Harper lo miró sorprendida. No era el hombre que se había casado con ella a sangre fría. Era otro, más humano, más frágil. Y esa fragilidad la golpeó más que cualquier discurso. —No deberías esforzarte tanto —murmuró, bajando la mirada—. —No es un esfuerzo, Harper. —Liam se acercó, tomándole la mano suavemente—. Es lo único que quiero hacer. Ella sintió el calor de su palma y, por un instante, quiso rendirse a esa cercanía. Pero las palabras de Nicholas aún resonaban en su cabeza. “Cuando tenga que elegir entre ti y la compañía… ¿Estás segura de que vas a ser tú?” Harper apartó la mano con suavidad y se levantó. —Gracias por el té, Liam. Buenas noches. Subió las escaleras sin mirar atrás, dejando a Liam con la taza aún caliente en la mano y el corazón encogido. Esa noche, mientras

