Manejo el auto con velocidad precavida, aunque la tensión en mis hombros me traiciona. El peso de la situación me hace presionar el volante con más fuerza de la necesaria, y mi mirada viaja cada tanto al retrovisor, observándola. Su cuerpo sigue inconsciente, tendido en los asientos traseros. La piel clara, los labios entreabiertos y una quietud que no debería provocarme nada…pero lo hace. Mi ceño se arruga con fuerza y aparto la mirada soltando un bufido, negando con la cabeza.
¿Quién demonios es esta chica?
Sigo la ruta marcada por el GPS que Julieta me envió. Ella se está encargando de todo lo legal, moviendo hilos con la eficacia que siempre la ha caracterizado para evitar que esto se vuelva un espectáculo mediático. Aunque mi nombre hace tiempo que dejó de sonar en los titulares, basta con una chispa para encender el incendio. Y ella…esta rubia parece una chispa peligrosa.
Llegamos al hospital. Me estaciono de forma brusca pero precisa. Salgo del auto y rodeo hacia la puerta trasera, tomándome un segundo para mirarla de nuevo. Respiro hondo, como si intentara expulsar toda la confusión por mis pulmones antes de abrir la puerta y cargarla entre mis brazos. El dulce perfume de su piel me alcanza de inmediato, y lucho contra el impulso de hundir mi rostro en su cuello, contra ese instinto estúpido que se despierta sin permiso. No puedo parecer un maldito pervertido, joder.
Los enfermeros notan mi llegada y se apresuran con una camilla. La recuesto con cuidado, casi con reverencia, aunque no entiendo por qué. Aún siento el calor de su cuerpo en mis brazos, y algo de su esencia se ha impregnado en mi camisa y en mi cabeza.
―¿Qué le sucedió? ―pregunta uno de ellos, sacándome del trance. Aclaro la garganta, intentando centrarme. Concéntrate, Atlas.
―No lo sé…se desplomó justo frente a mi auto.
―¿La atropelló?
―¡No! Por supuesto que no ―respondo con molestia, quizás más brusco de lo necesario.
―¿Cómo se llama? La llevaremos a examinar.
Bajo la mirada al bolso que aún tengo en la mano. Viejo, gastado, con las costuras deshilachadas. Lo abro y rebusco hasta encontrar una billetera. Saco su identificación, y justo antes de entregarla, mis ojos se detienen en el nombre impreso: Mirabella Winter.
Un nombre tan suave como su rostro…me detengo por un segundo, notando que dentro de su billetera apenas hay billetes y no tiene ninguna tarjeta de crédito. Mi ceño se frunce más. ¿Quién es ella realmente? ¿Qué hace una mujer tan hermosa, tan furiosa, y tan vulnerable corriendo por la ciudad sin un centavo?
―Puede tomar asiento en la sala de espera. ―Me dice el enfermero, rompiendo mis pensamientos.
―No, yo…
―Tome asiento ―insiste con tono firme, como si supiera que no hay espacio para discusión.
No me queda más opción. Lanzo mi cuerpo contra el asiento junto a otras personas, exhalando el aire como si fuera fuego. Paso una mano por mi rostro con frustración. ¿Y si realmente la maté? Mierda…¿y si sí?
Mi cabeza se llena de pensamientos oscuros. Comienzo a cuestionarme qué es real y qué no, tal y como cuando desperté y me habían dejado dinero por haber follado. Llegué a pensar que realmente era un prostituto y toda mi realidad estaba alterada. No entiendo por qué a mí me ocurren estas cosas. Mi celular vibra. Una notificación. Es Julieta.
Julieta Benz: He enviado a alguien para que pague todo lo del hospital y se encargue de llegar a un acuerdo con la chica. Cualquier inconveniente, comunícamelo, Atlas.
Asiento con gesto automático, sin responderle. Pero el bolso de Mirabella aún está sobre mi regazo, y ahora que tengo un momento, la curiosidad me carcome. No debería husmear. Lo sé. Es su privacidad. Pero esta mujer me lanzó un café, gritó como una fiera, se desmayó frente a mi auto y ahora estoy aquí cargando con todo esto. Necesito entender, aunque sea un poco.
Justo cuando estoy por abrirlo, su celular comienza a sonar. Me sobresalto, soltando una maldición entre dientes. Lo tomo. En la pantalla aparece el nombre del contacto: “Roro”.
¿Roro? ¿Será su novio? ¿Esposo? ¿Amante? ¿O simplemente alguien más dispuesto a complicarme la existencia?
Joder, dudo. Pero respondo.
―Hola… ―digo, con la voz más ronca y grave que me sale.
¿Por qué mierda intento sonar más varonil?
―¿Le has robado el celular a Mirabella? ―espeta una voz femenina, agresiva y sin filtro, haciéndome sentir ridículo al instante.
―Eh…no.
―¿Y por qué ella no contesta? ¡¿Le hiciste algo?! Conozco una pandilla del barrio y te van a…
―¡No le hice nada! ―gruño interrumpiéndola. Dios, qué insoportable―. Está siendo atendida en el hospital.
―¿Qué? ¿Qué le pasó?
―Está en el hospital Bellevue ―informo, colgando sin esperar respuesta. No estoy para interrogatorios ni amenazas ridículas. Bastante tengo con cargar con la culpa de algo que no hice.
Miro la pantalla del celular. Hay una foto. Una niña. Cabello castaño, ojos grises como tormentas lejanas. Es preciosa y se parece tanto a ella. Mi estómago se revuelve, y por un segundo…siento que ya la he visto antes. Que esa carita no me es del todo desconocida.
El celular vuelve a sonar. Esta vez, el contacto está marcado como “no contestar”. ¿Un ex molesto? ¿Un acosador? Bueno, ese es el tipo de escoria que sé cómo manejar.
Descuelgo la llamada.
―¿Dónde estás? Te vi correr hacia ese auto lujoso ―dice un tipo, jadeando, eufórico. Confirmado: basura humana.
―Ella está ocupada. ¿Quién eres y qué mierda quieres con ella? ―respondo sin rodeos, dejando que mi tono suene grave y firme. Dominante.
Del otro lado de la línea hay silencio.
―No sabes con quién estás jugando…¿Dónde está Mirabella?
―Y tú tampoco sabes con quién hablas. Cuida tu maldito tono. Y no, no te diré dónde está ella.
―Mierda.
―La que sale de tu boca ―le devuelvo con desprecio―. Escúchame bien, vas a dejar de llamarla, de molestarla, de siquiera imaginarte acercarte a ella. Tengo el entrenamiento suficiente para hacerte sufrir con mis propias manos. Soy ex sargento de la milicia y no querrás saber lo que puedo hacer si me provocas. Mantente lejos de Mirabella Winter…o vas a conocer el infierno en vida.
Cuelgo. La sonrisa se me sube sola a los labios. Una sonrisa ladina, peligrosa. Y justo entonces, noto que el anciano a mi lado ha escuchado todo. Me mira con una ceja arqueada, sin disimular.
―¿Lo hice genial? ―pregunto, como si el tipo fuera un jurado.
―No ―responde, negando con la cabeza con aire de resignación.
Aclaro mi garganta, intentando recomponerme, y acomodo el cuerpo en el asiento. Sigo esperando. Y aún sin saberlo, sé que esta mujer va a trastocar más que mi día. Va a trastocar mi vida.
**
Luego de unos largos minutos, regreso de tomar café, intentando calmar el nudo extraño que se ha formado en mi estómago desde el incidente. Al volver al pasillo, mis pasos se detienen de golpe al ver a la misma niña que había visto en el celular de la mujer caótica. Ahora, sin embargo, la pequeña está de la mano con una chica de cabello n***o azabache, vestida en un estilo rockero. Sus brazos están cubiertos de tatuajes que relatan historias que no me atrevería a preguntar, y su mirada, tan afilada como una navaja, me estudia con frialdad mientras habla con una Doctora de semblante serio. Camino hacia ellas con intención de entregar el bolso de la mujer, pero en cuanto mis pasos me acercan, una sensación de tensión invisible se apodera del ambiente. Todos los ojos se posan sobre mí, clavándose como estacas, sin ningún dejo de amabilidad. Incluso la pequeña me mira con ese brillo de decepción en los ojos, como si le hubiera robado su regalo de navidad justo frente a sus narices.
―Hola, disculpen… ―murmuro, con cautela, pero no llego a terminar.
―¿Él es el imbécil que atropelló a mi amiga? ―gruñe la chica de cabello oscuro, con una expresión que augura tormenta.
―No la atropellé ―respondo con el mismo tono gruñón, sintiendo cómo la paciencia se me va escurriendo entre los dedos.
―Casi matas a mi mamá, mal hombre ―interviene la niña, con una convicción tan fiera que me deja helado. Su pequeño dedo me apunta con una seguridad impresionante, como si ya hubiese enfrentado monstruos antes. Confirmo, sin duda alguna, que es su hija, porque la mujer rubia me gritó de una forma casi idéntica.
―¡Que no lo hice!
―No grites, los ogros son los que gritan ―replica con fiereza, sin amedrentarse ni un poco. Trago saliva y respiro profundo, porque me doy cuenta de que quizás estoy perdiendo los estribos demasiado rápido frente a una niña.
―Disculpa. Doctora, dígale por favor…
―Los análisis aún no están listos, por lo tanto, no puedo decir lo contrario. No ha despertado, pero la pueden ver ―indica la Doctora con una voz firme, aunque amable.
―Gracias, Doctora ―menciona la chica de los tatuajes, sin quitarme esa mirada que quema.
―Esperen, su bolso ―digo tendiéndoselo, alargando la mano con cierta torpeza.
―Está roto ―murmura la niña, bajando la voz al ver el estado del objeto.
―Sí, se rompió. ―Rasco mi nuca con una mezcla de incomodidad y culpa, al notar su carita entristecida. Un nudo se me forma en la garganta, uno que no esperaba.
―Mamá lo arreglará, ella es buena en eso. Arregló al señor conejo ―comenta con inocencia mientras abraza su peluche remendado, ese conejo que ha visto más días grises que muchos adultos.
―Vamos, Aurora, veremos cómo está ―dice la chica, y me lanza una última mirada cargada de veneno. Siento como si me hubiera declarado culpable en un juicio sin defensa posible.
No sé por qué tengo la sensación de que he quedado como la peor escoria sobre el planeta. La sensación se arraiga profundo, me muerde la conciencia con dientes filosos y deja un vacío incómodo que no logro ignorar.
―Señor Baxter. ―Me llama una voz masculina. Me giro y veo a un sujeto bien vestido, pulcro, de expresión neutra. Supongo que es a quien ha mandado Julieta.
―Soy Estefan, trabajo en Baxter Company. Vine a ayudarle con todo lo que pueda ―añade con tono educado, profesional. Le ofrezco mi mano y él la toma en un apretón firme.
―Un placer, solo llámame “Atlas”. No soy mi abuelo ―digo, más por costumbre que por otra cosa.
Él asiente con seriedad y dejo salir un resoplido mientras pienso en cómo demonios voy a salir de todo esto sin arruinarlo más.
Los minutos transcurren. Estefan se encarga de tomar los datos de Mirabella, necesarios para cubrir todos los gastos del hospital, uno de los más costosos del país, pero también el que alberga a los mejores especialistas. Me acerco a la habitación donde ha sido hospedada, con cuidados que buscan una recuperación óptima. Empujo la puerta con suavidad, sin hacer ruido, y lo primero que veo es a la niña moviendo sus pies en el aire desde un asiento, entretenida con su peluche. Esa imagen me golpea con algo cálido y punzante al mismo tiempo.
―¿Qué haces aquí? ¿Por qué no te han arrestado? ―pregunta la chica tatuada, alzando la voz en cuanto me ve entrar. Su tono defensivo es una barrera imposible de escalar.
―Hola, disculpen. Soy Estefan y...
―Me importa un bledo quién seas. Seguro eres su abogado corrupto, que viene a ofrecernos dinero para que nos callemos, ¿cierto? ―interrumpe con una mezcla de rabia y desconfianza.
―Espera, no soy quien piensas. Yo me haría cargo si la hubiera atropellado. Si es necesario, iría a la cárcel y pagaría lo que tuviera que pagar. No me conoces ―gruño, sintiéndome herido en mi orgullo. Nunca he sido alguien que se escurra ante una responsabilidad.
―¡Mami! ―chilla la niña de pronto, corriendo hacia la mujer en la cama que comienza a despertar. Se queja levemente, con los ojos entrecerrados, confundida y desorientada, pero viva.
―¿Aurora? ―jadea―. ¿Dónde estoy? ―Sus brazos se aferran con fuerza a su hija, besando su rostro con devoción desesperada.
―En el hospital ―digo, sin pensarlo. Y en ese instante, sus ojos azules se clavan en los míos.
Nunca en mi vida había visto un azul tan intenso, tan brillante, ni unos ojos tan grandes y expresivos. La intensidad de su mirada me deja sin aliento.
―Es…mierda ―murmura al reconocerme. Su voz suena como una punzada.
―El hombre que te atropelló. Pero tú dime, y le doy una paliza. Conozco a unos vagabundos que… ―dice la chica, completamente seria.
―No, Rory, no es necesario. Creo que ya debemos irnos. Estoy bien ―dice ella, buscando cómo deshacerse de la vía, torpe y apresurada. Su nerviosismo es palpable, como si el miedo se le filtrara por la piel.
―Llama a la Doctora ―le pido a Estefan, quien asiente y se va―. No creo que debas de hacer eso, podrías lastimarte ―añado, tomándome la libertad de preocuparme.
―No puedo pagar este hospital, o alguna cuenta. Tenemos que irnos antes de que quieran hacerme exámenes o darme algo ―dice, su voz cargada de preocupación y resignación.
―Ya todo está pagado.
Me mira, desconcertada, como si lo que acabara de escuchar no tuviera sentido.
―¿Por qué? ―pregunta apenas, en un susurro.
―Él te atropelló, mami. Casi mueres ―interviene la pequeña, con los ojitos llenos de lágrimas. Mirabella le sostiene el rostro con ambas manos y, negando con la cabeza, roza su nariz contra la de ella.
―Eso no pasará. Tranquila, mamá está aquí ―la calma con una ternura que me arruga el corazón. La escena me desarma, me deja expuesto de una forma que no esperaba, así que desvío la mirada, incómodo.
Y entonces noto la mirada asesina de Rory, clavándose en mí otra vez como cuchillos invisibles.
―Disculpen la tardanza. Por ahora, la señorita Winter se encuentra estable. Tuvo una descompensación, no hemos visto hematomas ni contusiones en las tomografías, descartando algún golpe fuerte como un atropello. Le hemos colocado suero intravenoso para rehidratarla, pero debe comer mejor y descansar. Los glóbulos rojos están muy bajos. También tiene principios de anemia. Notamos unas marcas en…
―Estoy bien, lo ha dicho la Doctora. Me puedo ir ―interrumpe ella, cubriéndose el brazo con un gesto rápido, defensivo.
Mi ceño se frunce de inmediato. Esa incomodidad... no me gusta nada.
―Déjala ir ―le digo a la Doctora.
―Gracias ―murmura Mirabella, apenas audible.
Salgo de la habitación para dejarles privacidad y camino hacia la entrada, con la cabeza llena de pensamientos.
―¿Le ofrezco compensación o la denuncio por difamación? Podría ser una caza fortunas que solo se ha colocado al frente de su auto al saber quién era usted ―pregunta Estefan con frialdad.
―¿Has visto el bolso de esa mujer? No la voy a denunciar. De todos modos, ya pasó. Ella está bien y yo no fui el causante.
―Pero no descarte que quiera dinero fácil ―añade él.
Respiro hondo. Es muy probable. Porque todo ha sido demasiado extraño y no la conozco. Aunque dudo que vuelva a encontrarme con ella, prefiero pensar que esas no son sus intenciones.
Ella camina hacia nosotros con paso más firme, mejor ánimo, y al detenerse frente a mí, tengo que contener la respiración. Se ve hermosa. Aún con su aspecto agotado y pálido, hay algo en ella que me desconcierta.
―Gracias, por todo. Y disculpe los inconvenientes, señor Baxter ―dice con sinceridad. Esa voz…no me la esperaba tan suave.
Asiento, tensando la mandíbula.
―También maneje con cuidado, pudo haberme atropellado ―añade, como si fuera lo más lógico.
―Yo manejo con cuidado. Usted debe mirar por dónde corre.
―Lo he hecho ―afirma tajante, sus ojos clavados en los míos como dagas azules.
Abro la boca, indignado.
―Entonces sabías que estaba en el auto y te lanzaste a él a propósito por dinero ―insinúo sin pensar. Una parte de mí se arrepiente en cuanto las palabras salen.
No me lo veo venir. O quizás sí. Pero ella me abofetea. Muy fuerte.
―Oh, Dios ―murmura al darse cuenta de lo que ha hecho―. No debí hacer eso. Es que, en pocas palabras, me insultaste. No pondría mi vida en peligro por algo de dinero, señor Baxter ―replica alterada, con el pecho subiendo y bajando rápido.
Muevo la mandíbula, y joder…sí que me arde.
―Me lo merecía ―gruño.
―Sí ―afirma sin vacilar, arqueando las cejas.
Suelto una risa ronca, porque esta mujer…esta mujer es un completo enigma.
Aparece Rory junto a la pequeña.
―Compensaré por el susto, y el insulto a su persona. Estefan ya tiene sus datos ―comento, buscando cerrar este caos.
Ella no responde. Solo me mira. Y la niña, sin dudarlo, me saca la lengua antes de que las tres se marchen de mi vista. Suelto el aire con un resoplido largo, cargado de todo lo que no sé cómo procesar.
―Le golpearon, difamaron, gritaron y usted les pagará ―menciona Estefan a mi lado con seriedad.
―Sí. No le digas a mi abuelo. Pensará que soy un idiota…o que soy masoquista ―digo, aún con la mandíbula tensa.
Una sonrisa ladeada se posa en mis comisuras y niego con la cabeza.
―Qué día tan loco ―murmuro para mí.
**
POV Mirabella Winter
Engullo con desesperación los macarrones con queso que hizo Rory para mí, con el estómago rugiéndome por dentro como si no hubiera comido en días. Aurora, a mi lado, intenta imitarme entre risas suaves, y eso me arranca una sonrisa breve en medio del caos que llevo dentro. Su risa es un bálsamo. Su risa siempre lo es.
Rory se cruza de brazos mientras me observa con esa expresión de preocupación que ha adoptado desde que todo en mi vida se derrumbó.
―¿Segura que estás bien? Tienes que decirle a tu padre que pare ya, te van a matar ―suelta, con esa furia que le nace cuando sabe toda la verdad. Esa furia que solo nace del amor.
―Shh… ―la siseo rápidamente, lanzando una mirada hacia Aurora para que no escuche. Limpio con prisa las comisuras de mis labios, tomo un sorbo de agua para tragar el nudo que siento en la garganta y me levanto.
―Termina de comer todo y veremos la película ―le digo con dulzura, besándole la frente con una ternura desesperada, como si pudiera protegerla con ese gesto mínimo del peso del mundo.
Camino hacia el balcón del apartamento junto con Rory. Ella enciende un cigarrillo y lo lleva a sus labios con un suspiro largo, como si el humo pudiera aliviar su impotencia. Me recuesto contra la baranda, dejando que el viento de la ciudad me acaricie el rostro mientras desde ahí observo a mi pequeña, tan inocente, tan ajena al mundo que me persigue.
―Sabes que no puedo ―digo finalmente, rompiendo el silencio―. Tengo una deuda…y mi padre es capaz de quitarme lo más importante que tengo con tal de salirse con la suya.
Siento cómo mi voz se quiebra un poco. No quiero imaginarlo, no quiero ni pensarlo, pero el miedo está ahí, latente.
―No sé qué haría si me pasara eso. Aurora…ella es lo que más me importa. Y justo hoy…la he decepcionado.
Rory se gira un poco, dándome espacio, pero sin dejar de mirarme.
―¿No te dieron el empleo?
Niego lentamente, tragando la frustración.
―Pensé que sí, que ya por fin mi vida mejoraría. Que todo este esfuerzo tendría sentido. Pero regresó Lily Fox, a interponerse en mi camino ―suelto con impotencia, sintiendo cómo la rabia se mezcla con la tristeza dentro de mí.
―¿Qué? No me digas que…
―Sí. Ella tomó el puesto por el que iba. No la culpo. Tiene las conexiones, el poder…la bendita suerte de siempre.
―Esa zorra…que se joda. No tiene lo que tú. Tú tienes talento, un buen corazón, una hija impresionantemente maravillosa…y una mejor amiga sexy ―suelta sin filtro, y eso logra arrancarme una carcajada que se me escapa como un soplo de alivio.
―Lily se puede ir al carajo con su cara de zorrillo ―añade con descaro.
La miro y rio con fuerza. Siento el calor en el pecho. No del dolor esta vez, sino del cariño. Suspiro y me abrazo a mí misma, intentando contener la oleada de emociones. Pero entonces, como si se colara entre mis pensamientos sin permiso, aparece él…el heredero Baxter. Ese sujeto. Su mirada, su voz, esa tensión extraña que nos envolvió. Y yo…yo tan rota. Tan ridícula.
―Ese sujeto estaba muy guapo ―dice Rory de la nada, como si hubiera leído mi mente.
Abro los ojos con sorpresa.
―Eh…sí…normal ―respondo torpemente.
―¿Normal? ―Arquea una ceja, divertida.
Me encojo de hombros, sintiendo cómo mis mejillas se tiñen de un rojo incómodo.
―Está bien, sí, es muy guapo…y tiene unos ojos lindos. Y su voz…su voz es sexy ―ruedo los ojos con una media sonrisa, sintiéndome ridícula por decirlo en voz alta―. Dios, hace tanto que no estoy cerca de un hombre…
―¿Desde que perdiste la virginidad con el stripper?
―Sí ―respondo entre carcajadas. No puedo evitarlo.
Ambas nos reímos con ganas, como si el momento se pudiera congelar en una burbuja de alegría temporal.
―Mirabella Winter, haces que mi vida sea maravillosa en comparación a la tuya ―dice con una sonrisa descarada.
―¿Gracias? ―respondo con sarcasmo, entrecerrando los ojos.
―De nada ―dice dándole otra calada a su cigarrillo.
Mis ojos vuelven a posarse en Aurora, que juega feliz con sus macarrones. Y de pronto el peso del mundo vuelve a caerme encima, aplastándome.
―¿Qué voy a hacer? ―murmuro, pasándome las manos por el rostro con desesperación―. Ella merece un hogar…
―Ella tiene un hogar, eres tú.
―Lo sé…pero…un mejor lugar. Un sitio sin carencias, sin miedo, sin esta maldita incertidumbre.
―Lo lograrás ―dice convencida―. Vamos a hacerte una limpieza de energía. Hay un chamán que te da con…
Mi celular suena, interrumpiéndola. Un número desconocido parpadea en la pantalla. Lo miro un segundo, dudando.
―Puede ser de una entrevista. ―Me anima Rory, y su tono me da ese pequeño empujón que necesito.
Contesto con un hilo de voz.
―Hola…
―¿La señorita Mirabella Winter?
―Sí, soy yo.
―Es un honor anunciarle que tiene el puesto de asistente en el departamento de moda de la revista Luxe, de Baxter Company. Le enviaremos a su correo el horario y toda la información necesaria. Le esperamos mañana.
Por un instante, no puedo respirar. Mi corazón parece que se detendrá. ¿Estoy soñando?
―¿Es de verdad? ―pregunto atónita.
―Sí, señorita.
―¡Ahhh! ―grito emocionada y luego me obligo a calmarme―. Digo…gracias. Allí estaré mañana ―respondo más seria, como si pudiera fingir madurez, y cuelgo con los dedos temblando.
Rory me observa, con los ojos grandes y expectantes.
―¿Y?
―¡Me dieron el puesto! ―exclamo, sintiendo que las lágrimas me llenan los ojos.
―¡Mi amiga tiene empleo! ―grita ella, celebrando―. ¡Aurora, ven!
Mi pequeña corre hacia nosotras. Me agacho para recibirla y aparto su cabello con suavidad, temblando por dentro.
―Mamá consiguió el empleo ―le murmuro, con la voz quebrada.
―Sabía que lo harías. Eres la mejor y más bonita ―dice abrazándome con fuerza, como si no tuviera dudas.
Y yo me rompo. Lloro. Pero esta vez de alegría.
―Voy a abrir la botella barata de vino para celebrar ―propone Rory, y su tono me hace reír entre sollozos.
Ella sirve vino en vasos de plástico, mientras Aurora bebe su jugo con una sonrisa de oreja a oreja. La radio suena, Rory sube el volumen, y de pronto estamos bailando las tres. Cantamos a todo pulmón como si nada más importara. Como si el futuro pudiera ser distinto.
Y en ese instante, lo creo. Agradezco a Dios en silencio, con el corazón desbordado, y le prometo que daré todo de mí. Todo. No lo defraudaré ni un segundo. Mañana trabajaré en Luxe. En la mejor revista de Manhattan.
Solo espero…que el destino no me cruce de nuevo con el heredero Baxter. Porque si lo hace…no sé si podré soportarlo.