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1247 Palabras
Llegada a Sax Leoni avanzó por el largo pasillo, con el sonido de sus propias pisadas resonando en la vasta sala de mármol del palacio de Sax. A cada lado, enormes columnas de piedra custodiaban su paso, adornadas con cortinajes pesados de terciopelo oscuro. La opulencia del salón estaba calculada para intimidar, desde los espejos de marco dorado en las paredes hasta las lámparas de candelabros altos que iluminaban la sala con un resplandor suave y desigual. Pero nada de eso logró doblegar el porte de Leoni, que caminaba erguida y sin titubear, con la cabeza alta, recordando el motivo de su entrega como rehén: su pueblo. A pesar del frío invernal que se filtraba hasta los huesos, vestía una prenda ligera que le habían dado en la última parada al llegar a este reino. La tela no era gruesa ni calurosa, sino deliberadamente fina, como si su incomodidad fuera una parte más del acto humillante que se disponían a ejecutar. Colton, el general de Sax, la escoltaba con una expresión de dureza en su rostro, mirándola de reojo para asegurarse de que avanzaba al ritmo marcado por la ceremonia, una especie de última humillación antes de enfrentar al rey. Leoni sintió su mirada evaluadora, como si juzgara cada uno de sus movimientos y no perdiera oportunidad de recordar que ella, una princesa de Alcea ahora era prisionera en el reino de Sax. - Compórtate, princesa...Eso definirá si sigues con vida... - siseó sujetándola del brazo antes de entrar al salón de audiencias. La joven alejó el brazo y se volvió a enderezar para enfrentar las puertas cuando estas se abrieron. Ante ellos, en el estrado elevado al fondo de la sala, estaba el rey de Sax, un hombre grueso y anciano vestido con una túnica púrpura de terciopelo que casi no le cabía. Su corpulencia y su figura eran resaltadas por los adornos extravagantes y el pesado collar de oro que rodeaba su cuello, dando la impresión de que apenas podía sostener su propio peso bajo tanto lujo. Leoni pensó que podría caer de bruces si se inclinaba hacia adelante. El rey tenía un rostro rojo y redondo, con ojos pequeños y astutos que brillaban con malicia desde el fondo de su cara embotada. Los dedos regordetes tamborileaban sobre el brazo de su trono, como si se aburriera ya de esperar y se deleitara en la anticipación de lo que estaba por suceder. La corte de Sax observaba desde ambos lados, vestida con trajes pomposos y joyas que relucían bajo la tenue luz de los candelabros. La mayoría de los nobles y damas lanzaban miradas de soberbia y desprecio hacia Leoni, como si su presencia fuera una molestia y una intrusión en su mundo decadente. Algunos murmuraban entre ellos, otros reían en voz baja, lanzando miradas burlonas a la princesa. No hacían esfuerzo alguno por ocultar el disfrute de verla en esa situación: una princesa caída en desgracia, sin más poder que el de su propia dignidad. Cuando llegaron al pie del estrado, Colton la empujó con una mano firme hacia adelante, obligándola a avanzar unos pasos más hasta que se detuvo frente al rey. El general la presentó con voz dura y clara, que resonó en el silencio del salón. - Majestad, le presento a Leoni de Alcea, quien ha aceptado servir como prenda de paz entre nuestros reinos. Ella ha dejado su hogar y su libertad como prueba de la sumisión de Alcea a su voluntad. Leoni apretó los puños sutilmente al oír las palabras de Colton, pero mantuvo su expresión firme e inalterable, sin mostrar rastro de temor. Alzó la vista, enfrentando al rey con una mirada que, a pesar de su situación, no contenía sumisión, sino una fuerza serena y orgullosa. Los ojos oscuros del rey la observaron detenidamente, evaluándola como si fuera una mercancía, y luego sonrió de manera lasciva, dejando ver unos dientes amarillentos que asomaban entre su barba descuidada. - Ah, la famosa princesa de Alcea - dijo con una voz ronca y despectiva, en la que cada palabra caía como un golpe de barro lleno de burla y desprecio - Había oído de tu belleza, pero debo admitir que las historias eran… modestas. Veo que has sido bien educada, obediente incluso, para venir aquí por tu propia voluntad. Admirable. La risa que siguió a sus palabras fue acompañada por la corte, una risotada que rebotaba de un lado a otro, cargada de desdén. Los nobles parecían disfrutar de la humillación a la que la princesa estaba siendo sometida, como si fuera un entretenimiento que aliviaba su aburrimiento. Leoni sintió la acidez de sus risas, pero se mantuvo inmóvil, sin inmutarse, sin permitirles el placer de ver su incomodidad. - No he venido aquí por obediencia, majestad - replicó Leoni con calma, mirándolo directamente a los ojos - Estoy aquí por mi pueblo, no por temor. No me confunda con sus cortesanas o los vasallos que le besan las manos y los pies. Las palabras cayeron como un jarro de agua fría en la sala. El rey enrojeció de inmediato y la corte guardó silencio. El general Colton la miró con una mezcla de furia y sorpresa, como si no hubiera esperado semejante audacia de una prisionera en su situación. El rey, con el rostro aún más encendido de furia, se inclinó ligeramente hacia adelante, como si no pudiera creer que alguien se atreviera a hablarle así. - ¿Acaso olvidas tu posición, princesa? - respondió el rey con voz amenazante - Aquí no eres más que una garantía. Tu vida depende de mi buena voluntad y te convendría no provocarme. No quiero escuchar más insolencias de ti. La respiración de Leoni se mantuvo controlada, pero sentía su pecho arder con la rabia de ser tratada como un objeto. Sin embargo, sabía que no podía darse el lujo de dejarse llevar por sus emociones. Sus ojos seguían fijos en el rey con la voz fue firme y controlada cuando replicó. - No olvido mi posición, majestad, pero tampoco olvidaré que no soy su esclava. He venido aquí por un acuerdo, no para ser tratada como su posesión. Mi pueblo aún espera mi regreso y mi fuerza y yo seguiré siendo su representante mientras tenga vida. Las palabras provocaron un murmullo incómodo entre los presentes, como si la corte no supiera cómo reaccionar ante una mujer que, incluso en su situación, conservaba su dignidad. El rey, furioso y sintiendo que su autoridad estaba siendo desafiada, se levantó de su trono, avanzando unos pasos hacia Leoni. Sus ojos chispeaban con odio mientras miraba a la joven que se atrevía a plantarle cara. - Entonces escucha bien, princesa - dijo, acercándose lo suficiente para que ella sintiera su aliento cálido y cargado de vino - Aquí serás lo que yo desee que seas y obedecerás mis órdenes si quieres que tu amado imperio de Alcea no sea arrasado por completo. No eres más que una herramienta en mis manos. Haré de ti lo que quiera y no habrá quien te proteja. El tono de su voz era bajo, casi un susurro, pero la amenaza era clara y la violencia latente. Leoni lo miró con determinación, sin retroceder ni un paso, aunque su corazón latía rápido dentro de su pecho. Sabía que el hombre frente a ella era capaz de cumplir sus amenazas y que cualquier provocación adicional podía ser peligrosa. Sin embargo, no permitiría que la doblegara, al menos no en espíritu.
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