4: Esto no es una farsa

1178 Palabras
23:08 – Dormitorio principal, Residencia Ashford La casa estaba en silencio. Demasiado. Harper se detuvo frente a la puerta del dormitorio con la llave en la mano. Habían discutido por correo si compartirían habitación “por apariencias”, en caso de que alguien del personal hiciera preguntas. Liam había insistido. Harper había accedido, con una sola condición: una cama king, dos lados bien definidos, y cero contacto. Giró la perilla y entró. Él ya estaba allí. De pie junto a la ventana, en camiseta negra y pantalón de pijama gris oscuro, con un vaso de agua en la mano. No era su traje habitual, pero aun así irradiaba control. Ese tipo de presencia que no necesitaba anunciarse para llenar una habitación. Harper se obligó a no mirarlo dos veces. —Buenas noches —dijo, cruzando hacia el vestidor con su bolsa. —¿Todo bien con mi abuela? —preguntó él sin girarse. —Sí. Me adoptó emocionalmente. Lo siento, ahora tienes suegra y abuela a la vez. Liam sonrió apenas. Ese tipo de sonrisa que nadie ve, pero se siente. Harper cerró la puerta del vestidor. Se cambió despacio. Eligió su pijama más cómodo. Algodón blanco, mangas largas, pantalón amplio. Nada revelador. Pero el escote en forma de V, el ajuste suave al cuerpo, el cabello suelto aún húmedo de la ducha… sin querer, Harper estaba perfecta en su vulnerabilidad. Cuando salió, Liam la vio. Y no lo disimuló. Un silencio se extendió entre ellos como un campo de tensión. Él bebió el último trago de agua con un movimiento lento. Medido. —¿Qué? —Nada —dijo él, desviando la mirada—. Solo no sabía que ese pijama tenía… efectos colaterales. Harper lo fulminó con los ojos. Pero se le escapó una sonrisa torcida. —¿Acaso hay una cláusula contra dormir cómoda? —No. Solo contra el autoboicot s****l —murmuró él. Ella se metió en su lado de la cama, sin responder, a pesar de que había escuchado perfectamente lo que este hombre había dicho. Se acomodó con naturalidad. Como si ese fuera su hogar desde siempre. Liam apagó la luz. El cuarto quedó sumido en sombras azuladas, con la ciudad brillando desde la ventana como si los espiara. Minutos de silencio. —¿Tu abuela… siempre fue así de intensa? —preguntó Harper, rompiendo el hielo. —Siempre. Ella crió a mi padre. Y, en cierto modo, también a mí. —Tiene más corazón que toda esta casa junta. —Sí —dijo Liam, desde su lado—. Es lo único que no heredé. Harper se giró para mirarlo, aunque no podía verle el rostro. —No creo que sea verdad. Todos tenemos un corazón, quizás se encuentre lastimado por viejos demonios, pero sigue ahí, guardado porque teme ser lastimado. Él no respondió. Pero esa noche, mientras el silencio se asentaba como una sábana más sobre ellos, Liam supo dos cosas: Ella le estaba desarmando las paredes… y él aún no sabía cómo detenerla. Viernes – 19:37h – Entrada del Hotel Belmond, Manhattan El flash de las cámaras era casi un latido. Liam y Harper bajaron de la limusina bajo la mirada hambrienta de periodistas, influencers y empresarios. La gala benéfica de la Fundación Rowe no era cualquier evento: era el desfile social más importante del invierno neoyorquino. Y esa noche, todos querían ver al nuevo matrimonio Ashford. —Recuerda lo que ensayamos —dijo Liam en voz baja, acercándose a su oído justo antes de bajar del auto. —¿El libreto donde finjo que me casé por amor y tú qué sabes sonreír? Liam contuvo una sonrisa. La detestaba… y la admiraba al mismo tiempo. Ella salió primero. El vestido n***o de escote sutil y espalda descubierta caía sobre su cuerpo como una caricia. Su maquillaje era elegante. Su cabello, suelto y brillante. No parecía una asistente. Ni una esposa improvisada. Parecía una reina. Liam salió tras ella. Le ofreció el brazo. Ella lo tomó. Y los flashes estallaron. Dentro del salón habían muchos cristales, música de cuerdas, copas de champán. Todo era un lujo que Harper aunque había visto en revistas, era la primera vez que lo veía en vivo y a todo color. —Estás llamando demasiado la atención —murmuró Harper. —Eso es lo que queremos, ¿no? —Queremos credibilidad, no que la prensa diga que tú compraste a tu esposa en París. —Aún no decido si habría sido más fácil así. Ella lo fulminó con la mirada… justo cuando se acercó Christian Varela, periodista de la revista The Manhattan Post, y viejo conocido de Liam. —Liam. Qué gusto verte en público… y tan bien acompañado. —Christian —respondió Liam, educadamente—. Te presento a mi esposa, Harper. Christian tomó la mano de ella y la besó, sin apartar los ojos. —Un placer. Muy repentino todo, ¿No? Apenas hace unos meses eras el soltero más cotizado de Manhattan. —El amor a veces es así —dijo Harper con una sonrisa encantadora—. Te golpea sin permiso y no necesita de mucho tiempo para que se sienta o se tenga la certeza de que quieres pasar con esa persona cada día de tu vida. Liam casi se atraganta con el champán. No por la frase, sino por lo bien que lo dijo. Christian los observó unos segundos más. Luego sonrió con cortesía. —Tal vez podamos hacer una entrevista exclusiva para nuestra edición de San Valentín. “Liam Ashford: el CEO que encontró el amor entre reuniones.” Tiene gancho, ¿no? —Hablaremos con nuestro publicista —dijo Liam, cortante. Christian se alejó, pero no sin dejar un destello de suspicacia. Más tarde en un rincón del salón, Liam se encontraba con Harper. Todos murmuraban al ver a la pareja más poderosa del país. —Bien manejado —dijo Liam, mientras la guiaba hacia la terraza, donde no había cámaras. —Tengo años lidiando con ejecutivos egocéntricos. Sé cómo mentir con elegancia. Liam la observó. La luz de los faroles jugaba con su piel. Su perfil era suave. Y su mirada… cansada, pero firme. —¿Te arrepientes? Ella se giró lentamente. —¿De qué? ¿De haber salvado el imperio Ashford a cambio de la salud de mi madre? No. Pero me asusta cuánto estoy aprendiendo a soportar sin romperme. Liam la miró fijamente. No dijo nada. Pero, por primera vez, su mano rozó la de ella. No fue un agarre. No fue un gesto teatral. Fue un impulso. Y ella… no lo apartó. El silencio entre ellos fue más íntimo que cualquier beso falso. Cuando regresaron al auto, no hablaron durante los primeros diez minutos. Cuando la ciudad quedó atrás y la residencia Ashford apareció a lo lejos, Harper rompió el hielo. —Hoy casi te creo. —¿Creer qué? —Que esto no es una farsa. Liam no respondió. Solo la miró. Y por un instante, no supo si quería que ella creyera… o que dejara de fingir también…
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