DETERMINADA

2321 Palabras
NARRA RAYN COLLIVER —¿Qué es lo que ha dicho? —replico, contrariado. Debe de ser una maldita broma o definitivamente yo he escuchado mal, porque dudo que ella se haya atrevido a decir lo que que ha dicho. —¡Lo que ha escuchado! —escupe, envalentonada como nunca antes la había visto actuar. Tiembla de pies a cabeza, estremecida por lo que parece ser una emoción incontrolable—. ¡Es usted un energúmeno! ¡Un completo e insoportable cascarrabias al que ya ya no puedo tolerar ni un segundo más! Un tic en mi ojo, provoca que este me tiemble. La mandíbula me duele a causa de lo mucho que estoy apretando los dientes y los músculos de los brazos se me tensan cuando aprieto las manos en puños. Esto no se lo voy a tolerar. La voy a poner de patitas en la calle y sin goce de salario, ni ningún otro beneficio, para que aprenda que a un jefe jamás se le debe faltar el respeto y que lo único que debe hacer es bajar la cabeza y obedecer. —Y no se tome la molestia en despedirme y correrme de esta empresa. —Se me adelanta, dejándome desconcertado y casi boquiabierto—. ¡Renuncio! —grita con voz salvaje y aguda. —Si sale de esa puerta, tenga seguro que no va a regresar jamás —amenazo, tratando de amedrentarla—. ¡Y no volverá a conseguir un trabajo como este, porque daré las peores referencias sobre usted! Me jode que me haya quitado el gusto de correrla y ponerla en su lugar. —¡Prefiero ir a limpiarle el trasero a algún terrorista, antes que continuar soportando su jodido temperamento! —manifiesta y lanza el iPad empresarial contra mi escritorio, antes de darse la vuelta y marcharse de mi oficina, azotando la puerta con gran estrépito. Rujo de la rabia y me siento tentado de ir tras ella para decirle dos que tres cosas, pero me contengo al ver que los empleados que merodean por la oficina, actuando como los grandes chismosos que son, y para lo único que sirven, están con sus cabezas erguidas y sus cuellos estirados, tratando de no perderse detalle alguno de lo que está pasando. Es que ya me los imagino enviándose mensajes rápidos para que el chisme circule por toda la empresa a la velocidad de la luz. Si así fueran con sus obligaciones en esta empresa, yo ya tendría una maldita empresa transnacional. A través de las paredes de cristal, logro ver cómo la insolente de mi ex asistente toma su bolso y su abrigo del escritorio y se larga, dando zancadas furibundas y sin doblegar ni un poquito en su resolución de abandonar el puesto de trabajo. Con mi respiración errática, el pulso acelerado y una ardiente rabia que no amaina, sino que más bien aumenta a cada segundo que transcurre, gruño y estampo el puño en el escritorio. Que ni crea que mis amenazas fueron dichas solo porque sí. Esto... su insolencia y su falta de respeto, lo va a lamentar en grande cuando no encuentre otro lugar donde trabajar y termine limpiando sanitarios en un restaurante de comida rápida, en el mejor de los casos. *** NARRA CIARA ALLEN Mientras avanzo hacia el ascensor, más que decidida a nunca más poner un pie en este sitio y tener que verle la cara al insufrible de mi jefe; sintiendo que el alma se me dilata y se regocija con el sentimiento de libertad y de triunfo más extraño que he tenido en la vida, porque al fin me he atrevido a escupirle en la cara a mi jefe, todo lo que me hacía sentir, noto de refilón que algunos de mis compañeros aplauden y alzan los pulgares, escondiendo sus manos de los inquisidores y glaciales ojos del señor Colliver. Parece que mi triunfo es su triunfo; que la invisible atadura que había roto con mi atrevimiento, también era de ellos. Más sin embargo, no me tomo ni el tiempo, ni la molestia de detenerme a dar declaraciones de lo ocurrido. Lo único que quiero es salir cuanto antes de este infierno llamado Industrias Colliver y nunca tener que volver a verle el rostro al diablo de mi jefe. No me importa que cumpla sus amenazas y que mi carrera, por la que tanto he luchado y soportado, arda y quede reducida a cenizas a los pies de Rayn Colliver. Prefiero mil veces regresar a Deadwood con el rabo entre las piernas e ir a vender manzanas en mi pueblo o arrear ganado, que tener que soportarlo un segundo más. Todavía temblando por el sentimiento iracundo que me ha dominado, oprimo con fuerza el botón del ascensor para que llegue a este piso y abra sus puertas para salir de aquí. El desgraciado ascensor no se apresura y veo a Becca Jones aproximarse. Seguramente viene a saber todos los detalles de mi desfachatez y a decirme que no entiende cómo es que he decidido renunciar a verle la gloriosa cara al idiota de mi jefe. No tengo tiempo para sus estupideces, así que con insistencia aprieto una y otra vez el botón, hasta que las puertas se abren justo en el momento en que Becca me alcanza. —Ciara, querida —canturrea con su fingido tono dulce—. ¿Es cierto lo que he escuchado? ¿Cómo te has atrevido a...? —¡Vete a la mierda, Becca! —escupo con irritación, mientras entro al ascensor—. ¡Te puedes ir junto con tu querido señor Colliver a la mismísima mierda! —ladro antes de que las puertas se cierren y me roben la imagen de la cara estupefacta y dramáticamente boquiabierta Becca Jones. El ascensor baja y me deja en el primer piso: el de la recepción. Sin amainar mis pasos furibundos, avanzo con rumbo a la salida, pero, a mitad de camino, una voz masculina me detiene. —Hola, señorita Allen —dice. Me giro y me trago el insulto que iba a lanzar contra el idiota que viene a fastidiarme la vida con sus ganas de saciar las ansias de chisme, cuando me encuentro con el rostro amable de Mathias Henderson. Él siempre ha sido demasiado amable conmigo y jamás podría actuar de forma irrespetuosa con él. Lo que daría porque él fuera mi jefe... El jefe y dueño de esta empresa, de hecho. Estoy segura de que bajo su mando, todo sería mucho más llevadero. —Hola, Licenciado Henderson —saludo con un suspiro desalentador—. ¿Supongo que ya se habrá enterado? —¿De qué? —pregunta y por la expresión de su rostro, estoy segura de que en serio ignora lo que parece circula entre los teléfonos de todos los empleados de la empresa. Una mirada rápida a mi alrededor me lo comprueba: todos ya lo saben, pues miran sus móviles y lanzan miradas furtivas y sorprendidas en mi dirección. —Que acabo de renunciar —respondo, alejando mi mirada de los que hace unos minutos eran mis compañeros. —¡¿Cómo?! —exclama impresionado—. ¿Es en serio, Ciara? Digame, que solamente está bromeando, por favor. Suelto un resoplido. —No es así. De verdad lo he hecho. Pensé que ya le habían contado el chisme, pues tal parece, todos están hablando al respecto. Otra vez miro a mi alrededor, pero esta vez de soslayo y el licenciado Henderson me sigue y asiente, al darse cuenta de que algunos murmuran y cotillean al respecto. —¡Venga conmigo! —dice, tomándome del brazo y llevándome fuera del edificio de Industrias Colliver. —¿A dónde vamos, señor Henderson? No quiero que se meta en líos por mi culpa. —Usted no se preocupe por lo que pueda pasar —replica, cruzando la calle para llevarme hacia la cafetería que queda al otro lado—. Y por favor, llámeme Mathias. En el momento en que nos paramos en la acera, se detiene y me mira de una forma tan extraña que me pone nerviosa a más no poder. —Quiero que me trate como su amigo, no como el licenciado Henderson —dice, con voz firme, pero a la vez amable. Con un leve sonrojamiento en mis mejillas, asiento y aparto rápidamente la mirada,sins saber explicar lo que me hace sentir aquella familiaridad y amabilidad con que el licenciado Henderson me trata. Seguimos caminando y llegamos a la cafetería. Nos sentamos en una de las mesas que hay afuera del establecimiento, sobre la acera, y pedimos dos expresos. —Entonces, Ciara, cuéntame, ¿por qué has renunciado? —pregunta. Sus ojos se entrecierran y luego sonríe, franco y amistoso—. Aunque debo de imaginarme el porqué. Has sido la que más tiempo ha soportado el temperamento voluble y difícil de Colliver. —¿Voluble y difícil? —espeto con no poco sarcasmo—. Supongo que trata de hacerle justicia, porque esa descripción se queda bastante corta. El licenciado Henderson ríe divertido y sacude la cabeza, negando. Luego, gira la cabeza hacia la izquierda y mira hacia ningún punto en especial. Su ceño se arruga apenas visiblemente. —Ciara, ¿puedo confesarte algo? —murmura, sin verme. Mi entrecejo se arruga por el desconcierto y la incertidumbre. —Por supuesto —farfullo—. Dígame. Lentamente, gira la cabeza y regresa la vista a mí. Sus ojos verdes se fijan en los míos y me hundo en la profundidad de ellos cuando habla en un susurro bastante claro y firme: —Tú siempre me has gustado. El pulso se me acelera en cuestión de segundos, mis mejillas arden furiosamente y el estómago se me encoge, al igual que siento que me encojo sobre aquella silla de hierro. —Y-yo... —La palabras se me atascan a mitad de camino de la garganta. Mathias Henderson toma mi mano por encima de la mesa y con la mirada más dulce que jamás me han visto, dice: —No tienes que decir nada. Solamente quería que lo supieras, por si decides que nunca más quieres ver a tus viejos y buenos compañeros, aunque yo no me molestaría en absoluto si un día decides darme la oportunidad de aceptar salir conmigo y conocerme. Sin saber qué hacer, qué decir o cómo respirara, al menos, me limito a asentir, aunque es más para salir del paso, que otra cosa. Mathias Henderson, además de ser un hombre bastante amable y empático, se caracteriza por ser bastante apuesto. En mi vida me hubiera imaginado que un hombre tal podría fijarse en mí y yo jamás lo había visto con otros ojos que nos fueran los de una empleada hacia otro jefe: con respeto. —¿No tienes novio o pareja, verdad, Ciara? —No —musito. La sonrisa en su rostro se amplía y asiente. —Bien, pues como ya no tenemos ningún tipo de relación laboral, podemos saltarnos esas barreras y salir a cenar o a donde tú prefieras. ¿Te gustaría? Me encojo de hombros, porque no estoy segura de si realmente me gustaría o no. Lo miro a detalle; contemplo su cabello castaño con algunos reflejos cobrizos a la luz del sol; sus facciones marcadas y masculinas; sus ojos verdes con motas doradas alrededor de la pupila, marcadas por unas pestañas gruesas y oscuras. Su nariz un poco curva, pero que no le sienta mal, sino que resalta lo atractivo de su rostro. Sus hombros anchos y sus brazos, que deben de estar bien formados, pues los músculos resaltan a través de la tela del traje gris hecho a la medida que viste. «¿Por qué no?», me pregunto. Mathias Henderson es guapo, atractivo y amable. Ya no tenemos ningún tipo de relación laboral y no estaríamos rompiendo ninguna regla. —Está bien —respondo—. Acepto salir con usted. Mathias Henderson sonríe y alza mi mano para llevarla a su boca y dejar un casto beso en ella, que me vuelve a poner tan nerviosa como antes estaba. —Te prometo que no te vas a arrepentir y espero que me tutees —dice con encantador tono e voz—. Ya no somos más compañeros de trabajo y puedes tratarme como a tu amigo. ¿Te parece? —De acuerdo —respondo. —¿Te parece si salimos este viernes? Trago saliva y me preocupo, porque aunque faltan varios días para el viernes, a mí me parece que está más próximo de lo que quisiera. Sin embargo, asiento y un par de segundos después, me encuentro intercambiando números de teléfono con Mathias Henderson, para ponernos de acuerdo con la cita del viernes. Cuando me despido de Mathias Henderson con un beso en la mejilla y me alejo con rumbo a mi departamento, el peso de todo lo que ha pasado me cae encima y, solo entonces, soy plenamente consciente de lo que he hecho y puedo analizarlo con más detenimiento. He renunciado a mi trabajo. Ese trabajo que tanto quería y por el que tanto soporté. Es probable que nunca jamás vuelva a tener otra oportunidad como aquella y mis sueños se vean truncados o que me cueste mucho más poder llevarlos a cabo. El panorama era bastante desalentador y me hundí en el asiento del metro que había cogido para llegar a mi dirección. Sin embargo, no estaba dispuesta a rendirme. Como sea, aunque Rayn Colliver pusiera todo el mundo empresarial en mi contra, iba a salir adelante e iba a hacer algo con mi vida, aunque me tocara empezar de cero o aunque me tocara limpiar asquerosos baños en un bar de mala muerte. Rayn Colliver no se iba a salir con la suya y se iba a dar cuenta de que me necesitaba más él a mí, que lo que yo lo necesitaba a él.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR