En Gabriel afloró de nuevo la culpa y con ella la única forma que él conocía para lidiar con ese sentimiento, la mentira. —Te digo la verdad, Elena, ¿Acaso no fui yo quien te pidió matrimonio? —preguntó buscando la mirada de ella. —Sí, fuiste tú. —¿Y no fui yo quien quiso adelantar la fecha de la boda? —Así fue. —¿Entonces, por qué dudas? —Tu actitud me hace dudar... —Lo sé, pequeña, pero ya te pedí paciencia una vez, ¿lo recuerdas? —Sí, el día que me pediste matrimonio, dijiste que no eras un hombre romántico. —Entonces por favor... ten paciencia. Mira, hagan lo que quieran, solo reduzcan los invitados, ¿está bien? —sí —respondió sonriente—. ¿Entonces estamos de acuerdo? —¡Claro, linda!, ahora quiero que me digas, ¿te gusta esta habitación? Elena aflojó su abrazo para obser

