A pesar de sus mejores esfuerzos por prolongar el momento, Carlos sintió que se acercaba rápidamente al clímax. La combinación de las expertas manos de su madre y la excitación acumulada durante todo el día era demasiado para resistir. —Mamá, yo... —intentó advertir, pero las palabras se perdieron en un gemido profundo. Isabel, reconociendo las señales, intensificó sus movimientos. Sus manos se movían en perfecta armonía, llevando a Carlos al borde. Y del borde al desborde la distancia puede ser mínima, por lo que ni el pobre chico pudo avisar que estaba por correrse. Con un gemido gutural, Carlos alcanzó el clímax. Su cuerpo se tensó, arqueándose contra el sofá mientras olas de placer lo recorrían. Isabel, sorprendida por la intensidad y rapidez de la eyaculación, no pudo evitar que el

