Mis manos recorrían su cuerpo, memorizando cada curva y valle. Amasé sus pechos, pellizqué suavemente sus pezones, tracé la línea de su cintura. Todo su cuerpo era un festín para mis sentidos y estaba determinado a no dejar ni un centímetro sin explorar. Sentí la necesidad de marcarla como mía. Mis labios se deslizaron hacia su cuello, besando y chupando la piel sensible. Mis dientes rozaron su pulso acelerado, provocando un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Con cuidado, mordí la unión entre su cuello y su hombro, lo suficientemente fuerte para dejar una marca pero sin causar dolor. —Eres mía —gruñí contra su piel, mi voz enceguecida. —Sí, sí, soy tuya —jadeó Mar, con sus uñas arañando mi espalda. Varié el ritmo de mis embestidas, alternando entre estocadas rápidas y superficiale

