De pronto, la tomé con fuerza del cabello, retirándola de su tarea y obligándola a mirarme a los ojos. Ella se dejó hacer. Con la otra mano, tome mi v***a y empecé a golpear las mejillas de Alejandra con ella. Ale simplemente sonrió. Estrujé su rostro con mi mano, metí mi pulgar en su boca y me lo mordisqueó con suavidad. —¿Eres mía? — pregunté —Sí, tuya — respondió, segura, sin titubear. —Bien — resoplé con el placer que solo el control otorga. —Pero… pero si quieres que en verdad sea tuya… hazme tuya — murmuró sin dejar de mirarme. Por un momento estuve confundido, no sabía bien a qué se refería. Ella debió adivinar mi duda y sólo explicó — ya sabes, lo que papá y mamá llamaban “hacer el amor”, que es como se hacen los bebés… La solté, pero ella no se levantó, se quedó a mis pies

