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EL ANHELO.
Diana se despertó con el roce de unos labios sobre los suyos. Era el toque más sutil y más ligero que una pluma, pero cálidos como una brisa de verano. Si eso era un sueño, no quería despertar. Tampoco necesitaba saber quién era el dueño de esos labios carnosos, delineados y masculinos.
—Ian… —pronunció el nombre con un débil susurro y luego extendió los brazos para enroscar las manos alrededor de su cuello y así poder acercarlo más a ella. Pudo saborear el toque del whisky en los labios y un pequeño toque de menta en su lengua.
Sólo había degustado sus besos una vez, pero jamás lo había olvidado. Ella quería más, frotaba sus pechos ahora más sensibles por el embarazo contra el firme pecho masculino. No sabía que estaba pasando con su cuerpo. Él solo la estaba besando y cada caricia de su lengua enviaba ráfagas de deseo hasta su vientre. De manera inconsciente movió sus piernas para permitir una mayor comodidad para ambos.
—No quiero abrir los ojos —habló entre susurros.
—¿Por qué? —Ian dijo con voz gutural.
—Porque si los abro, sé bien que no estarás aquí —respondió con tristeza.
—Al contrario, debes abrirlos. No quiero perderme esas esmeraldas que tienes por ojos —el tono de voz que él usó era de diversión.
Al escuchar aquellas palabras, que obviamente no pertenecían a un romántico sueño., Diana abrió los ojos de golpe, y se encontró con aquella mirada profunda, su respiración quedó entrecortada. No estaba soñando. Ian estaba ahí.
—No estás soñando —rozó sus labios con los suyos.
—¿Cómo sé que no lo estoy? —cuestionó un poco aturdida.
—Porque si fuera un sueño, sabes qué en este momento, no tendríamos la ropa puesta —contestó riendo.
Ella sonrió.
—Eres un pervertido, Ian.
—Uhmmm… me gusta este recibimiento —besó la comisura de sus labios, para luego acariciar su cuello con la punta de su nariz—. Creo que pensaré en irme de viaje con más frecuencia.
Cuando ella se echó a reír por lo que había dicho, pudo sentir la enorme erección encima de su montículo. Un gemido brotó de sus labios, que hizo que sus hormonas se alborotaran.
—Dime, esto se siente bien… ¿Verdad? —su voz cada vez más ronca—. No puedes negarlo, y menos en mi cara.
Volvió a besarla sin darle tiempo a que pensara la respuesta.
—¡Uhm! —fue todo lo que salió de la boca de Diana, quien abrió la boca una vez más para él.
De manera rápida y diestra Ian le quitó la sábana. Sintió como ella se estremecía cuando el aire frío de la habitación, hizo contacto con su piel. Diana, sin darse cuenta subió la pierna, y él inmediatamente se movió y comenzó a frotar su erección, contra aquel caliente núcleo femenino. Gimió de nuevo, arqueó su cuerpo y sus pechos se elevaron para él.
—No puedo olvidar tu sabor, Diana.
Ella estaba perdida en la bruma de la lujuria de ese momento. Quería sentirlo más cerca. Disfrutar de nuevo de todo el placer que él le había dado aquella noche.
—Dime que no olvidaste nuestra noche juntos —manifestó rompiendo el beso. Necesitaba saber que a ella le ocurría lo mismo.
Ella removió sus pestañas para mirarlo.
—No. Nunca la he olvidado. No he podido —debía ser sincera.
Ian le cubrió la boca con la suya, sin importarle nada más. Devorando, conquistando, poseyendo. Abandonó sus labios únicamente para besar su cuello. Él solo la quería ver dormida pero su sangre hirvió cuando la vio. La posesividad se adueñó de su cuerpo cuando se dio cuenta de que ella llevaba una de sus camisetas para dormir. No perdió tiempo y se lanzó como un cazador sobre su presa.
Acariciaba desde sus muslos desnudos hasta su cintura mientras la besaba. Quería que se acostumbrara a su toque y que se volviera adicta a ellos, aunque le quedaba claro que cada roce la hacía estremecerse de placer. Ian rompió el beso y se levantó de la cama dejándola temblando al no sentir su calor envolviéndola. Ella lo miró confundida.
—Estás más dormida que despierta. No voy a aprovecharme de ti —comentó con la voz grave, aún llena de deseo, caminó hacía el cuarto de baño.
Una ducha fría en ese momento era lo más recomendable. En ese momento, fue ella quien se levantó de la cama un poco molesta.
—Sabía que esto sería una estupidez —le reclamó.
Él se giró para enfrentarla.
—¿De qué hablas? —preguntó frunciendo el ceño.
—De todo esto —agitó los brazos—. No puedo quedarme aquí contigo —habló con un tono de voz muy bajo, más para ella que para Ian—. Esto muy difícil para mí
Ian comenzó a quitarse la ropa delante de ella mientras la escuchaba hablar.
—No puedes irte de aquí —le soltó de manera firme.
Diana no se había fijado que él solo estaba en bóxer, y se había soltado la coleta que mantenía su cabello en su lugar, y agregó:
—Tienes que quedarte, por lo menos hasta que la criatura nazca.
La boca de Diana se secó y su memoria fue atacada por los recuerdos de una noche de pasión. Ella se lanzó en la cama resignada.
—Sigo sin entender, Ian —la confusión reinaba en su cabeza—. ¿Por qué demonios me haces esto?
Él sonrió.
—¿Qué se supone que te estoy haciendo? —sabía muy bien a qué se refería.
—Tú… —lo miró desde la cabeza hasta los pies—. Ahí sin ropa en todo tu esplendor.
Él volvió a sonreír acariciando su abdomen.
—¡Vamos cariño! Esta no es la primera vez que me ves sin ropa —le guiño un ojo.
—Iaaaan... —le lanzó una almohada—. No seas malvado, no puedes jugar de esa manera conmigo.
Él comenzó a reírse ahora a carcajadas. Definitivamente le encantaba esa frase. Siempre pensaba que se estaba burlando de ella.
—Ven conmigo a la ducha —le invitó.
—¡Por supuesto que nooo! —chilló—. Eres más insoportable ahora que en la universidad, Ian Cooper —hizo un gesto de rendición con las manos.
—Lo único que recuerdo es qué en ese tiempo, tampoco dejabas que me acercara mucho a ti. No entiendo la razón.
Ella lo miró entrecerrando los ojos. La atracción que sentía por él había sido desde el momento que le tocó ser su tutora en la universidad. Caminó hacía el cuarto de baño, también.
—¿Vendrás conmigo? —preguntó esperanzado.
—¡Te dije que no! —lo miró indignada—. Me estoy haciendo pipí, y voy a hacer uso de mi prioridad de embarazada para tomar ventaja.
Ian estaba disfrutando del momento, porque no pudo evitar volverse a reír a carcajadas.
—¿Ahora de que te ríes? —le preguntó ahora ruborizada—. El embarazo hace que todo el tiempo quiera ir al baño —aclaró en modo de excusa.
—Entonces, corre. No me gustaría que hicieras un desastre en la alfombra —la miró de arriba a abajo burlándose de ella, pero antes de dejarla ir agregó:— No te había dicho antes, lo mucho que me encanta verte en una de mis camisetas.
Ella prácticamente salió corriendo del baño. Mientras se sentaba en el inodoro se puso a pensar en lo absurdo de la situación. Había vuelto a la empresa. Al menos tendría un trabajo mientras estaba embarazada y generaría ingresos.
Miró alrededor del baño. Todo era lujoso y masculino, lo que hizo que se preguntara: ¿De verdad sería capaz de vivir con Ian sin tenerle? Ella lo dudaba, la verdad era que sentía algo por él. Algo que pensó que estaba dormido y se estaba levantando con más fuerza que antes.
Ella salió del cuarto de baño y fue directo a la cama. Sabía que sería una noche muy larga, pues aún el cuerpo le temblaba de la necesidad de estar con Ian. Fue a apagar la lámpara de la mesita de noche, y observó su brazo.
Ella no se había percatado. Andrew en medio de su arrebato la había lastimado cuando la acorraló en su oficina después que Ian la llamara desde Italia. La marca, era ya un moretón de varios colores. Cómo no se dio cuenta antes. Si se enteraba de que Andrew había tratado de hacerle daño, las cosas iban a empeorar y era capaz de decirle la verdad a todo el mundo, sin importarle las consecuencias.
A los pocos minutos salió Ian del baño con el cuerpo húmedo, y solo una toalla alrededor de la estrecha cintura masculina y con otra secándose el cabello.
Ella se quedó sin respiración, mientras lo veía con un solo ojo haciéndose la dormida. Definitivamente él era la tentación hecha hombre, cómo se suponía que iba a dormir con él.
—No creo que estés dormida —dijo mientras se ponía el bóxer—. Sé perfectamente que me estás mirando el culo.
—¡Oh Señor! —exclamó furiosa—. Dame paciencia, este hombre necesita un toque de humildad —colocando su cuerpo de lado, dándole la espalda.
Él caminó hasta la cama, y se metió en ella sin importar las palabras anteriores. La agarró del brazo y se abrazó a su cuerpo desde atrás.
—Ian por favor. Así no podré dormir —se removió un poco y su voz era tímida.
—Quiero pensar que son las hormonas del embarazo las que te tienen así —se volteó y colocó sus manos detrás de la cabeza mirando el blanco techo. Suspiró—. Recuerdo que fueron muchas las noches que dormimos juntos. Tú con la cabeza sobre mi pecho en el sofá de tu habitación viendo películas.
—Eso era cuando estábamos en la universidad, y por lo general era cuando algún estúpido me pedía una cita para luego dejarme plantada.
Ian sonrió, recordando cada uno de esos episodios. Era hora de contarle la verdad.
—Nunca te dejaron plantada, Diana. —negó con la cabeza. Ella quedó sorprendida girándose para verlo y él enfrentó su mirada—. La verdad es que siempre fui yo, el motivo de que esos tontos lo hicieran.
Volvió a reírse como un niño recordando una travesura.
—Yo les esperaba en la puerta del edificio en donde vivías, para decirles que los habías mandado a la mierda, esperaba un rato y luego tocaba la puerta de tu apartamento para oportunamente consolarte. Pude deshacerme de todos, menos de Andrew —rechinó los dientes.
Ella parpadeó varias veces tratando de asimilar la información, le entró una furia totalmente femenina y comenzó a golpearlo.
—Tuuu grandísimo imbécil…arrogante...patán —los golpes de ella hacían que él se riera más fuerte.
Hasta que la giró y ella quedó debajo de él y la besó, la pasión entre ellos se había despertado de nuevo. La besaba con pura dominación masculina, quería que se cediera a su lujuria, como aquella noche.
Diana rompió el beso. Trayéndolos a la realidad.
—No, Ian —suplicó. —Lo mejor es que no. Las cosas no están del todo claras entre nosotros.
—Está bien. No voy a insistir. Al parecer no quieres nada conmigo, y realmente estoy muy cansado para continuar discutiendo, espero que duermas bien, Diana.
Se quitó de encima de ella y se acomodó en el lado de su cama, dándole ahora la espalda. Ella apagó de nuevo la luz, y se puso en posición fetal para pensar en lo que le había dicho minutos antes. Todas sus citas frustradas, fue él. Sonrió ante tal situación. Así que la atracción era mutua desde la universidad, pero todavía así ella pensaba que para él solo era un calentón que había traído consecuencias, acarició su vientre. Cerró los ojos, y fue vencida por el sueño.
A la mañana siguiente Diana se removía inquieta en la cama cuando la voz de Ian la estaba llamando.
—Diana… —estaba realmente molesto— ¡Levántate!
Cuando ella abrió los ojos lo primero que vio fue el gran cuerpo de Ian vestido para irse a trabajar. Enseguida que ella estaba totalmente despierta, las náuseas matutinas por el embarazo le dieron los buenos días, sin importarle lo que él tenía para decirle salió corriendo hacía el cuarto de baño y comenzó a vomitar.
Se encontró con que Ian, la miraba desde el marco de la puerta con ojos preocupados.
—¿Te encuentras bien?
—Sí. Lo estoy —contestó lavando su rostro para refrescarse.
—¿Necesitas algo?
—No te preocupes, ya está pasando.
—¿Eso te ocurre todos los días?
—No. Sólo desde que tu hijo está aquí —acarició su vientre—. El doctor y las mujeres mayores, dicen que solo son los primeros meses del embarazo —suspiró—. Espero que así sea, porque es muy desagradable estos malestares temprano en las mañanas. Ahora si necesito algo. Galletas saladas por favor.
—Ya las traigo —salió a la cocina en su búsqueda.
Ella aprovechó el momento para darse una ducha rápida. Ya se sentía humana de nuevo, pero su estómago estaba salvaje tenía tanta hambre que rugía.
Al llegar Ian a la habitación. Ella estaba sentada a la orilla de la cama, solo con una toalla envuelta a su alrededor. Él venía con una bandeja con jugo de naranja y las galletas saladas.
—¿Es esto lo que generalmente comes en las mañanas?
Ella sonrió con ternura, al notar su preocupación.
—No. Es solo para el malestar, gracias, luego de esto podré desayunar normalmente —aclaró tomando un trago de jugo de naranja, y metiéndose un trozo de galleta en la boca.
Ian asintió.
—Ayer llegué muy tarde y perdí el norte cuando te vi en mi cama, y lo que menos pensé fue en la oficina —la miraba detalladamente—. Sé que fue un día muy duro para ti.
Diana tomando otro trago de jugo de naranja y otra galleta caminó hasta el vestidor.
—No sé de qué me hablas. Todo fue normal —se movió un poco dándole la espalda.
Él dio un resoplido.
—Sabes perfectamente de qué hablo.
Ella tomó su maleta sacó un vestido y ropa interior a juego.
—Debes decirme Diana —la detuvo tomando el brazo que tenía el moretón— ¿Fue el imbécil de Andrew quién te hizo esto? —acarició el lugar donde estaba el golpe.
—No tiene importancia —se soltó de su agarre.
—¿Cómo no tiene importancia, Diana? Yo lo escuché gritarte y ofenderte; por lo visto pasó algo más.
—No te preocupes por eso, puedo controlarlo.
Caminó de un lado a otro colocando su mano sobre la cintura.
—No me pidas que no preocupe. Estás viviendo conmigo, eres la madre de mi hijo. Eres mi responsabilidad.
Ella era solo eso, se recordó amargamente.
—No va a pasarle nada a tu hijo, Ian. Si es lo que tanto te preocupa —dijo con sarcasmo.
—No lo tomes por ahí, Diana.
—Aunque no lo creas Ian, lo tengo muy claro. ¿Sabes? Me quedaré contigo hasta que el bebé nazca y luego será todo igual que antes.
—¿A qué te refieres cuando dices igual que antes? —peguntó cauteloso.
—Me entendiste perfectamente. Tú, por tu lado y yo por el mío.
—No los será y lo sabes muy bien.
—Las cosas no serán como las estás pensando.
—Lo único que pasa por mi cabeza es las maneras en que voy a golpear el maldito rostro de Andrew.
—No puedes hacer eso —dijo asustada y le tomó del brazo tratando de calmarlo. —Es el hijo de tu socio.
—Parece que aún tienes sentimientos por él. Después de todo lo que te hizo —su mirada fue fría. —Te esperaré abajo para desayunar.
Ian salió de la habitación. Pocos minutos después, Diana terminó de arreglarse y bajo para encontrarlo en la cocina leyendo el periódico, pero cuando se dio cuenta de que ella estaba ahí dejó de hacerlo.
—Debes comer bien —comentó acercando su silla más cerca a la de él.
—Eso ya lo sé —entornó los ojos.
—Hoy es la reunión con el personal —le dijo mirándola detenidamente.
—Sí. A primera hora de la mañana —agregó ella.
Tomando un poco de jugo de naranja, un poco de tostadas con mermelada de fresa y un trozo de queso.
—Debemos apresurarnos, estamos sobre la hora.
—Entonces lo mejor es que te vayas ya.
—Estoy esperando por ti —la miró con el ceño fruncido.
—Creo que eso es un total y completo error, Ian.
—¿Por qué lo dices? —en su pregunta podía notarse que seguía molesto
—¿Quieres que todo el mundo nos vea llegar juntos? —golpeó con un puño la mesa.
Ian se encogió de hombros.
—Realmente no me importa lo que los empleados piensen, Diana.
—No estoy de acuerdo contigo —dijo negando con la cabeza.
—Últimamente no estás de acuerdo en nada de lo que te digo.
—¿Será porque no propones? Si no que dispones y ordenas esperando que todo se haga según tu voluntad —musitó arqueando una ceja.
—Sabes que en el fondo lo hago porque es lo más conveniente.
—Sí. Conveniente solo para ti.
—Quiero que todos sepan que estás bajo mi protección. Sobre todo, el idiota de Andrew que no se atreva de nuevo a molestarte.
—De acuerdo —lo miró molesta. —Es lo que siempre te gusta que te diga.
Ian se levantó de la mesa para dirigirse al automóvil. Cuando pasó al lado de ella se inclinó hasta llegar a su oído.
—Sí. Me gusta mucho cuando estás de acuerdo conmigo y sobre todo dispuesta y dócil debajo de mí.
Con esas palabras abandonó el lugar. La noche había sido muy larga para ella. Ahora temía que el día iba a ser mucho más largo que el anterior.