CAPÍTULO UNO

2478 Palabras
CAPÍTULO UNO Ella Dark estaba sentada en el suelo de su apartamento, y tenía un montón de papelerío por todas partes. Comprobó su teléfono. Un mensaje de Mark. «Te recojo en 10 minutos», seguido de varias «XX» simbolizando besos. Ella miró la hora. Las siete y media de la mañana. Se había despertado dos horas antes porque tuvo un sueño extraño en el que cantaba para un auditorio repleto de gente con una orquesta; pero cuando se dio la vuelta, los músicos no tenían cara. Esperaba que solo fuera su imaginación tomándose libertades y no una manifestación metafórica de sus pensamientos. Estaba lista para marcharse, pero antes de hacerlo, tenía que hacer un hueco en el papelerío. Hacía dos semanas, había detenido al asesino que era trabajador s****l en Baltimore tras una agotadora batalla. Había sido ella la que lo había atrapado físicamente, pero había sido un esfuerzo de equipo entre ella, la agente Mia Ripley y el agente Mark Balzano para que todo pudiera salir bien. Las heridas empezaban a cicatrizar, al menos las físicas. Había sufrido algunas lesiones, pero los médicos del FBI la habían curado. Sin embargo, las heridas mentales seguían siendo un abismo ineludible que parecía ensancharse día a día. La agente Ripley había descubierto el engaño de Ella. Ella había estado conversando con el asesino en serie encarcelado Tobias Campbell, algo que se había esforzado en ocultarle a su compañera, dada la historia que Ripley tenía con él. Ripley había sido la encargada de atrapar a Campbell quince años antes, pero lo hizo llevándose algunos traumas. Ella se lo había ocultado a su compañera por temor a su reacción, y Ripley había reaccionado exactamente como Ella esperaba cuando finalmente se enteró. Incluso peor. Pero, aunque Ella aún llamaba a Ripley como su compañera en sus propios pensamientos, el término más apropiado era excompañera. Ripley le dijo a Ella que ya no podían ser un equipo. Las últimas palabras de Ripley a Ella antes de largarse enojada fueron que iba a solicitar un nuevo aprendiz. Hasta ahora, Ella no sabía si Ripley había cumplido con su solicitud. Hacía dos semanas que no la veía ni hablaba con ella, pero no era porque Ella no lo hubiera intentado. Le había enviado mensajes de texto, la había llamado y había intentado encontrarla en las oficinas del FBI sin éxito. Lo único que Ella quería era disculparse, aunque las palabras no podían transmitir lo tonta que se sentía. Su carrera en el trabajo de campo podría haber llegado a su fin, y aunque odiaba ese hecho, era lo que se merecía. No solo había actuado a espaldas de su compañera, la misma mujer que le había salvado la vida varias veces en los últimos seis meses, sino que era ridículo pensar que podía reunirse con uno de los criminales más conocidos del país y mantenerlo en secreto. Había sido el propio Campbell quien le había revelado los detalles a Ripley. Le había enviado una carta en la que le explicaba todo. Ella se había expuesto a un depredador humano y él había actuado exactamente como era de esperarse. La culpa era únicamente de ella. Y no eran solo los comentarios escritos de Campbell los que la atormentaban día y noche. Era el propio Campbell, al menos por representación. Campbell era una araña en el centro de una gigantesca telaraña, tenía contactos en todo el país y posiblemente en otros lugares. Sus discípulos la vigilaban, observaban todos sus movimientos y dejaban animales muertos en su puerta. Cada vez que Ella salía de casa, desconfiaba muchísimo de cualquier persona que se cruzara con ella, de cualquier desconocido que entablara una conversación intrascendente, de cualquier repartidor de folletos que invadiera descaradamente su espacio. Cualquiera de ellos podía ser un discípulo de Campbell, y un día, uno de ellos lo sería. Su último motivo de preocupación era el de su difunto padre. Hacía veinticinco años, había encontrado a su padre muerto en su cama y nunca se había descubierto al autor. Hacía dos semanas, había localizado a un hombre llamado Richie Cunningham, que, según sus fuentes, era un viejo enemigo de su padre. Richie negó cualquier implicación en el asesinato de su padre, pero le dijo a Ella que su padre tenía graves problemas de dinero. Le debía a la gente equivocada, supuestamente. Era la primera vez que Ella oía algo así, pero iba a investigar más a fondo. Los montones de papeles que estaban a su lado eran las pertenencias de su padre. Facturas, recibos, cartas. Si ahí había algo que rasgara algo de la superficie de la verdad, ella lo encontraría. Pero no era fácil concentrarse, al menos no con la gran cantidad de problemas que la agobiaban. Ya se le hacía tarde, pero aún tenía que revisar el papelerío de 1993 a 1995. Se tomó un par de tragos de whisky con lima para mantener el cansancio a raya, un truco que le enseñó su excompañera. La lima era para aumentar los niveles de concentración, y el whisky porque era whisky. Recogió el siguiente montón y lo hojeó en busca de algún documento discriminatorio, algo que no siguiera el formato habitual de un saludo desalmado, una petición de dinero, una autorización informal. Los bordes del papel se volvieron borrosos a medida que el cansancio se apoderaba de ella, pero entonces se le cayó de las manos la mitad inferior de la pila. Ella miró el papel amarillento que estaba en la parte superior de la pila. Era de un tamaño diferente al resto. No era un papel de tamaño estándar, ni tenía un membrete estándar. Y estaba completamente escrito a mano. Parte de la tinta se había desvanecido con el tiempo, pero el contenido era legible en su mayor parte. «Ken, considera esto como tu recibo de dinero prestado. Debe ser devuelto en su totalidad, con el diez por ciento de interés antes del 25/05/95. OWA». Ella casi dejó caer el resto del papelerío cuando vio la fecha. Cinco días antes de que su padre fuera asesinado. Le temblaron las manos al intentar recogerlo, pero entonces se le activó el instinto de detective. Lo recogió suavemente por la esquina, lo sostuvo y escudriñó cada centímetro. Estaba escrito con tinta negra, solo tenía unas pocas frases en el anverso y nada en el reverso. Si esto había permanecido entre estos papeles durante dos décadas, era posible que las huellas dactilares del creador aún estuvieran en alguna parte. Pero ¿qué era esto? ¿Una especie de recibo? ¿Y uno escrito a mano? Ningún establecimiento de renombre utilizaría un papel tan irregular, así que ¿se trataba de algún tipo de transacción clandestina? ¿Y por qué no se mencionaba el importe? Ella hojeó rápidamente el resto de los papeles para ver si encontraba algún documento similar. Ninguno. Nada que se pareciera a este. Era un documento único. Algo no estaba bien con eso. Y la mayor pregunta era: ¿quién era «OWA»? ¿Las iniciales de alguien? ¿El nombre de una organización? Tenía que investigar. Metió el documento en una carpeta de plástico para mantenerlo a salvo y lo guardó. Ya era lunes, y eso significaba que debía volver a la vida en la oficina, al mundo de la Inteligencia. Pero en cualquier segundo que tuviera libre, pensaba buscar a Mia y deshacerse en disculpas. Ya habían pasado dos semanas, y seguramente Mia no podía estar enfadada con ella para siempre. El teléfono de Ella volvió a sonar. «¡Estoy afuera! x». Ella se apresuró hacia la puerta y dejó atrás sus montones de archivos. Desde que se habían conocido, Mark Balzano le había caído muy bien. Una cita se convirtió en dos, y dos en una relación casual. Por el momento, no estaba desesperada por hacer las cosas oficiales, al menos no aún, porque esas cosas surgen con el tiempo. No era de las que se precipitaba a meterse en una relación, especialmente con alguien con quien trabajaba, aunque tales circunstancias eran una nueva aventura para ella. Fuera de su complejo de apartamentos, la primavera estaba en pleno apogeo, pero las agradables temperaturas y la moderada luz del sol no contribuían a calmar sus preocupaciones. El coche de Mark la esperaba en la puerta. Ella se subió y saludó a Mark con un beso en los labios. —Llegas temprano —le dijo—. La puntualidad es una cualidad muy atractiva en un hombre. —Cinco minutos antes de lo previsto. Justo a tiempo —dijo Mark. Mark era un agente experimentado, pero actualmente estaba de baja por una lesión. Por el momento, le habían asignado un trabajo administrativo, aunque eso no le impidió ayudar a Ella en el campo cuando lo necesitó la última vez. Ahora él vestía su chaqueta del FBI y se había recogido el pelo en una cola de caballo. Era una decisión audaz, pero le quedaba bien. —¿Cómo lo llevas? —preguntó—. ¿Has encontrado algo en las cosas de tu padre? Le gustaba Mark porque la entendía. Tenían los mismos criterios y filosofías a la hora de salvar vidas y hacer justicia, y tampoco estaba mal que tuviera una mandíbula escultural para poder admirar durante horas. Solo había un aspecto que la preocupaba. Salieron por la calle principal hacia la autopista. La sede del FBI estaba a cuarenta y cinco minutos, lo que se duplicaban en hora pico. —Muchas cosas eran inútiles, pero encontré una cosa. Una especie de recibo. —¿Un recibo? ¿De qué? —No lo sé exactamente —dijo Ella—. Estaba escrito a mano y solo mencionaba «dinero prestado». Mark bajó el volumen de la radio. —Podría ser cualquier cosa. Podría ser un amigo suyo que se estuviera haciendo el quisquilloso después de prestarle diez dólares. O podría ser una broma. Ella lo consideró. —Supongo que sí. Pero, ¿por qué lo guardaría? —¿Razones sentimentales? No lo sé. Solo estoy adivinando. Pero ciertamente vale la pena investigarlo. —Totalmente. Primero voy a intentar buscar huellas. Si no encuentran nada, entonces trataré de comparar la escritura. Y si aún no hay nada… Mark frenó de golpe cuando otro vehículo se cruzó delante de ellos. Ella se agarró al reposabrazos cuando el coche redujo bruscamente la velocidad hasta casi detenerse. Se preparó, ya que preveía una reacción por parte de Mark. —Maldita sea. Por poco —dijo él. Ella esperó un segundo a que pasara el momento. Si había algo que no entendía de Mark, era su carácter. En su primera cita, Mark había increpado a un cliente del restaurante por haber estado a punto de volcar su bebida. Un inconveniente menor, pero que Mark exageró hasta alcanzar proporciones descomunales. Ella le quitó importancia como algo de una sola vez y Mark se disculpó profusamente, pero desde entonces estaba en alerta con él. En las últimas dos semanas, él había estado bien, pero la preocupación seguía presente. —Conductores del lunes —dijo Ella—. Típico. —Corriendo al trabajo para sentarse en un cubículo durante ocho horas. Ella se encogió de hombros. —Puede ser. Aunque podría ser médico o algo así. —Lo dudo. Era una mujer. Ella se rascó la cabeza. ¿Un intento de humor poco acertado? —Eso es un poco… —Es una broma —interrumpió Mark—. Estoy bromeando. Solo trato de distender el ánimo. Estoy un poco preocupado por ti. Con todos tus problemas recientes. Ella se pensó en una serie de respuestas, y se quedó frustrada. Era demasiado pronto para esto. —Estoy bien. Solo necesito tiempo para procesar todo, pero aprecio la preocupación. Se movieron hasta entrar en la autopista. Parecía despejada durante unos cuantos kilómetros, pero sin duda el tráfico empezaría a acercarse a la ciudad. —¿Qué vas a hacer a partir de ahora? —preguntó Mark—. Sigues trabajando en el campo de vez en cuando, ¿verdad? —Lo mismo que las dos últimas semanas. Trabajaré en Inteligencia hasta que el director me llame. Si es que me llama. No me ha dicho una palabra desde que Ripley me abandonó. Estoy empezando a pensar que mis días de agente especial han quedado atrás. —Te retiras en menos de un año, ¿no? Has durado más que algunos. Ella miró los edificios que pasaban. Paisajes familiares que había visto miles de veces, pero que le proporcionaban un consuelo indescriptible. —Quiero hacerlo mucho más tiempo. Trabajar detrás de un escritorio no es lo mismo que estar ahí fuera. Mark bajó la ventanilla y apoyó el codo en el espacio, mantenía la otra mano en el volante. —Ni me lo digas. Uno siente que está marcando la diferencia cuando está en el medio de la acción, ¿no es así? —Cien por cien —suspiró Ella—. Ahora solo siento que estoy esperando. Esperando malas noticias, o algo peor. Es una porquería. —Si quieres ayudarme, puedo hacer una solicitud. Puedes estar un poco más cerca de la acción, pero manteniendo la distancia. Como si fueras a mirar el escaparate. Ella lo pensó por un segundo, pero no le gustó la idea. Estaba mejor donde sabía que tenía un trabajo. —Gracias por la oferta, pero no creo que funcione. Al menos sé lo que hago en Inteligencia. Bueno, creo que lo sé. Todo ha sido un poco confuso últimamente. —No te preocupes. Las cosas se arreglarán. —Mark se inclinó hacia ella y le acarició el muslo—. El director es un hombre ocupado. Tiene a los gobernadores encima, a los políticos, a los peces gordos del gobierno. ¿Crees que tiene tiempo para una don nadie como tú? Ella miró a Mark. Lo miró con los ojos entrecerrados y se encontró con los suyos. Él sonrió. —Es una broma. Vamos. Ya sabes lo que quiero decir. Ella sacudió la cabeza y se rio. —Con un sentido del humor así, estás perdiendo el tiempo en la oficina. Mark asintió. —¿Crees que sería un buen comediante? El teléfono de Ella sonó en su bolsillo. Lo sacó. —Estaba pensando más en director de funeraria. —Se quedó mirando la notificación, se transportó de repente a otro plano de la existencia. Se le detuvo el corazón por un segundo. Mark se dio cuenta de su cambio. —¿Problemas? —preguntó. Ella escuchó sus palabras, pero no las registró. Se le sucedían los pensamientos a gran velocidad y tuvo que bajar la ventanilla para que el aire fresco le despejara la mente. —Resulta que no está demasiado ocupado para una don nadie como yo. —¿El director te busca? Ella leyó el mensaje en voz alta. «Ven a mi despacho inmediatamente. Tenemos que tener una charla».
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