Manhattan
6 años atrás…
Camino por el club nocturno con el retumbar de mis tacones sobre el suelo acompasando los latidos frenéticos en mi pecho. Aprieto el celular en mis manos temblorosas, sintiendo cómo la piel se me eriza. No sé si es por el alcohol en mi sistema o porque acabo de recibir un mensaje de mi mejor amiga diciéndome que mi prometido está con alguien más en este lugar.
Mi corazón late desbocado mientras me dirijo al sitio que me indicó. Mi mente, en un desesperado intento de aferrarse a la esperanza, me susurra que tal vez todo esto sea una fiesta sorpresa de despedida de soltera. Tal vez al otro lado de esa puerta haya globos gigantes de berenjenas, strippers sexys vestidos de vaqueros o bomberos y objetos de formas fálicas de todos los tamaños. No…no algo que me rompa en miles de pedazos, en fragmentos imposibles de recomponer.
Llego a la puerta del pasillo con pequeños espacios privados y coloco la mano en la perilla. Dios, realmente estoy temblando. Mi respiración se descontrola mientras mis dedos sudorosos aprietan el frío metal. Finalmente, abro la puerta.
Y allí está ella. Lily Fox. Mi mejor amiga. O al menos, la mujer que creía que lo era. Y está encima de él. De mi prometido. Sus labios pegados a los de él, besándose con una pasión cruda y descarada, completamente ajenos a mi presencia. La escena me golpea como un puñetazo en el estómago, me deja sin aire, sin voz.
El ardor en mis ojos se vuelve insoportable, la cabeza me hierve, y el alcohol en mi sistema se alborota, mezclándose con la traición como un cóctel explosivo.
―¡Víctor West! ―grito con un desgarramiento visceral, sintiendo cómo mi garganta se desgarra.
El tiempo parece detenerse cuando ellos finalmente se separan y me miran. Pero no hay culpa en sus ojos, ni siquiera sorpresa. Solo indiferencia. Eso duele más. Lily, con una burla descarada, se limpia las comisuras de los labios, su labial manchado es la prueba del delito. Y Víctor…él se limita a acomodarse la erección en el pantalón con una calma que me revuelve el estómago.
Mi respiración se agita, las lágrimas nublan mi visión.
―¿Qué es…esto? ―balbuceo, mi voz temblorosa por la incredulidad―. ¡¿Qué mierda es esto?! ―El grito me desgarra el alma.
Víctor suspira, su rostro permanece impasible mientras canturrea mi nombre con una serenidad exasperante.
―Mirabella, Mirabella… Ya era cuestión de tiempo que lo supieras. En realidad, pensaba dejarte en el altar. Me ahorraste todo el espectáculo. ―Se encoge de hombros, como si todo esto no significara absolutamente nada.
El suelo bajo mis pies parece resquebrajarse.
―¿Qué…? ―Escupo la palabra, sintiendo cómo mi mundo se desmorona.
―Sí. No me voy a casar contigo. Nunca planeé hacerlo ―añade con una sonrisa socarrona―. Tampoco iba a esperar hasta el matrimonio para tener sexo. Sabía que hacerlo con una virgen como tú sería demasiado aburrido. Ni siquiera cuando te propuse matrimonio quisiste acostarte conmigo. Pensé que cambiarías de idea, pero ya ves… ―Su expresión se retuerce en una burla cruel―. No llores, qué incómodo.
Las lágrimas resbalan por mis mejillas sin permiso. Siento una presión en el pecho, como si algo dentro de mí se hiciera añicos.
―Pensé que tú y yo…
―¿Nos amábamos? ―Me interrumpe con una risa sarcástica―. No, Mirabella. Eres demasiado inocente, tonta y fácil de estafar.
Sus palabras son dagas que se hunden en lo más profundo de mi ser.
―Le pedí a mi padre que invirtiera millones en tu empresa ―gruño entre dientes, sintiendo cómo la ira comienza a aflorar, mezclándose con el dolor.
Víctor se encoge de hombros con desinterés.
―Lily Fox me consiguió una mejor oferta con su familia ―dice, como si fuera la cosa más natural del mundo.
Ella se levanta, se aferra a su brazo y lo besa, mirándome con una sonrisa de satisfacción maliciosa. Sus ojos relucen con triunfo.
―Él quería a una mujer de verdad, y yo soy esa. ―Se burla, su voz impregnada de veneno―. Supéralo, virgen. Tengo al chico y la fortuna.
Víctor le sostiene la mano y la mira con una sonrisa, acariciándole la mejilla como si ella fuera su mayor tesoro.
―Ella es mi lunita ―dice con dulzura repugnante.
Las náuseas se me suben por la garganta, pero no les daré el placer de verme derrumbarme. Paso una mano brusca por mis mejillas, barriendo las lágrimas. No lloraré por ellos. No valen la pena.
―Es una zorra. Como su apellido lo dice ―espeto con veneno. Lily me mira ofendida, pero no me importa.
Les doy la espalda con el orgullo remendado por los jirones de mi dignidad y camino de regreso a la entrada del club. La música es ensordecedora, el aire espeso y lleno de risas ajenas a mi tragedia. Mis tacones zigzaguean mientras me robo una botella de champán del área VIP y bebo sin control. El líquido burbujeante se desliza por mi garganta en un intento desesperado de anestesiarme.
Pero no hay suficiente alcohol en este lugar para borrar el dolor que me carcome el alma.
―¡Maldito infeliz! ―Exclamo a la nada, furiosa, decepcionada, traicionada.
Camino tambaleante hasta la barra y dejo la botella vacía con un golpe seco sobre la superficie. Mis dedos se aferran al borde mientras trato de recuperar el aliento.
―¿Qué edad tienes? ―Pregunta el hombre detrás de la barra antes de siquiera considerar darme otro trago.
Levanto la mirada con los ojos nublados por el alcohol y la rabia.
―La edad suficiente para comprometerme, para que mi prometido me engañe con mi mejor amiga, para verlos casi follar frente a mis ojos. ¿Te es suficiente? ―Sueno mordaz, áspera.
―No. ―responde sin inmutarse, deslizando una botella de agua sin gas frente a mí.
Ruedo los ojos y resoplo, tomando la botella sin ganas. Un escalofrío recorre mi espalda mientras intento tragar la humillación junto con el agua. Entonces lo veo.
Un hombre está sentado en la barra, tamborileando los dedos contra la madera mientras espera que rellenen su vaso con whisky. Destaca entre la multitud, y no solo por su postura relajada, sino porque lleva un sombrero de vaquero en pleno club nocturno de la ciudad. Parpadeo, intentando aclarar mi mente nublada. Seguramente es un stripper. Sí, lo es. Tiene que serlo.
―Oye, tú ―Lo llamo, sin pensarlo demasiado.
Se gira hacia mí, y en el instante en que su mirada choca con la mía, el aire me abandona los pulmones. Ojos verdes, intensos, desbordantes de una fuerza indescifrable. Mi jadeo es involuntario. Es jodidamente atractivo. Sexy de una manera insultante. Solo mirarlo me provoca algo desconocido, una sensación ardiente entre mis piernas que nunca sentí con Víctor.
―Dios, qué guapo, hasta duele verte ―murmuro, completamente embelesada.
El hombre frunce el ceño, claramente confundido.
―¿Nos conocemos? ―Arquea una ceja. Su voz es rasposa, gruesa, cargada de un magnetismo brutal que me hace juntar las piernas en un reflejo inconsciente.
―No.
―No te voy a conseguir un trago ―advierte tajante.
―No quiero un trago ―susurro, y sin pensarlo, sin razonar, me abalanzo sobre él.
Mis manos se aferran al cuello de su camisa, tirando de él con desesperación. Sus labios están a un suspiro de los míos, y lo que sale de mi boca es una súplica febril, sin filtros, sin límites:
―Quiero que me folles, vaquero.
No le doy oportunidad de responder. Lo beso con hambre, con deseo crudo. Sus labios, firmes y ardientes, se tensan contra los míos un instante antes de que ceda, antes de que su boca me devore con la misma pasión que me consume. Sabe a whisky costoso y a peligro, a algo desconocido y devastador.
Dientes, lenguas, una combustión imparable. El calor entre nosotros estalla, devorándonos, arrastrándonos a un abismo de deseo imparable. Mis pulsaciones explotan, el licor y la adrenalina gobiernan cada uno de mis impulsos.
**
Entramos tambaleándonos a uno de los privados, sin despegar nuestros labios, devorándonos con una urgencia que roza la desesperación. Sus manos, grandes y ásperas, recorren mi cuerpo sin titubeos, queriendo arrancar el vestido que se aferra a mi piel. Sus palmas calientes aprietan mis pechos con avidez, arrancándome un gemido que se ahoga entre sus labios.
Lo empujo con fuerza contra el sillón, sus piernas se abren y yo me subo sobre su regazo sin dudarlo, alzando al mismo tiempo la falda de mi vestido, exponiendo mis muslos temblorosos. Sus ojos verdes me devoran con una intensidad feroz, una sombra oscura en su mirada mientras maldice entre dientes, con el ceño fruncido como si estuviera perdiendo el control.
―Estoy muy ebrio ―gruñe, su voz ronca y cargada de deseo reprimido.
―Yo igual ―murmuro sin un atisbo de duda, sin importarme nada más que el fuego que nos consume en este momento.
Su erección, dura y palpitante, presiona contra mi centro y un estremecimiento placentero se desliza por mi columna. Muevo mis caderas, buscando más fricción, más contacto, más de él. Un gruñido grave escapa de su garganta mientras sus dedos se clavan en mi piel, sosteniéndome con una fuerza que me hace arder.
Entonces, con un solo tirón, la tanga deja de existir. El sonido del encaje rasgándose me roba un jadeo de sorpresa y anticipación. Su boca se apodera de la mía con más vehemencia, con hambre feroz, como si quisiera devorarme entera. Su lengua se enreda con la mía, dominándome, reclamándome. Su tacto enciende cada fibra de mi ser, derritiéndome, convirtiéndome en lava bajo sus dedos.
Nunca había sido besada así. Nunca había sido tocada de esta manera tan voraz, tan intensa. Mi piel arde, mis sentidos se embriagan de él. Esto no parece real. Esto se siente como un sueño febril del que no quiero despertar.
**
Lo miro dormido en el suelo, rodeado del desastre que hemos dejado en el privado. Su pecho sube y baja con respiraciones pesadas, su cuerpo desparramado como si hubiera caído rendido en medio del caos. Mi cabeza da vueltas, mi cuerpo duele en lugares que nunca antes habían sido explorados. Un escalofrío me recorre al darme cuenta de lo que acaba de pasar.
Me levanto con torpeza, acomodándome el vestido arrugado, buscando en vano mi tanga. No la encuentro. Suspiro y agarro mi pequeño bolso de mano, sacando unos billetes que dejo sobre su pecho desnudo. Con el lápiz labial escribo una nota rápida en una servilleta y la dejo a su lado.
¿De verdad me acosté por primera vez con un hombre y fue con un stripper?
El pensamiento rebota en mi cabeza mientras tambaleo fuera del privado, con los tacones en la mano, descalza y aún ebria. Todo lo que quiero es largarme de aquí antes de que el arrepentimiento me alcance.
Apenas cruzo la salida del club, una ola de náuseas me golpea. Me inclino sobre una de las macetas y vomito, apretando los ojos con fuerza mientras intento recomponerme. Me limpio con el antebrazo, sintiéndome como un desastre ambulante.
―Señorita Winter ―La voz de Jean, mi chofer, resuena como un eco lejano.
Levanto la cabeza con una sonrisa borracha y tambaleante.
―¡Jean! ¡Qué bueno verte! ―chillo, abrazándolo sin previo aviso.
Sin esperar respuesta, me subo al auto de un salto y dejo caer la cabeza contra el respaldo.
―Vamos por una hamburguesa con queso ―anuncio con una seguridad absurda―. Y tú pagarás. Me quedé sin efectivo. El vaquero se llevó una buena propina.
Jean me lanza una mirada incrédula a través del retrovisor.
―¿Vaquero? ―Pregunta, pero yo ya no lo escucho.
El mundo se vuelve n***o cuando mi cuerpo se rinde y me desmayo en el asiento trasero.
**
POV Atlas Baxter
Suelto un gruñido bajo cuando una punzada tormentosa me atraviesa las sienes, como si un martillo estuviera golpeando mi cráneo desde adentro.
―Mierda ―farfullo con la voz áspera mientras me incorporo lentamente. Abro los ojos, pestañeo varias veces tratando de enfocarme y miro a mi alrededor. ¿Dónde carajos estoy?
El privado parece un campo de batalla. Un sillón está destrozado, la mesa de centro volcada y hay prendas dispersas por el suelo. Me muevo y el roce de la piel contra el suelo me hace darme cuenta de algo más perturbador: estoy completamente desnudo. Solo mi sombrero cubre mi entrepierna.
―¿A quién demonios me he follado? ―murmuro, pasándome una mano por la cara mientras el eco de la resaca retumba en mi cabeza. Maldición, no debí beber tanto.
Suelto un resoplido y bajo la mirada. En mi pecho hay varios billetes de alta denominación y, junto a ellos, una servilleta con algo escrito en lo que parece ser…¿Labial?
Un mal presentimiento se instala en mi estómago. Me reviso el abdomen rápidamente, buscando alguna cicatriz que indique que me han robado un riñón o algo peor. Solo cuando confirmo que todo sigue en su sitio, exhalo un suspiro de alivio, sintiéndome como un completo idiota.
Frunzo el ceño al leer la nota.
"Gracias por el sexo, vaquero. Estuvo muy bien, tu polla es perfecta y eres muy guapo. No sé cuánto sueles cobrar, pero esto es lo que tenía. Si quieres, escribe aquí tu número y te envío más. Besitos y abrazos."
Parpadeo. Luego vuelvo a leer, como si mis ojos estuvieran jugando una broma cruel.
―¡¿Pero qué demonios?! ―Exclamo, sintiendo que la sangre se me sube a la cabeza.
Agito la servilleta frente a mí, incrédulo.
―¡No soy un prostituto! ―bramo a la nada, como si eso pudiera corregir el malentendido.
Luego frunzo el ceño aún más.
―Además, ¿cómo pretende esta chica ver mi número si ya se largó?
Me paso una mano por el cabello despeinado, intentando recordar algún maldito detalle de la noche anterior. Todo está en blanco, excepto por fragmentos borrosos de un cuerpo cálido sobre el mío, de labios suaves y jadeos entrecortados.
―Maldición, ¿qué carajos has hecho, Atlas Baxter? ―Murmuro para mí mismo, aun completamente desconcertado sobre quién diablos me acaba de confundir con un acompañante s****l.
*****
✔️Madre soltera
✔️Vaquero / Cantante
✔️Encuentro de una noche con un desconocido
✔️Embarazo sorpresivo
✔️Deshonor familiar
✔️Superación
✔️Contenido +18
✔️Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT)
✔️Drama
✔️Romance vainilla / Comedia romántica
✔️Amor destinado
✔️Mucho spicy
Espero te atrape mucho esta historia emotiva, llena de amor, romance que hace suspirar y querer un vaquero sexy algo gruñón. 🧡🧡🧡 Agrega a tu biblioteca y comenta cuánto la quieres leer 🧡🧡