienzo, y tal vez... **Un gruñido bajo lo paralizó.** La loba emergió de las sombras del rincón, sus ojos dorados brillando como monedas al fuego. Avanzó con movimientos fluidos hasta colocarse **entre él y el cuadro**, como un guardián espectral. —¿Tú también vienes a decirme que debo matarla? —preguntó Damián, con amargura. El animal inclinó la cabeza, mostrando por un instante sus colmillos blancos. Pero entonces, inesperadamente, **restregó su hocico contra su mano izquierda**, la misma que Abril había tomado en el sueño. Un mensaje claro. El teléfono vibró de nuevo sobre la mesa. Kael: *"Piense en ello. Usted tiene el poder de terminar con sus pesadillas."* El teléfono brilló una última vez con el mensaje de Kael antes de apagarse. Las palabras parecían quemarse en el aire: *"Usted tiene el poder..."* Damián respiró hondo. El pincel en su mano temblaba, la punta cargada de rojo cadmio -un color demasiado vivo, demasiado cercano al de la sangre-. Frente a él, el cuadro de Abril lo esperaba. La figura etérea sonreía con esa calma que ahora le parecía un reproche. —Solo un toque —murmuró, alzando el pincel hacia el lienzo. La loba emergió de entre las sombras como humo espeso, sus ojos dorados fijos en la mano que sostenía el pincel. Avanzó lentamente, el pelaje n***o brillando bajo la tenue luz del amanecer. No se interpuso esta vez. **Se alineó junto a él**, como un cómplice. —¿Tú también lo crees? —preguntó Damián, sintiendo cómo el rojo goteaba del pincel hacia la paleta, formando pequeñas gotas gruesas como heridas recientes. El animal no gruñó. No hizo falta. Él camino decidido -o eso pensó-, en dirección al cuadro.
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