Capítulo 5

2516 Palabras
Habían cambiado de tema de forma tan precipitada que Jordan tuvo que volver a recular en su mente hasta el momento en que Chastity le había acusado de invitarla por hacerle un favor económico. Ya había intuido que una muchacha que se pasea por Whitechapel con un vestido estropeado no podía acumular una gran fortuna, pero entre eso y no tener un penique en el bolsillo había un abismo, y aunque no se le había pasado por la cabeza en ningún momento aquello por lo que Chastity lo había recriminado, sentía que esos niños hubieran tardado mucho en saborear un buen trozo de carne, al igual que ella. El sol del mediodía calentaba la hierba mientras el peculiar grupo disfrutaba su manjar en la sombra. Dunhaim se había apoyado con la espalda en el tronco de un árbol y descansaba un brazo sobre una rodilla flexionada, mientras que Chastity y los tres chiquillos estaban frente a él. Se percató de que a la señorita Aldrich, que se mostraba tan esquiva, no mostraba el pudor que él había visto en su carruaje. La recordaba rígida contra el asiento, con las manos crispadas sobre la falda y los labios apretados. Ahora sus piernas estaban estiradas, cruzada una sobre otra, y se apoyaba con las dos manos en el suelo, echada hacia atrás. Relajada. Probablemente si supiera que esa posición realzaba su figura, acentuándole el busto, ella se encorvaría o se agazaparía enseguida bajo su vestido. Freddie se había tumbado con la cabeza encima del regazo de su hermana y Charles y Joseph se habían quedado embobados mirando el aleteo de una enorme mariposa que se alejó enseguida que ellos pretendieron atraparla con sus manos diminutas. —¿Sabíais que atrapar una mariposa os condenaría a diez años de mala suerte? —les dijo Jordan. Los dos se quedaron mirándolo negando con la cabeza. Joseph se mostró visiblemente aliviado por no haber podido contenerla. —Así es —continuó Dunhaim—, pero si una vez atrapada, la liberas enseguida, la madre naturaleza te concede el perdón. —¿La madre naturaleza? —la voz del pequeño Charles se dirigió a Chastity, pero fue Jordan quien de nuevo intervino. —Todo lo que ves aquí le pertenece, cada hierbajo, cada trozo de corteza del árbol, cada puñado de tierra. —¿Las mariposas también? —Las mariposas son sus favoritas. —¿Cómo cuando nuestra hermana dice que somos sus personas favoritas en el mundo? —anunció Charles, quién creyó entender lo que el vizconde pretendía explicarle. —Así que sus personas favoritas ¿eh? Vaya, unos niños con suerte. Chastity, quien hasta entonces había prestado gran atención a la conversación, dio un respingo de sorpresa y miró a Jordan inquisitivamente. Él la miró con una sonrisita triunfante, mostrándole cuanto disfrutaba desconcertándola de esa forma. —¿Creéis que yo puedo llegar a ser una de sus personas favoritas? —preguntó a los muchachos destilando toda la inocencia que su voz grave y sus facciones prominentes podían alcanzar. La señorita Aldrich se removió nerviosa, cambiando de posición. Los niños se encogieron de hombros y la miraron, sabiendo que solo ella podía contestar a esa pregunta y mostrándose algo reacios a que alguien obtuviera ese puesto privilegiado también, bendita fuera su ingenuidad. —Cuéntenos algo sobre usted. —dijo entonces ella. —Le aseguro que tengo una vida propia de un anciano retirado de la vida social que dedica las tardes a encajonarse en un sillón contemplando el fuego de la chimenea. —soltó él, pasándoselo en grande. —Vaya, milord, y yo que creía que no tenía más de sesenta años. —soltó ella para molestarlo, pero cada vez estaba más convencida de que con comentarios jocosos y burlas varias no conseguiría irritarlo. Jordan se pasó las manos por el pelo azabache que, a diferencia de la noche en la que se conocieron, ahora estaba a la merced del tiempo cambiante de la campiña, revolviéndosele con el viento ligero que soplaba. Chastity reparó en que ese gesto, ahora, en el ambiente distendido en que estaban, no era tan intimidante; podía llegar a resultar cálido incluso. —¿Qué desea saber, señorita Aldrich? Chastity vio en sus ojos un brillo que alertaban sobre lo poco inocente que en realidad era esa pregunta, aunque suponía que no sería capaz de soltar cualquier barbaridad delante de los niños. —¿Tiene hermanos o hermanas? —soltó entonces, sin más. A Dunhaim le pilló por sorpresa una pregunta tan trivial, y Chastity se sorprendió a su vez cuando descubrió que no se trataba tan solo de una evasiva, realmente le interesaban estos detalles. —Fui la única bendición de mis padres, por llamarlo de alguna forma. —la última parte de la frase fue pronunciada con la voz tan baja que Chastity no estuvo segura sobre si lo había entendido bien. Decidió, por el momento, no preguntar. Sabía lo impertinente que podía llegar a ser y nunca le había importado en demasía, pero no por ello era incapaz de reconocer cuando alguien estaba evitando un tema de conversación. —No debió pelearse por el cuarto de baño. —soltó Charles. A Jordan se le alzaron las comisuras, esos chiquillos le agradaban. —Debió de ser una infancia solitaria. —dijo su hermana. —Se equivoca, he vivido la mejor infancia que un crío pueda desear, no he tenido que competir por la atención de nadie. Chastity arrugó el ceño, nunca había considerado la relación entre hermanos como una competición. Quizá las relaciones familiares entre la nobleza se daban de forma distinta, pero tampoco era algo en lo que pretendiera meterse. Ella intuía que Jordan no pensaba detenidamente las respuestas para sus preguntas, así que desistió de seguir preguntándole por esa línea. Freddie se había dormido sobre las piernas de la joven, quien comenzaba a notar un hormigueo a consecuencia del entumecimiento que estaban sufriendo por el peso del niño. Lo cogió en brazos para acunarlo sobre su regazo al tiempo que cambiaba de posición. El inicio de unas piernas blanquísimas sobresalió de las enaguas. —Dígame, Chastity, ¿pretende casarse? Ella lo miró estupefacta. ¿Y se estaba preocupando por ser impertinente? Imaginaba que ese hombre era lo suficientemente perspicaz como para intuir, ya no solo porque carecía de una alianza en su anular, sino porque había aceptado su invitación, que no estaba casada, pero aun así le pareció fuera de lugar y, algo que la inquietó más aún, ¿qué interés tenía el vizconde en ello? —No sabría decirle. —la pura verdad, no pensaba en casarse, no pensaba en otra cosa que no fuera mantener a su familia. Quizá en algún momento se le había pasado por la cabeza un matrimonio de conveniencia para tener más ingresos en casa y evitar la necesidad de preocuparse por comer al día siguiente, pero aun pensándolo meticulosamente el precio a pagar por ello era demasiado alto, y tampoco le agradaba la idea de convivir con un hombre que aborreciera o, aún peor, sus hermanos aborrecieran. Cada vez se notaba más despreocupada sobre ese tema, y no temía en absoluto el hecho de ser una pobre solterona si eso suponía salvarse de un matrimonio nefasto. Además, un matrimonio conllevaba implícitamente la maternidad y ni estaba preparada ni le agradaba la idea de tener criaturas. Tenía las ideas muy claras al respecto, y sin embargo que fuese él quien le preguntara la ponía nerviosa. ¿La estaría juzgando? —¿Sabe? Yo creo en el matrimonio como en un pacto secreto. Por supuesto que todos y cada uno de los habitantes de Inglaterra tenemos una idea en común de lo que debe ser un buen matrimonio, pero ¿lo que es, en realidad? Es un misterio, mi querida Chastity. Ella fingió que su forma de llamarla no tenía ninguna importancia. Él sabía que sí. —¿Siente usted deseos de casarse? —Por supuesto, cuanto antes mejor. Los que definen el matrimonio como una cárcel no saben de qué están hablando o sus cónyuges no son los suficientemente listos como para darse cuenta del asunto. La mujer que decida ser mi esposa tendrá total libertad para hacer lo que le plazca a cambio de este trato para mí también. No puedo prometer amar a nadie porque eso es algo que no afecta solo a mi voluntad, pero yo no pienso coartar ni limitar a nadie, eso se lo aseguro. —¿Para qué necesita una esposa si está claro que usted quiere la libertad de un soltero? —El marco del matrimonio tiñe lo que hay dentro de una respetabilidad que yo busco. Estoy hastiado de los rumores y los cotilleos que circulan acerca de mí, a cada cual más escandaloso. Quiero que me dejen vivir en paz, eso es todo. ¿Tan sencillo era el motivo que movía a un hombre a desposarse? Chastity sospechaba que había algo más, pero la teoría de Jordan no le pareció descabellada, para quien pudiera permitírselo, claro. Por otro lado, sabía que la vida londinense en la que se codeaban las altas esferas se nutría de los rumores y las habladurías, por lo que quizá sí cobraban importancia en según qué ambientes. —No todos pueden concederse esta satisfacción, milord, le aseguro que más allá del West End hablar de libertades es un lujo que no todos pueden afrontar. —Usted se ve con libertad para elegir no casarse ¿no es cierto? —Puedo permitirme no depender de ningún marido por el momento, si es eso a lo que se refiere. Está claro que a pesar de sus visitas a Whitechapel no tiene ni idea de lo que ocurre allí. Chastity carraspeó, sentía que no debería haber hecho tal sentencia. Él levantó una ceja, curioso, interesado. —¿Y usted sí? —Habla del matrimonio como un juego cuyas reglas puede cambiar a su antojo porque así es como veis las cosas los aristócratas desde vuestros palacios de oro. Os creéis con el poder y la capacidad de moldear y manejar cuanto queráis y como queráis. Despertad, el mundo no os pertenece, aunque os comportéis como tal. Él enarcó una ceja, mirándola, retándola a repetir lo dicho. ¿Uno realmente no era dueño del mundo si se comportaba como si lo fuese? Chastity se había ofuscado, probablemente, más de la cuenta, pero la realidad que el vizconde le estaba describiendo estaba solo al alcance de gente como él. Si ella se casaba, lo más seguro es que debiera atender a sus deberes conyugales como cualquier otra mujer de su vecindario o del pueblo, o de lo contrario se las tendría que ver, ya no solo con el descontento de su marido sino con la presión social de toda la comunidad. No era nada fácil, aunque para alguien como el vizconde el mundo no era más que un lienzo donde él podía trazar lo que le placiera. —Tiene usted toda la razón, mi querida Chastity. —apostilló Jordan, sereno. A diferencia de ella, quien continuamente se estaba peinando con los dedos algún mechón revuelto o arrancaba yerbajos de la tierra, él permanecía bastante impasible y calmado, en la misma postura en la que se había sentado al llegar—. Pero ¿qué quiere que haga? ¿Que renuncie a aquello que quiero porque la mitad de la ciudad en la que vivo no puede conseguirlo? —Por supuesto que no, no quiero decir eso. —bufó—. Sencillamente no critique un estilo de vida porque no se adecue al que busca usted. Nada más. —En realidad —insistió— tan solo le estoy exponiendo mis planes de vida, pero al parecer hay algo en ellos que no termina de agradarles —se acercó más a ella para que los niños no pudieran oírle— ¿Es incapaz de imaginarse a sí misma en esa situación? Jordan no estuvo muy seguro de si había cruzado la raya. Disfrutaba molestándola, eso era un hecho, y ella le había correspondido de maravilla, para su disfrute, pero no la conocía tanto como para tensar tanto la situación. Su reacción no clarificó sus dudas, pero le dejó con la palabra en la boca. No respondió. Hizo despertar a Freddie para que se levantara, y entonces ella se incorporó, poniéndose de pie y limpiándose la falda del vestido. El alto sol del mediodía había empezado a descender y los tres pequeños se atrevieron a salir de debajo de la sombra del árbol para corretear bajo el astro rey. —Yo también necesito un poco de luz. —Puedo acompañarla a dar un paseo. Jordan hizo un ademán de levantarse. —No se moleste, prefiero andar sola. Bajaré hasta el lago y volveré, usted quédese aquí vigilando a mis hermanos. —¿Confía en que estén a salvo conmigo? —¿Confía en que en algún momento dejará de irritarme a propósito? Dejándole con una media sonrisa en la boca al vizconde, Chastity se encaminó colina abajo en busca de aire para aclararse los pensamientos. No podía decir del todo que Jordan fuera insufrible, pues conversar con él no era para nada ningún suplicio, aunque sí la sacaba de quicio o la desconcertaba con gran facilidad. Seguía preguntándose, sin embargo, el porqué de la atención recibida por su parte. Quizá fuera verdad y tan solo pretendiera compensarla, como él mismo había dicho, quizá no había nada más. A pesar de todo, le había dado un respiro, pues llevaba días sin conseguir relajarse una hora entera. Con apenas unos cuantos encargos se le caía la casa encima sin saber qué hacer, puede que tuviera que buscarse la vida en alguna fábrica, aunque eso supusiera dejar a los niños solos. Se arrodilló a la orilla del lago y hundió las manos en el agua helada para luego echársela en la cara. Sea como fuera iba a conseguir salir adelante, era una chica apañada, siempre lo había sido. Podía oír el rumor de las risas de sus hermanos a lo lejos, al parecer le había caído bien a los tres, aunque nunca habían sido reacios a los desconocidos. Cuando volvió se encontró con que Joseph se había subido a la espalda del vizconde quien, cargado con el chiquillo, intentaba huir de Charles y Freddie que lo perseguían alrededor del prado. Jordan se había quitado la chaqueta, tenía el cuello de la camisa arrugado y el pañuelo se había desprendido de su lazada. De esa forma y con el pelo alborotado, de pronto Jordan se había convertido en un muchacho cualquiera del pueblo con quien habría acostumbrado a pasar las tardes -aunque mucho mejor vestido, por supuesto-. La dura expresión que lo caracterizaba había desaparecido, las facciones marcadas no resultaban amenazadoras o intimidantes y sus ojos oscuros miraban a los chiquillos con un brillo genuino. Mentiría si dijera que ese lord, de gustos refinados e ideas particulares, no se lo estaba pasando en grande con sus tres hermanos. Y mentiría también si no reconociera que esa imagen le parecía de lo más tierna y dulce.
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