No pasaron ni dos días desde aquella conversación cuando, como era de esperarse, el drama volvió a hacerse presente. Estaba en la oficina, revisando unos informes, cuando Blanca, la madre de Alejandro, apareció en mi escritorio con su elegancia impecable y esa mirada crítica que me daba la impresión de que veía a través de mí. —Anny, ¿podemos hablar un momento? —preguntó, aunque claramente no era una solicitud. Dejé lo que estaba haciendo y me levanté. Blanca tenía una presencia que demandaba respeto, y aunque siempre se mostraba cordial, también era intimidante. Sabía que trabajar con ella implicaba lidiar con ciertos desafíos, pero, después de ver de cerca su relación con Alejandro, sospechaba que ella veía a cualquier mujer cerca de su hijo como una amenaza. Me guio hacia una sala de

