12:30 AM... El Uber se detuvo frente al edificio moderno en Kensington donde Fátima tenía su apartamento. El conductor, un hombre de mediana edad con acento del este de Europa, la observó con preocupación mientras ella salía del auto. —¿Está segura de que está bien, señorita? —preguntó, con genuina preocupación en su voz. —Sí, gracias —respondió Fátima, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Buenas noches. Caminó descalza por el vestíbulo de mármol del edificio, con sus tacones aún colgando de una mano. El portero nocturno, acostumbrado a ver a los residentes en diversos estados después de noches largas, no dijo nada, solo asintió cortésmente mientras ella pasaba hacia los ascensores. Las puertas del ascensor se cerraron, dejándola sola con su reflejo en las paredes de espejo.

