Narra Liam
Estoy hojeando un contrato, con un bolígrafo rojo en la mano, cuando la puerta de mi oficina se abre sin hacer ruido. Levanto la vista, lista para regañar a Jackie por tocar la puerta, pero no está sola.
Ella está parada allí con mi nueva asistente… y esa asistente es Sara Sanders.
Mi pluma se congela a mitad de frase y no solo estoy sorprendido, sino que la realidad me golpea de golpe. Ella se queda congelada como si la hubieran clavado en el suelo, como un ciervo atrapado por las luces altas de un camión que se aproxima.
Sus ojos están muy abiertos, fijos en los míos, y nadie se mueve. En el silencio, los recuerdos me asaltan; su voz resuena en mis oídos. Esa noche, bajamos la guardia y nuestros labios se encontraron en una colisión imprudente. Su beso no fue solo un beso; fue una maldita revelación. Solo la conocí una noche, pero nunca la olvidé.
Y ahora, aquí mismo en mi oficina, con las luces LED zumbando en lo alto, el recuerdo de su sabor se mezcla con el aroma del esmalte de uñas con aroma a limón y el cuero caro.
Intento concentrarme en el presente, en la distancia profesional que debo mantener, pero es inútil. Mi mirada, traidora como es, se desplaza desde su rostro helado hacia el lugar donde su blusa, de un blanco sencillo y práctico, delata su reacción. Sus pezones respingones están erizados debajo de la seda; casi con certeza lleva un sujetador sin forro.
Es un detalle que no debería importar, pero importa porque es Sara, y cada maldita cosa sobre ella importa demasiado.
—¿Te perdiste en el camino ? —pregunto con un tono de voz más ronco de lo que pretendía.
Parpadea y puedo notar que está intentando recuperar la compostura, encontrar su lugar en esta confrontación inesperada. Pero el aire ya está cargado de cosas no dichas y sentimientos que es mejor olvidar.
O al menos eso intento convencerme.
—En realidad —interviene Jackie, y su voz corta la tensión como una cuchilla bien afilada—. Ella es tu nueva asistente personal—hace un gesto hacia Sara con un gesto que parece demasiado alegre para este momento—. Acabamos de terminar con su papeleo de incorporación.
La mirada de Sara se dirige a Jackie y luego a mí. Hay un mensaje silencioso en sus grandes ojos marrones, una especie de súplica de comprensión... o tal vez de perdón. No lo sé. No puedo interpretarla ahora mismo.
—Claro, acabo de recordar que empezaba hoy—las palabras me saben a ceniza en la boca. Confié plenamente en Jackie y dejé el proceso de contratación en sus capaces manos.
Pero ¿esto? Es una complicación que nadie necesita.
Debería haber sido más cuidadoso. Debería haber dado alguna información, cualquier información, sobre quién estaría trabajando tan de cerca conmigo. Porque por mucho que quiera negarlo, la verdad me agarra por los bordes de la mente: no he dejado de pensar en Sara desde esa noche.
Ni siquiera cerca.
—¿Pasa algo, señor Nolan? —pregunta Jackie.
—No, en absoluto. Bienvenida a bordo —logro decir, aunque siento como si cada sílaba saliera arrancada de lo más profundo de mi pecho.
—Gracias, señor Nolan—la voz de Shiloh es suave e insegura, no el tono confiado y burlón que recuerdo tan bien.
—Llámame Liam —la corrijo, casi contra mi voluntad. La formalidad suena mal en sus labios.
—Claro, Liam—asiente, pero la forma en que pronuncia mi nombre es como un roce, un susurro sobre mi piel. Y maldita sea, el recuerdo de sus labios vuelve a estar ahí, quemándome.
Me recuerdo a mí mismo que probablemente todavía esté con Chris. Mi hermano. El solo pensamiento debería ser suficiente para apagar cualquier llama de deseo persistente.
No lo es.
—Jackie —le digo a mi asistente ejecutiva, tratando de recuperar la normalidad—¿Está todo arreglado con la Sra. Sanders?
—Por supuesto. Es toda tuya —responde Jackie, sin darse cuenta de cómo me hace sentir eso.
O quizá no es que sea inconsciente, sino que es demasiado profesional para demostrarlo.
—Bien. Gracias.
Mientras Jackie sale, dejándome solo con Sara, soy muy consciente de todo: el sonido de su respiración, el sutil movimiento de sus pies sobre la lujosa alfombra, el peso invisible de cada razón por la que esta es una idea terrible.
–Siéntate–le digo, señalando la silla que está frente a mi escritorio–.Hablemos—y que Dios me ayude porque no sé cómo resistiré la atracción de su gravedad ahora que está nuevamente en mi órbita.
Sara está parada frente a mí, congelada, con su esbelta figura rígida y las manos entrelazadas con fuerza sobre el regazo. Está nerviosa, lo sé.Tiene los hombros ligeramente levantados, como una defensa contra lo que crea que yo pueda decir o hacer. Es un marcado contraste con la chica despreocupada que recuerdo, la que se reía demasiado fuerte y me desafiaba a cada paso—.Tome asiento, señorita Sanders —le ordeno, repitiéndome. Ella se estremece casi imperceptiblemente y yo me maldigo mentalmente por dejar que mis emociones se escapen por las grietas de mi compostura. Sara obedece sin decir palabra y se sienta en la silla como si fuera a tragarse toda. La distancia que nos separa parece de kilómetros, pero todos mis instintos me gritan que no es ni de lejos suficiente. El silencio se extiende, denso y tangible. Mi pulso martilla en mis oídos, fuerte en contraste con el silencio de la oficina. El aire está cargado de una tensión que me resulta demasiado familiar, una corriente peligrosa entre nosotros que he estado tratando de ignorar desde el momento en que ella entró por la puerta.
—Liam —su voz es suave pero firme—¿cómo has...?
—Si hubiera sabido que eras tú, no te habría contratado.
Su boca se cierra y la vulnerabilidad en sus ojos es suficiente para retorcer algo muy profundo en mi interior. La mortificación florece en su rostro y puedo verla tragar saliva con fuerza, luchando contra la emoción que amenaza con desbordarse.
—¿Por qué? —la pregunta es apenas un susurro, su voz tiembla por el peso de las lágrimas no derramadas y la confusión.
—Porque —comienzo, endureciendo mi tono mientras trato de reforzar los muros entre nosotros— . No tengo la costumbre de hacerle favores a mi moralista hermano.
Chris siempre tuvo una manera de sacarme de quicio, su actitud santurrona me ponía los pelos de punta. Y ahora aquí está ella, Sara, un peón inesperado en nuestro juego de toda la vida de superación.
—Bien —la voz de Sara corta la tensión, con un toque de acero debajo de la suavidad—. Porque Chris y yo rompimos hace dos meses.
Las palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago: la repentina oleada de calor, la innegable atracción hacia ella. La imagen de ella, suave y deseosa debajo de mí, desfila por mi mente sin que nadie la quiera. La rechazo... la fuerzo a bajar. Este es un territorio peligroso, una línea que no podemos desviar.
Pero una parte de mí quiere hacerlo, reclamarla de maneras que solo me he permitido fantasear en los rincones más oscuros de la noche.
—¿De verdad? —mi voz suena áspera, con un hambre apenas disimulada, la bestia que llevo dentro se esfuerza por luchar contra las cadenas del decoro y la decencia. La deseo, la he deseado desde la primera vez que la vi, pero siempre fue de Chris.
Hasta ahora.
Sara asiente y un destello de algo indescifrable recorre su rostro antes de que sus rasgos adopten una serena neutralidad.
—Sí, se acabó.
Me recuesto en mi silla, tratando de recuperar algo de control. No puedo hacer esto, no ahora, no con ella mirándome con esos ojos abiertos y cómplices. Hay demasiado en juego, demasiado que perder si cedo a la tentación que ella representa.
—No lo sabía —logro decir.
—Entonces, ¿eso significa que podrás tolerar mi presencia? —Su pregunta es directa, sus ojos se clavan en los míos con una intensidad que no deja lugar a evasivas—. Porque realmente necesito este trabajo.
Me pone de los nervios ese lado directo de ella que parece atravesar mis defensas. No estoy acostumbrado a estar a la defensiva, especialmente en mi propio terreno.
Pero Sara Sanders tiene una manera de trastocar mi mundo.
—Considera esto como un período de prueba— le digo, con un tono cortante, tratando de restablecer la distancia entre nosotros, la barrera profesional.que debería existir—.Tendremos que esperar a trabajar juntos para ver si somos compatibles laboralmente.
—Sí, esta bien —murmura, y luego abre mucho los ojos como si hubiera olvidado que soy su jefe, como si la burla se le hubiera escapado sin querer. Aparta la mirada mientras la miro, ladeando la cabeza.
—Vuelve con Jackie —le digo de repente—. Ella te dará un resumen de lo que necesito de ti esta semana.
Sara se pone de pie, con movimientos elegantes y deliberados. Cuando se da la vuelta para marcharse, no puedo evitarlo: la miro, disfruto del balanceo de sus caderas, de las sutiles curvas que su atuendo profesional no consigue ocultar. Mi mirada se centra en su trasero y siento una oleada de deseo no deseada.
Sara Sanders es mi nueva asistente.
Y estoy en grandes problemas.