Chequeé cada rincón de la escena con la respiración contenida, como si el más leve error pudiera desencadenar algo irreparable. El silencio entre nosotras era espeso, cargado de expectación, hasta que ella, con un gesto pausado y lleno de ternura, se inclinó hacia mí y me depositó un beso cálido en la frente. Aquella muestra de afecto, tan sencilla y breve, tenía un efecto tranquilizador, como si intentara sellar con ella una verdad difícil, una revelación inevitable. Mientras recorría con la vista cada rincón del viejo porche de la casa-las maderas astilladas del piso, las telarañas colgando en las esquinas, el leve crujir del techo oxidado por el tiempo-le hice una seña para que continuara, sabiendo que lo que estaba a punto de mostrarme cambiaría muchas cosas. Ella alzó la mano con le

