El celular vibró. «Natalia, estoy en reunión». Sus dedos se crisparon alrededor del asa. Un pequeño respiro de alivio. Al menos, la había leído. Cada sorbo de su bebida le sirvió para ensayar mentalmente lo que tenía que decirle. Pero no encontraba las palabras. ¿Qué se dice cuando sabes que no hay manera de arreglar el pasado? Cuando el chocolate se enfrió, lo supo: No hay discurso que convenza cuando la verdad es más cruel que la mentira más piadosa. Se armó de valor y marcó su número nuevamente. —Natalia, lo lamento. No pude contestarte. ¿Estás bien? Su voz. Aún la alteraba. —Sí. O sea... no. No me escuches. Estoy bien. No pasa nada —respondió con un resoplido. Respira. —Solo necesito hablar contigo. ¿Me concedes cinco minutos? Estoy cerca. En el café donde siempre nos veíamo

