Capitulo XVI La Invocación Desesperada

2000 Palabras

El portazo de Valeria aún resonaba en los huesos de Damián cuando se quedó paralizado frente a la puerta. Los dedos le hormigueaban, pegajosos de pintura seca y té derramado. El silencio del apartamento le zumbaba en los oídos como una corriente eléctrica. Era esto...¿La libertad? Un temblor le recorrió las piernas. El aire olía a trementina y a las galletas de jengibre que Valeria había traído. Dio un paso hacia adelante, luego otro, como si el suelo de madera fuera a ceder bajo sus pies. **Y entonces lo sintió.** La libertad no era alivio. No era paz. **Era caer.** El primer jadeo le quemó la garganta. Las paredes —esas malditas paredes amarillas que siempre odió— se cerraron como fauces. El aire se espesó, convirtiéndose en melaza en sus pulmones, en plomo en su estómago. —

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